Cómo hemos llegado hasta aquí: las claves de las negociaciones entre Podemos-PSOE
Desde el primer encuentro Sánchez-Iglesias, el 7 de mayo, mucho ha llovido: acercamiento, esperanza, reproches, desencuentros, vuelta a la mesa y ¿ruptura final?
La noche del 28-A, hasta el último ciudadano tenía una cosa clara: las cuentas no salían y si Pedro Sánchez quería seguir siendo presidente del Gobierno iba a tener que arremangarse y negociar. La operación iba a necesitar de varios sumandos, pero sobre todo de uno, Unidas Podemos, que le daría la mayor base de apoyos, negado como estaba Ciudadanos desde la campaña a hablar siquiera con los socialistas.
A la semana de las elecciones, las terceras a que se sometía España en cuatro años, se daba el primer paso formal: Sánchez recibía a Iglesias en La Moncloa para ir tanteando el terreno. Objetivo: facilitar la investidura del presidente en funciones. De lo que viniera después, de Gobierno, ya se hablaría.
Aquel 7 de mayo, los titulares eran positivos: desde los dos lados de la mesa de negociación se hablaba con cierto entusiasmo de “ganas” de trabajar, de “tranquilidad” para avanzar con buen paso. No empezaba mal la cosa. Dos meses y medio largos más tarde, todo fue nada. Los ataques entre unos y otros son a cara de perro y las negociaciones se dan por rotas. “Querían todo el Gobierno”, denuncia el PSOE. “Nos querían de florero”, responde UP.
Ha sido un camino complicado el que nos ha traído hasta aquí. Las jugadas de ambas partes se han ido conociendo más por filtraciones a la prensa o airadas ruedas de prensa y entrevistas que por comparecencias serenas en las que informar de las negociaciones. Sólo hemos visto realmente cara a cara a los dos jefes de los negociadores esta semana, en el Congreso, durante el debate de investidura de Sánchez, en una cadena de réplicas y contrarréplicas que era un puro reproche cruzado.
Las entretelas de estas negociación son más bien opacas. Se habla de hasta cinco conversaciones entre Sánchez e Iglesias, directas, pero la cronología no está clara. El trabajo efectivo, de base, lo han llevado los equipos negociadores, encabezados por Carmen Calvo y Pablo Echenique. A trabajar en firme empezaron la tercera semana de este mes de julio.
Ayudó al retraso la cita electoral del 26-M, porque era mejor esconder las cartas que ir a las claras con tantos gobiernos autonómicos, concejales y europarlamentarios en juego. Pasadas las elecciones, tampoco se veían nuevos contactos. La situación estaba encallada.
Luego, vinieron las excusas: que si no hay interlocutores claros, que si no sabemos si queréis hablar de todo... La imagen de esperanza de la primera comparecencia de Iglesias tras salir de Moncloa se iba perdiendo. Las posibilidades de un gobierno de coalición, como dijo Podemos entonces, se diluyeron, llegándose a la tan manoseada etiqueta de “gobierno de cooperación”, que en realidad era una versión descafeinada de una alianza pero seguía valiendo.
Los socialistas viraban: de una coalición al uso, con presencia del partido-muleta en el Consejo de Ministros, se pasaba a una fórmula que defendía el encaje de miembros de Unidas Podemos en altos cargos, pero no de primera línea, sino en los segundos niveles de la administración. Eso sí, estarían en áreas sensibles, sociales. Las anheladas por UP.
Pero ya no era lo mismo. Eso no es tocar poder, o “transformar”, en palabras de Echenique, sino un sucedáneo. Un premio de consolación para sus 42 diputados, que querían hacer valer a toda costa. La “cooperación” también se fue alejando.
El calendario, como siempre, vino a acelerar las cosas, cuando ya parecía que Sánchez seguía empeñado en hacer un Rajoy y que las cosas cayeran por su propio peso. Hace una semana que empezó el mambo de verdad. El 15 de julio, lunes, Sánchez dio una clarificadora entrevista a la Cadena SER en la que lo daba todo por acabado. Lo achacaba en gran parte a lo que llamó “mascarada de la consulta”, esto es, la pregunta que Podemos hizo a sus bases sobre si querían o no pactar con el PSOE. Ahí empezó a repetir la idea de que Iglesias “votará como Vox”.
De esa entrevista salió el nudo de la polémica: ¿había exigido el líder morado ser vicepresidente del Gobierno de unidad? Dijo que no Sánchez, pero el jueves, a los tres días, cambió y dijo que sí. Estalló el debate entonces: ¿todo parado por un Iglesias personalista, egoísta, incapaz de dar un paso al costado? ¿Cuál era la versión cierta, la primera que dio Sánchez o la segunda?
