Cómo el capitalismo jodió a las mujeres
Ya ha pasado un año desde el estallido del movimiento Me Too que se produjo tras las acusaciones contra el cineasta Harvey Weinstein. Desde entonces, el hashtag #metoo se ha usado unas 19 millones de veces para sacar a la luz casos de acoso sexual en el trabajo.
Las mujeres están alzando la voz. Se trata de una lucha con muchos frentes, pero se resume en que las mujeres buscan la igualdad económica y política con los hombres. Asimismo, cada vez se cuestionan más el capitalismo, el sistema que ha permitido y perpetuado esta subordinación.
Para comprender cómo es posible que a las mujeres se les haya negado sistemáticamente tantas cosas que el capitalismo sí que ha brindado a los hombres, es necesario retroceder a una época precapitalista.
Antes del capitalismo existía el feudalismo, una estructura social por la que la mayoría de la gente (los vasallos) trabajaban para los señores y respondían ante ellos a cambio de tierras y protección. El dinero se utilizaba poco o muy poco. Los señores no contrataban trabajadores. En vez de eso, había una subordinación personal que contaba con el beneplácito de la Iglesia. La gente estaba atada a las tierras en las que nacía y no existía la separación entre casa y trabajo que hoy se da por garantizada.
Cuando empezó la transición del feudalismo al capitalismo a comienzos del siglo XVII en Inglaterra antes de que se expandiera por todo el mundo, los más entusiastas prometieron que este sistema traería la ansiada libertad individual, igualdad, solidaridad social y democracia. El eslógan de la Revolución Francesa que derribó el feudalismo era "libertad, igualdad, fraternidad". La Revolución de Estados Unidos incorporó democracia al eslógan.
Para los hombres, el capitalismo significaba dejar de pertenecer a un señor, no estar atado a un territorio y huir de las rígidas jerarquías. Ahora podían ser libres para vender su trabajo a quienquiera que les apeteciera, sin obligaciones morales o religiosas por medio. Saboreaban haber escapado del feudalismo, pese a que solo fue para acabar atrapados en una relación de jefe y empleado.
Sin embargo, la mayoría de las mujeres quedaron excluidas de las ventajas limitadas que sí disfrutaban los hombres. El capitalismo no garantizó un sueldo digno a hombres y mujeres. La solución fue insistir en que las mujeres se quedaran en casa. El sueldo de un hombre más el cuidado del hogar de la mujer implicaba que ya no había necesidad de puestos de trabajo remunerados para mujeres. Los capitalistas también evitaban así pagar por el cuidado de los hijos que habrían tenido sus empleadas.
Quedándose en casa, las mujeres hacían la comida, limpiaban los cuartos, la ropa, fregaban los platos, reparaban los muebles, cuidaban a los enfermos y a los niños. Trabajaban como vasallas. La vida de los hombres se movía durante el día entre el feudalismo en sus casas y el capitalismo en el trabajo. Al ser explotados por capitalistas en el trabajo, se ganaban el derecho a explotar a sus mujeres en casa.
La subordinación de las mujeres en casa es lo que creó muchas de las desigualdades, injusticias y demás abusos por los que están manifestándose las mujeres en la actualidad.
Durante el último siglo, muchísimas mujeres comenzaron a trabajar fuera de casa, empezando por las más pobres. La II Guerra Mundial provocó que ingentes cantidades de mujeres accedieran al mercado laboral. Luego, en los 70, la automoción y la globalización acabaron con la prolongada tradición de subir unos salarios reales en Estados Unidos.
Así pues, las mujeres accedieron al mercado laboral para llevar más dinero a casa y, al hacerlo, a menudo tenían que seguir cargando con la doble responsabilidad de trabajar tanto fuera de casa como en casa. Además, las mujeres tendieron a ser encasilladas en trabajos "de mujeres": dependientas, enfermeras y profesoras, trabajos peor remunerados.
Y, mientras tanto, las mujeres han tenido que lidiar con las ansias competitivas de los hombres. Esto se ha manifestado en el propio esfuerzo por trasladar al mercado laboral la desigualdad existente en el cuidado del hogar. Tal y como evidencia cada vez más el movimiento Me Too, esto sigue sucediendo y los costes que acarrea son enormes.
Sin embargo, en su lucha por la igualdad, las mujeres se han acabado dando cuenta de que el problema no son los hombres, sino el sistema que ha colocado a hombres y mujeres en una posición económica desigual en su relación con los empleadores que infecta los demás aspectos de sus relaciones.
Existe un movimiento de mujeres que aspiran a algo más que a trabajar codo con codo con los hombres en un sistema capitalista que los siga sometiendo y explotando a ambos.
Es necesario reorganizar nuestro modo de gestionar los hogares y los negocios de un modo que no sea ni capitalista ni feudal. Los trabajos se pueden organizar a modo de comunidades democráticas. Una persona, un voto, para decidir los aspectos fundamentales del negocio. La premisa de estas "cooperativas de obreros" es que la democracia exigida en política se aplique también a la economía. Un cambio así liberaría a hombres y mujeres de estar atrapados en un sistema que no les sirve a ninguno de los dos.
Este post fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.