Cómo me convertí en mejor padre leyendo libros a mis hijos
El escritor Arne Ulbricht ha sido amo de casa y padre a tiempo completo durante muchos años. Entre sus tareas se encontraba leer a sus hijos por la noche. Ahora, este escritor hace un llamamiento a los demás padres a que lean a sus hijos.
A grandes rasgos, podría decirse que los padres dan mucha importancia a leer a sus hijos, pero tienden a dejar que sean las madres quienes se hagan cargo. En mi caso, sin embargo, es al contrario.
Hace once años me asigné la tarea de leer a mis hijos cada noche antes de dormir. Antes, leía primero a mi hijo y después a mi hija, hasta que un día, mi hijo me dijo: "Papá, creo que ya no hace falta que me leas tú".
Esta frase me resultó muy dura. Estaba poniendo fin a un ritual que llevaba años practicando y que, en realidad, era tan importante para él como para mí. La muestra de independencia de mi hijo, queriendo abstenerse del ritual, me resultó tan enternecedora como difícil (algo de lo que él no era consciente).
Por suerte aún me quedaba mi hija.
¿Soy el mejor padre del mundo por leer a mis hijos? ¿Soy un padre ejemplar? Para nada. En ocasiones hasta siento vergüenza, porque tiendo a ponerme de los nervios si uno de los niños entra a preguntarme algo cuando estoy trabajando.
Además, puedo aseguraros que soy extremadamente impaciente a la hora de ayudar a mis hijos a hacer los deberes.
Sin embargo, todo ese malhumor que me caracteriza a lo largo del día, desaparece por la noche. Para mí, la lectura constituye una especie de terapia meditación: me ayuda a desconectar (de mí mismo y del móvil) y saborear el tiempo libre. Creo que en todos estos años nunca me he sentido tan cerca de mis hijos como cuando les leo.
No obstante, la lectura a veces resulta sencilla y otras puede ser un completo escándalo. Hay libros que se leen en un abrir y cerrar de ojos. Otras veces cuesta un mundo ponerle voz propia a un villano como Voldemort o al Príncipe Encantador.
Cuando alguien en un cuento grita, también puedo gritar un poco. Si alguien chilla, yo chillo. Si alguien resopla, yo resoplo. Al leer en alto tenemos la maravillosa oportunidad de hacer todo eso sin que nadie se enfade y sin cargo de conciencia.
Además, cuanto más se grite, chille, resople, suspire, murmure, etc., más se emociona el niño. Y así fue como este momento de meditación se convirtió en una fiesta: la fiesta de la lectura, tanto para los niños como para mí.
Efectivamente, la lectura puede resultar sorprendentemente divertida. Se parece un poco al deporte: cuánto más nos esforzamos, más nos alegramos después, hasta que llega un momento en el que no podemos plantearnos una vida sin este ritual de lectura.
La lectura fomenta el desarrollo intelectual de los niños
Por desgracia, muchos padres no son conscientes de lo liberador que resulta invertir media hora en leer, tanto para sus hijos como para sí mismos. Muchos estudios señalan que la mayoría de padres no suelen leer a sus hijos, o lo hacen con poca frecuencia.
Por cierto: si leemos a los niños en alto estamos ayudándoles a desarrollar su inteligencia, de modo que es especialmente importante que los padres lean a sus hijos con regularidad.
Así, más adelante, cuando tengan 13 años y su mayor preocupación sea decantarse por un par de zapatillas o ganar suscriptores para su canal de YouTube, no pensarán que los libros son una tontería con la que perder el tiempo.
Además, si un niño es revoltoso, le vendría de maravilla una dosis diaria de historias que le evada un poco de las pantallas y le dé la oportunidad de imaginar escenarios con su propia mente.
Tomarse un tiempo libre para la lectura también nos ayuda a reducir el ritmo frenético de nuestras vidas. De modo que, manos a la obra con la lectura, queridos padres. Os aseguro que no os vais a arrepentir.
No obstante, ahora tengo un gran miedo: ¿Qué pasará cuando mi hija me diga que ya no necesita que le lea? Me temo que me hundiré en un abismo, porque dudo que mi mujer me deje ir a leerle cuentos.
Este artículo fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Alemania y ha sido traducido del alemán por María Ginés Grao.