Cómo manda Podemos en la coalición
Los morados apenas tienen poder real, pero cuentan con los movimientos de Iglesias para conseguir mucho de lo que quieren.
Esta es la historia de cómo Podemos manda sin mandar. El poder morado en Moncloa es muy limitado y choca con otras tres vicepresidencias y con el propio Pedro Sánchez, pero dispone de un arma potente: las estratagemas de Pablo Iglesias. Las cosas en el Consejo de Ministros andan revueltas estos días por las pensiones y el salario mínimo y cada lado del Ejecutivo tiene su versión del cuento, como evidencian las fuentes consultadas.
Para el sector morado, la congelación del salario mínimo interprofesional es puro tacticismo del presidente del Gobierno quien, tras los últimos tantos que se ha anotado Iglesias con la aprobación de los presupuestos, habría decidido tomar la iniciativa y dejar claro que quien manda en el Gobierno es él.
En Podemos creen que el líder socialista terminará aplicando la subida prometida, pero los morados han tenido que asumir que ahora no toca, en un momento en que monopolizan con este tema la agenda política y mediática con este tema. La cosa se ve muy distinta al otro lado, porque no consideran que sea esa la lectura correcta.
Para el sector encabezado por Iglesias, no aprobar una subida de 9 euros al mes del salario mínimo interprofesional puede tener que ver, más que con argumentos técnico-económicos, con una estrategia de Moncloa que asegure que Sánchez pueda rentabilizar la medida, sobre todo tras los últimos tantos que se ha anotado Iglesias con la aprobación de los presupuestos y de los decretos de prohibición de desahucios y suministros.
El sector socialista también quiere subir el salario mínimo para cumplir con la carta social europea, que recomienda fijarlo en el 60% del salario medio del país, pero insiste en que ahora, con 700.000 personas en ERTE y 300.000 afiliados menos a la seguridad social, es perjudicial porque las empresas se encuentran bajo mínimos.
Además, los socialistas de Moncloa recuerdan enseguida que fue con Nadia Calviño, sin ningún miembro de Podemos en el Ejecutivo, cuando se subió el salario mínimo un 22%. Todo un aviso para cortar la guerra de relatos de los socios de la coalición.
Los roces en el Gobierno existen y vienen por la fórmula que ha encontrado Podemos para que el PSOE cumpla con los acuerdos prometidos del pacto de medidas que selló la coalición. Los morados creen que hay temas que, aunque no pasen por sus manos, tienen que marcar. Es algo así como una mezcla entre hacer leyes y propuestas desde sus ministerios (Consumo, Trabajo, Igualdad, Universidades y Derechos Sociales y Agenda 2030) y, a la vez, aumentar la presión con lo que no pueden controlar, como los desahucios, los cortes de suministros… y, por supuesto, el salario mínimo.
A todo esto hay que sumar la habilidad táctica de Pablo Iglesias, que quedó de manifiesto con los presupuestos generales, el gran ejemplo de mando sin galones de Podemos. El vicepresidente segundo ha conseguido establecer unas dinámicas de negociación que permiten a su partido salir airoso a pesar de que los morados solo tienen cinco ministerios de perfil medio-bajo.
La sensación morada en Moncloa es que el Gobierno hace lo que quiere Podemos a base de cabezonería y táctica. Podemos no mandaba en quién negociaba las cuentas, pero consiguió con que la mayoría que dio luz verde a las cuentas en el Congreso fuera diferente a la que quería el PSOE —con Cs y sin independentistas— por mucho que el lado socialista sostenga que hubiera preferido más apoyos a esas cuentas.
Lo siguiente fue un abecé digno de un guión de Borgen en dos capítulos. En el primero, Cs dijo que había conseguido sacar a Podemos de las cuentas. Irritó a los morados, que contraatacaron diciendo que con sus colegas naranjas de por medio no apoyarían ni una sola suma. Eso enfadó a Sánchez, que llamó a Iglesias. Tras esa conversación, ambos apalabraron que el borrador de las cuentas lo hacían los socios de la coalición, juntos.
En el segundo capítulo se mascó la mayoría pretendida por Iglesias. La izquierda abertzale de Bildu fue la primera que anunció su apoyo a las cuentas y eso provocó una cascada de apoyos de los partidos de izquierda del Congreso. Ese chorro de ‘síes’ apartó a Cs, que al final vio imposible dar su respaldo al Gobierno. La jugada maestra fue la salida pactada de Otegi con Iglesias, una imagen potente que armó 188 síes en la Carrera de San Jerónimo.
Un matrimonio al que le interesa durar
Los socialistas del Consejo de Ministros no creen que Iglesias armara una mayoría “alternativa” a sus inclinaciones. Reconocen que les hubiera gustado una mayoría más amplia en los presupuestos, porque creen que en esas cuentas no hay razón alguna para que partidos de Gobierno como el PP no las apoyen. La sensación que transmiten es que la rueda de prensa de Podemos vetando a Cs escoció mucho, porque el ‘no’ morado a los naranjas era independiente del contenido de las cuentas. El lamento que transmiten es que se habló muy poco de los presupuestos en sí.
Y, en ese guirigay, los globos sonda no paran de orbitar alrededor del Palacio de La Moncloa. Uno de los últimos es el mantra de que una vez hay cuentas aprobadas, el matrimonio entre PSOE y Podemos puede romperse; que Sánchez ya no es tan rehén de Iglesias y que Iglesias ya no puede influir tanto en Sánchez. De momento, nada más lejos de la realidad.
En Podemos apuestan por la coalición, igual que lo hizo Sánchez en su discurso de balance de primer año. Hay entente entre socios para lo que queda legislatura, aunque a veces falte el entendimiento. La mayoría de ambos es exigua en la Cámara. Por separado, sería un infierno sacar adelante cualquier proyecto de ley, especialmente para los socialistas, que tendrían que mirar a la bancada de la derecha y perder socios de izquierda en caso de separación. Pero la política es el arte de lo imposible.