Cómo ser Mick Jagger en 10 satánicos pasos

Cómo ser Mick Jagger en 10 satánicos pasos

El líder de los Rolling Stones cumple 74 años.

Un joven Mick Jagger durante una actuación en 1965.Getty Images

Mick Jagger cumple 74 años, y a pesar de no parecerlo, un día tuvo 16 y se partió la punta de la lengua más icónica de la cultura pop. Se la cortó limpia de un tijeretazo dental, o como si tuviera diminutas guillotinas por incisivos. No existe consenso entre los historiadores del rock acerca de si la automutilación accidental se produjo como consecuencia de un salto fatal al potro en una clase de gimnasia o embistiendo a un jugador del equipo contrario en un partido de baloncesto, y probablemente nunca lo haya.

El malhechor, que es a su vez víctima en este delito involuntario contra la propia integridad física, podría fácilmente ser la figura más hermética y reacia a hablar acerca de sí misma dentro del obsoleto sector del rock & roll, mucho más si es para arrojar luz sobre alguna anécdota oscura y jugosa con potencial para alimentar al insaciable monstruo imperecedero que es la mitología rockera. Digamos que uno no llega a liderar la unánimemente proclamada "banda de rock & roll más grande del mundo" durante cinco décadas y un lustro estando hecho de carne de burro transparente; Jagger sabe lo que calla por esa boquita.

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Tras la decapitación del músculo, corrieron ríos Támesis de sangre, y el joven Mike (al que así llamaban con cariño sus familiares y allegados porque, paradójicamente, en aquellos tempranos tiempos odiaba el apelativo 'Mick') no pudo articular palabra en lo que a él le debió de parecer una semana. El chico de suburbio londinense ni imaginaba entonces en sus sueños más húmedos lo rentable que le iba a salir la donación forzada de leucocitos, así como el voto de silencio por prescripción médica consecuente.

Aquella mañana o tarde en el gimnasio o pista de baloncesto de la Dartford Grammar School (Kent, Reino Unido), no sólo perdió un pedazo de la parte de su cuerpo que le iba a granjear un puñado de caracteres en las enciclopedias de historia moderna, sino también la cualidad monolítica de su conservadora, domesticada y ordinaria identidad. Michael Philip Jagger volvió a hablar tras haberse curado por completo, y pese a la ausencia de traumas o cambios significativos aparentes, cuando lo hizo se escuchó a sí mismo más negro, más siniestro, más peligroso y menos hijo blanco de la aburrida y gregaria clase media inglesa a la que pertenecía. El vocalista de los Rolling Stones, el que habla como una estrella de rock y piensa como un empleado de banca, había nacido.

Mick Jagger, en definitiva, vendió la punta de su lengua al diablo, y no lo hizo a cambio de un dominio maestro de la guitarra, como hiciera Robert Johnson en el cruce de caminos. Tampoco lo hizo para poder alcanzar los tres cuartos de siglo pudiendo caber todavía tanto entre las piernas de tu hija de veinte y pico como en sus pantalones de pitillo negros (aunque también), sino para convertirse en símbolo último de la gran fantasía rock de los sesenta y setenta sin tener que pagar el precio de vivir y morir pronto como tal.

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En 1969, y bajo la autoría de Anton Szandor LaVey, músico, escritor y fundador americano de la iglesia de Satán, se publicó la Biblia que recogía un decálogo de mandamientos a conjunto con su credo. No sería de extrañar que, en aquella época, el libro hubiera caído en manos de Jagger entre acusaciones de mefistofelismo y escarceos con la magia negra incitados por la recientemente fallecida Anita Pellenberg. Sea conocedor consciente o no de estos 10 preceptos demoníacos, Mick Jagger, voz y rostro de los una vez apodados Sus Satánicas Majestades, subsiste en el imaginario colectivo entre macroconciertos con penes hinchables gigantes y condecoraciones de la Orden del Imperio Británico gracias a su devota práctica de los mismos.

He aquí el manual luciferino adaptado para alzarse sobre la cumbre del panteón del rock & roll sin morir a los 27 en el intento.

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A finales de los sesenta, le hacía la peineta de despedida a su entonces discográfica (Decca) grabando un tema titulado Cocksucker blues (que se podría traducir como El blues del chupapollas) que acababa para siempre con sus compromisos legales con la misma. En el nuevo milenio, sin embargo, compone la banda sonora para el olvidable remake de Alfie, protagonizado por Jude Law. A las cuatro bebe Rebel Yell con William S. Burroughs, y a las cinco ya se encuentra puntualmente tomando el té con la princesa Margarita. Desde que se le recuerda, Mick Jagger ha mariposeado entre el underground y la jet set sin ningún tipo de pudor ni carné de afiliado, mal hábito que, a la fuerza, ha de despertar sentimientos entre el amor y el odio en aquellos que sí son partidarios de un bando u otro.

Bianca Jagger, primera esposa de Mick y la única de las dos con las que llegó a casarse que conserva su apellido hasta la fecha, afirmó que el sueño sexual definitivo de su exmarido era lograr hacerse el amor a sí mismo. Para capitanear cualquier banda de rock, y en particular aquella que aspira a convertirse en referente de todas las que estén por venir, hay que tener una autoestima tirando a estratosférica, y eso es algo que al cerebro de los Stones no hace falta que le recuerden.

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Mientras Keith Richards constituye el partido artísticamente reaccionario de los Stones, siendo Lee Scratch Perry su más reciente descubrimiento musical, Mick es el que ha tratado de tener constantemente una oreja puesta en la lozanía y la novedad, confabulándose en los últimos meses incluso con el rey de grime Skepta, heredero inesperado e ilógico en la embajada global del sonido made in London.

