¿Cómo es de verdad un auténtico pub irlandés?
Hay dos fenómenos de la cultura irlandesa que son inseparables. No puede entenderse el uno sin el otro. Son como don Pepito y don José. Los míticos pubs y las negras pintas de cerveza Guinness son un matrimonio popular que ha traspasado todas las fronteras; de manera que nos aventuramos a conocer su origen. Viajamos a Irlanda.
El clima fresco y húmedo de la isla transforma los bares, también llamados pub, en el núcleo de la sociedad irlandesa. Las coloridas fachadas de estos espacios de recreo y esparcimiento sostienen su nombre en llamativas tipografías. Una vez cruzamos la puerta, el interior anima a perder la noción del tiempo dada la tenue iluminación. Suelos y paredes de madera son el continente para la barra, un puñado de taburetes y otro tanto de mesas. La sencillez del mobiliario se contrapone a su profusa decoración. Un horror vacui invade el pub irlandés. Carteles, fotografías y objetos pretéritos colman la mirada.
Sobre la barra, no menos de seis grifos de cerveza nacional. Tras ella, decenas de botellas de whisky a media asta. Imbuidos por la levedad del ambiente, pedimos una pinta. En Irlanda la cerveza funciona en pintas y medias pintas. Una pinta se corresponde a poco más de medio litro. De entre las posibles cervezas, la más probable es una de aspecto oscuro, reflejos rubí y corona de crema beige. Guinness es la reina de esta república insular. Con apenas 4,2% de alcohol, los irlandeses la toman como agua. Imposible seguirles el ritmo. Abrazan su nitrogenada cerveza negra con 30 millones de burbujas por pinta.
El servicio de una Guinness no pasa desapercibido. El barista inclina el vaso 45º -grado arriba, grado abajo-, y lo llena hasta que restan dos dedos de capacidad. Llegados a este punto, dejan reposar el vaso durante dos minutos. Observamos cómo las burbujas de nitrógeno ascienden por el líquido pardo. Transcurrido el tiempo de rigor, empujan el grifo hacia la barra para culminar con crema lo que en Irlanda entienden como una pinta de Guinness perfecta. El resultado no podría ser más satisfactorio.
Durante nuestra estancia en el pub, la música nos sorprende. Es habitual que pequeños cuartetos se orienten en torno a una mesa para tocar. Flauta, violín, acordeón y una exótica guitarra interpretan canciones folclóricas. No hay certificación de inglés suficiente como para entender los juegos de palabras, pero su música alimenta el espíritu. Aunque si de verdad queremos alimentar el estómago, los pub también funcionan como restaurante. Mantequilla, pan de centeno, marisco, pescado, ternera y cordero conforman los pilares de la gastronomía tradicional. Similar al norte de España, gustan de platos contundentes.
Terminamos por intercalar incontables pintas de Guinness con una Pure Brew, la cerveza sin alcohol que toman los nativos. Ponemos así fin a una tarde derivada en noche de la que los frutos del mar y la carne son protagonistas. Atrás dejamos la magia intrínseca del pub. Abandonamos ese ambiente cálido y acogedor para enfrentarnos a la lluvia, al viento y al frío en definitiva. Estamos en Irlanda.