Cómo comprender el capacitismo a través del machismo y del patriarcado
La discapacidad se sigue asumiendo como una condena y no se ve como una característica de la diversidad humana.
Deconstruir la discriminación precisa adentrarse en su génesis, diseccionar su naturaleza y descifrar todos sus significados, todas sus vertientes, hasta las más sutiles. La discriminación se erradica cuando se comprende en carne propia, cuando se compara con la otredad.
Acabo de ver Nevenka, un documental de una mujer que a finales de los 90 llevó ante la justicia a su acosador, un alcalde opresor que contó con la connivencia de otras compañeras y compañeros de la corporación municipal y del propio vecindario. Él fue condenado por la justicia y ella, por la sociedad.
Esas opresiones, violencias y asesinatos a las mujeres se han tolerado, se han ocultado y se han justificado. La sociedad ha transigido porque lo regular era que cobraran menos, que fueran las que sostuvieran la cultura de los cuidados, que se pudiera abusar de ellas y que se las pudiera matar, sin que el sistema se alterase, ante estas violaciones a la igualdad. El machismo era la ley no escrita, era la norma social que la mayoría acataba fielmente.
Para extirpar la discriminación se requiere hacer un ejercicio de comparación con otras realidades humanas, afectadas también por este delito, porque todas ellas comparten el dolor de no ser admitidas por aquellos que se han erigido como el patrón social del poder, es decir, hombre blanco, heterosexual, de clase media-alta y, por supuesto, sin discapacidad. Compartirán también con ellas el inconformismo de querer ser en la diferencia, de rebelarse contra estas estructuras de dominio que excluyen al diferente, de buscar un espacio propio en la ley sin que nadie tenga que otorgarles ese privilegio, porque ese lugar es suyo, por derecho propio y, sin embargo, les ha sido arrebatado.
El machismo no nace, el machismo es para dominar, en toda su extensión, a las mujeres, y por ende debe entenderse como la mayor conculcación a la igualdad detentado en la historia de la humanidad. En este sentido, resulta imprescindible mirar al machismo como paradigma de lo que tenemos que combatir, para entender el capacitismo como un sistema de valores que considera que determinadas características típicas del cuerpo y la mente son fundamentales para vivir una vida que merezca la pena ser vivida, para una existencia en el derecho.
Todo lo que no cumple esos estándares, corporales, mentales, intelectuales o sensoriales se queda en los márgenes. Ya que, atendiendo a esquemas estrictos de apariencia, funcionamiento y comportamiento, el pensamiento capacitista considera la experiencia de la discapacidad como una desgracia que conlleva sufrimientos y desventajas y, de forma invariable, resta valor a la vida humana.
El capacitismo es la razón por la que no se dejaba votar a muchas personas con discapacidad y por la que se las pudiera esterilizar, quebrantando su propia integridad, invadiendo sus cuerpos como si no fueran suyos. También por razón de esa discapacidad se nos segrega del circuito escolar, se nos dice que es mejor que vivamos en instituciones y hasta se nos interna y se nos medica al margen de nuestra voluntad.
Por no hablar de las barreras con las que convivimos y que nos cercenan derechos como el trabajo, la salud, a la cultura o la tutela judicial efectiva; son muros que dificultan nuestra propia socialización, aquella que parte de nuestras preferencias y deseos, como miembros que somos de la comunidad.
Si la tutela patriarcal ha sido el peor de los males para el desarrollo social e individual de las mujeres, la tutela institucional sigue siendo un dique de contención para que se nos reconozca y en muchos casos para que nosotras mismos nos reconozcamos como personas. Porque en estas políticas, en estas prácticas y en este paisaje cotidiano de discriminación resulta complejo sentirse como tal.
En muchas esferas, las personas con discapacidad estamos en la Ponferrada de los años 90, pidiendo permiso para nuestra liberación, porque la discapacidad se sigue asumiendo como una condena y no se ve como una característica de la diversidad humana. Se ve en nosotras y nosotros el castigo y la pena. Todo esto empaña nuestra propia dignidad y dificulta inexorablemente el goce y disfrute de los derechos y libertades fundamentales.
Afortunadamente, hemos tenido muchas Nevenkas que iniciaron esta revolución del respeto. Mujeres y hombres con discapacidad que se reivindicaron en marco de la igualdad.
En definitiva, el machismo, su significado y sus consecuencias son extrapolables a otras realidades como las de la discapacidad, históricamente excluida, pues al igual que ser mujer es injustamente determinante en la discriminación, también lo es la discapacidad.
Sobre esta base, las personas con discapacidad debemos seguir fortaleciendo ese activismo propio que se ha construido desde el movimiento social CERMI. Debemos acompañar y tener la compañía del feminismo, como movimiento empoderador, beligerante y crítico contra un sistema que niega a las mujeres un lugar en el mundo, como se nos niega a nosotras. Porque los movimientos sociales deben quererse, entenderse y apoyarse para juntos sostener la bandera de la igualdad, para que nadie se vuelva a apoderar de ella sin pedirnos permiso.
Confío que haya podido explicar cómo la discriminación, a pesar de tener muchos rostros, parte de un elemento troncal común a todos ellos: el rechazo y el abuso del y de la diferente.
Se puede concluir, por tanto, que la discriminación es un crimen de poder, al establecerse por esa colectividad “estándar”, “capaz” y “patriarcal” qué espacios o qué derechos se conceden a los que se escapan de este patrón de medida “superior” desde el cual se proyectan y diseñan productos, entornos y servicios para el desenvolvimiento individual y grupal. Porque ha sido y es esa colectividad “perfecta” la que ha decidido si las personas con discapacidad podemos vivir, podemos participar y en definitiva podamos ser en nuestra diversidad.
Contra esto no cabe la resignación posible, solo caben los Derechos Humanos.