Los miembros de Podemos tampoco eran claros al explicar si esa había sido para ellos una línea roja. Y seguían diciendo que estaban dispuestos a hablar y que no se sentían aludidos por la espantada del presidente. Cuando llegó la entrevista con La Sexta, ese jueves, y Sánchez dijo que “el principal escollo” para un acuerdo era Iglesias y que no, que no podría estar en el Gobierno, ya nadie pudo seguir hablando de mano tendida. Lo que había era un cabreo monumental.
Un paso al costado
A la tarde siguiente de ese momento de ruptura, cuando los españoles nos hacíamos a la idea de que íbamos otra vez a elecciones, llegó Iglesias y cambió de nuevo las tornas. Publicó un breve vídeo en las redes sociales en el que anunciaba que no iba a entrar en el Gobierno, si era su figura la que todo lo bloqueaba a juicio de los socialistas. Esa mañana, la socialista Adriana Lastra había dicho en RNE que, quizá, si Iglesias no estuviera, pues se podría aceptar el nombre de la portavoz morada en el Congreso, Irene Montero...
Lo que Sánchez nunca pensó que pasaría, pasó. Ya no podía escudarse en Iglesias y, además, se había soltado -parece que sin mucho permiso- otro nombre menos polémico. No quedaba otra que hacer que los equipos se sentasen de nuevo a la mesa, aunque ya con cicatrices y desconfianzas añadidas. Cero ingenuidad, si un día la hubo.
Se abrió un intenso fin de semana de trabajo de Calvo y Echenique. Salía poco de esas reuniones, pero lo bueno es que no se acababan. Había aún tela que cortar. Bajo cuerda, las fuentes de los dos partidos decían que había cierto optimismo. Nada. Quedó roto todo cuando los grandes jefes hablaron en la tribuna del Congreso, en el debate de investidura del socialista. Sánchez no hizo apenas guiños a quien necesitaba como bastón, explicaba su programa de país, era su foco.
Cuando Iglesias le dio la réplica, horas más tarde, le dejó claro quiere una “coalición de izquierdas” en la que el papel de los morados no sea de mero “decorado”, que no se va a dejar “pisotear ni humillar” y que los socialistas tienen que hacer por esforzarse en encontrar un punto de encuentro porque lo contrario sería desobedecer el mandado dado en las urnas por los españoles. El intercambio de palabras que siguió con Sánchez ahí está: muy alejado del que se tiene con un aliado.
El líder de Podemos sacó a relucir detalles sobre lo que se les ofrecía en la negociación, mientras Sánchez recordaba que había otras opciones para ser investido y que, cuidado, las diferencias eran notables, por ejemplo, en el tema catalán. A PP y Ciudadanos les pedía la abstención con más ganas que melindres soltaba a su hipotético socio. Iglesias estallaba. “Le falta pedírselo a Vox”.
Tras una tarde de cero feeling, los equipos negociadores se siguieron reuniendo. El martes se votaba por primera vez la investidura de Sánchez, que debía salir por mayoría absoluta, y Podemos, que en un primer momento decidió votar no, aún fue flexible y se abstuvo, finalmente.
Te ofrezco, no te ofrezco
La reunión a la que se emplazaron el miércoles ya se torció. Reproches cruzados por lo escuchado en la Cámara Baja y por la falta de avances, cuando el tiempo apremiaba. Sánchez habla con Iglesias, los dos primeros espadas median de nuevo, pero no es para desatrancar, sino que el socialista confirma al morado que no le va a dar más de lo que ya le ha ofrecido.
Y entonces empieza a conocerse, en cascada, lo ofrecido (supuestamente) y lo rechazado (supuestamente), todo con la entrevista de Sánchez en Telecinco, que era y no era y puso de los nervios a todos.
Los dos partidos difundieron a los medios y en redes sus mensajes. El PSOE filtró que Podemos quería una vicepresidencia y cinco ministerios, mientras que los de Iglesias dijeron que no ven posible aceptar “las ofertas” del PSOE, al no darles competencias de Hacienda, Trabajo, Igualdad y Transición Ecológica, materias clave para su programa.
De ahí, a la mañana de hoy, cuando quedan horas para que el Congreso vote de nuevo a Sánchez. Esta vez sólo necesita más síes que noes. Calvo dice que piden todo el Gobierno (entrevista en la SER a primera hora) pero en Unidas Podemos siguen apostando por un Gobierno de coalición, explican fuentes del partido a El HuffPost. “Vemos cómo el PSOE trata de romper todos los puentes y filtra a la opinión pública multitud de documentos. El PSOE ofrece la caja de herramientas pero vacía”, denuncian, no obstante. “Unidas Podemos no quiere entrar en el Gobierno a cualquier precio, queremos competencias para desarrollar políticas sociales”, insisten.
¿Habrá algún nuevo movimiento hasta las dos y media?