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Rara es la vez en la que las entrevistas que concede Mick Jagger a prensa escrita, televisiva o radiofónica no resultan de insustanciales para abajo, y es célebre su habilidad para esquivar con magistral elegancia cualquier pregunta ligeramente peliaguda. Cuentan las malas lenguas que le ofrecieron hace un par de décadas un adelanto muy cuantioso de libras por el primer borrador de sus memorias, y a los editores les resultó tan soporífero y desprovisto de sexo, drogas, traumas psicológicos e intimidades que hubieron de pedirle amablemente que devolviera la pasta. Desde entonces, y adoptando otro de los papeles favoritos de Mick, que es el de rockero alérgico a la nostalgia, sostiene la versión de que trabajar en una biografía le resultaría tremendamente aburrido y deprimente. No está claro si por falta de talento narrativo o debido a un recelo exagerado de sus menesteres privados, pero no puede negarse que Mick Jagger sabe lo que no debe decir para perpetuarse en la seguridad de lo neutral.

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"Mi corazón está con el Partido Laborista, pero mi dinero está con el conservador" hubo de decir alguna vez Jagger (no sin cierto cinismo) para la sorpresa de absolutamente nadie. Contestatario ante la censura y los impuestos por igual, corre por las venas cronológicas de los Rolling Stones un desdén romántico e irónico hacia todas las viejas y buenas costumbres británicas, ya tengan que ver con los modales, la autorrepresión y los prejuicios y convencionalismos morales, o con pagarle lo que se le debe al Estado. Desde la huida del fisco inglés a la Costa Azul francesa, para grabar el mítico Exile On Main St en el verano de 1971, hasta sus contemporáneos flirteos con paraísos fiscales de la talla de Holanda o la Isla de Man, pasando por el intricado tejido de la Rolling Stones Incorporated, el bohemio e intelectual Mick Jagger, como dice la expresión en inglés, pone literalmente su dinero donde está su boca.

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Pero si lo haces, que sea para crear controversia y disimular que te estás copiando un poquito del Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Bandde los Beatles, aunque siempre de una forma totalmente superficial, "no como Megadeth", que le contaría Mick a la revista Rolling Stone en una entrevista concedida en 1995. Al Their Satanic Majesties Request de 1967 al que deben el sambenito eterno de 'Sus Satánicas Majestades' le siguió la intocable Sympathy for the Devil un año después, vagamente reivindicada a principios de los setenta en experimentos más mediocres como Dancing with Mr. D, que supuso el final no oficial del baile entre el señor Jagger y el señor Mefisto. Desde los noventa, juguetea en las pantallas gigantes de sus megashows de estadio con imágenes de monstruos cornudos y simbología pseudosatánica, aunque ya hace mucho tiempo que el público dejó de creer en la dimensión subversiva o esotérica de los Rolling Stones.

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A los Rolling Stones y a Mick Jagger en particular se les puede acusar de muchas malas praxis, pero una cosa que no son es como Led Zeppelin: Jagger & Cía no se cansan de reconocer la deuda eterna que tienen con la mano blusera que les dio de comer, empezando por sus más tiernos inicios y negándose a tocar en el programa de variedades estadounidense Shindig a menos que lo hiciera también Howlin' Wolf, hasta dedicar íntegramente su más fresco trabajo discográfico, Blue and Lonesome, a versionar a los colosos del sonido Chicago. "Robaron mi música, pero me dieron mi nombre", reconoció Muddy Waters. Nada más que añadir, señoría.

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"Chicago fue alucinante, quedarnos en la mansión y todo eso, me gustó. Hefner fue buena gente con nosotros. Me llevaría horas contarte todas las locuras que ocurrieron allí". Así describía Jagger un día cualquiera de 1972 en la humilde morada del fundador de Playboy. Luego está el tour norteamericano de aquel mismo año. 30 álbumes de estudio, más de 2.000 conciertos dados alrededor del mundo y ocho hijos después (el más joven de ellos nacido el pasado diciembre), si existe un aspecto de la vida de Mick Jagger en el que no cabe especulación alguna es aquel por el que se intuye vagamente que el tipo ha vivido al máximo.

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La relación entre los dos amigos más longevos y profundos del rock & roll siempre ha sido muy delicada; no es casualidad que los fans de los Rolling Stones conozcan como Tercera Guerra Mundial la batalla de trincheras mediática que estalló entre los Glimmer Twins a principios de los ochenta y que claudicó con Steel Wheelsen 1989. Algunas heridas volvieron a abrirse con el retrato puntualmente despectivo que hizo Keith Richards de su eterno camarada en la enternecedora autobiografía del guitarrista de 2010, Life, y hoy en día, con un No Filter Tour inminente que tiene previsto desembarcar en costas catalanas el 27 de septiembre, parece que las aguas han vuelto a su cauce. Le ha costado a Jagger más de 50 años aceptar que, para bien y para mal y por mucho que buenamente lo intente, sin su viejo colega Keith jamás va a llegar muy lejos.

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"Mick Jagger no sabe cantar, incluso Ringo lo hace mejor que él", sentenció un fan incondicional de Ringo Starr en 1965. Igual que Lola Flores o peor, el fan tenía toda la razón; Mick no canta ni baila, pero no se lo pierdan, porque pocos o ninguno como él en el pequeño pero marchoso mundillo del rock & roll han sobresalido, a fuerza de perseverancia, dedicación y una energía y magnetismo sin parangón, en todos los niveles que lo repercuten, desde el más puramente artístico hasta aquel al que sólo ocupa lo mundano y pragmático.

Businessman del rock y revolucionario de clase media. Muchas felicidades, Mick, se la has jugado bien al diablo.

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Un artículo escrito por Ícaro Lavia para El Quinto Beatle.

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