Cómo arrecia la tormenta ecológica
Una entrevista con el activista sueco Andreas Malm, que apuesta por medidas más drásticas para combatir el cambio climático.
Para reconstruir la economía, necesitaremos un estímulo verde, aunque quizás esa medida previa a un auténtico Green New Deal sea insuficiente. El activista sueco Andreas Malm apuesta por medidas más drásticas para combatir el cambio climático. ¿Cómo de drásticas? Dejo a Malm que nos lo explique, pero a su juicio, esta entrevista servirá de poco si no actuamos…
ANDRÉS LOMEÑA: He oído que hemos sido frívolos al hablar de emergencia climática porque ahora sí que nos enfrentamos a una verdadera emergencia global.
ANDREAS MALM: Tropezamos con una emergencia tras otra. Acabo de terminar un libro que saldrá en la editorial Verso llamado Corona, clima, emergencia crónica: el comunismo de guerra en el siglo XXI, que afirma, entre muchas otras cosas, que ahora vivimos en un estado de alarma crónica provocado por los diferentes desastres surgidos de la imparable crisis ecológica, que nos golpea una y otra vez y seguirá haciéndolo en el futuro. Este año empezó con los trágicos incendios de Australia y ha seguido con la covid-19. Esta pandemia es de origen zoonótico: un patógeno que ha saltado de la naturaleza a la población humana. Hemos visto un crecimiento de este tipo de casos durante las pasadas décadas y todas las indicaciones sugieren que la tendencia continuará.
La causa de todo esto está en la economía capitalista, que colisiona con lo que queda de la naturaleza y la subordina a la regla del valor de cambio, ya sea mediante la deforestación y el establecimiento de tierras de pastoreo y plantaciones, o a través de los mercados y el comercio de animales salvajes en China. El resultado es que el patógeno que circula en la naturaleza entra en contacto con los humanos como nunca antes y salta la barrera de las especies con más frecuencia. La ciencia es categórica: esta pandemia es un síntoma de la destrucción de la naturaleza. Desgraciadamente, aún es raro que sea visto de esta forma. La covid-19 debería haber tenido efectos prácticos sobre la ecología en general y sobre el cambio climático en particular (un tema que dominó la política en 2019), y en lugar de eso la preocupación medioambiental se ha degradado y casi olvidado. Estos problemas quedan eclipsados.
La emergencia climática ha desaparecido una vez más, y ahora todo el mundo habla del confinamiento, las mascarillas o los ventiladores, en pocas palabras, de cómo sobrevivir al “coronagedón”. Esto es una desgracia particularmente desastrosa para el movimiento por el clima, cuyo momento de gloria se desinfló en un instante cuando estalló la pandemia. Ahora no tenemos huelgas de Fridays for Future, acciones de Extinction Rebellion, sentadas por el clima… todo el movimiento se ha paralizado. No hay nada que celebrar en este sentido.
Por otra parte, la pandemia ha provocado cambios temporales en la economía (la movilidad sería lo más evidente), lo que podría desembocar en alteraciones permanentes. Por ejemplo, el alcalde de Londres anunció hace poco que la franja del centro urbano se mantendrá sin coches cuando cese el confinamiento. Esos avances son bienvenidos. Dicho esto, no hay nada predeterminado para el final de la coronacrisis: el equilibrio de fuerzas determinará si la crisis sanitaria será beneficiosa para el clima. En Estados Unidos, hay empresas de combustibles fósiles que están haciendo todo lo posible para salir más fuertes de esta crisis. Cuando el movimiento por el clima salga de su cuarentena, habrá muchas batallas por librar.
A.L.: Su libro El progreso de esta tormenta es una crítica muy dura contra el sociólogo francés Bruno Latour, al que acusa de eximir de responsabilidad a quienes causaron la crisis climática al concederle excesivo protagonismo a los agentes no humanos.
A.M.: Nunca he estado en contacto con Latour y puede que él no conozca mi obra. Trabajamos en esferas académicas bastante distintas. Recientemente, he visto cierta convergencia en nuestros puntos de vista sobre la política climática, incluso en lo que deberíamos hacer después de la coronacrisis. En todo caso, no considero estos desacuerdos filosóficos excesivamente importantes y dudo que vuelva a escribir algo tan esotérico como este libro.
He pasado los dos últimos años escribiendo cosas de más relevancia inmediata para el movimiento del clima con el que me identifico. Uno de esos escritos será el libro How to Blow Up a Pipeline: Learning to Fight in a World on Fire, que publicará Verso a finales de este año. El otro es un estudio de la extrema derecha en la crisis del clima: White Skin, Black Fuel: On the Danger of Fossil Fascism, escrito junto al colectivo Zetkin, y saldrá en Verso a principios del próximo año. Creo que esas cuestiones son de mayor calado que pensar si las cosas tienen “agencia” o no, y Latour podría tener posiciones parecidas a las mías en esos temas más concretos.
A.L.: Su libro más reciente es una continuación de su obra Capital fósil, ¿no es así?
A.M.: Sí. Tenía en mente la típica resistencia a las máquinas de vapor y por eso creo que es importante recuperar la tradición de aquella lucha ejercida en los albores de la maquinaria alimentada con combustibles fósiles. Desmonto la idea de que esas tecnologías han evolucionado de forma natural, cuando en realidad fueron intensamente rechazadas, a veces incluso a través de la violencia. El movimiento climático actual es heredero de esa resistencia.
A.L.: ¿Cómo explicaría el negacionismo climático?
A.M.: Este movimiento ha sido una fuerza organizada desde el principio. Las empresas de combustibles fósiles lo impulsaron como un proyecto deliberado para socavar la ciencia climática y detener sus acciones. Esta historia está bien documentada y la revisitaremos en White Skin, Black Fuel. En los últimos años, el negacionismo climático se ha trasladado de las empresas a la extrema derecha. Los principales exponentes de esta posición son ahora Trump y Bolsonaro, así como sus equivalentes en la escena política europea: partidos como Alternativa para Alemania, Vox, Foro para la Democracia o Demócratas de Suecia. En este sentido, el negacionismo climático se ha radicalizado, mezclándose con las corrientes racistas y misóginas de la extrema derecha, y ha aumentando su protagonismo en nuestra parte del mundo… hasta la covid-19. Veremos cómo sobrevive a la pandemia.
A.L.: ¿Cómo reventar un oleoducto será un manifiesto en busca de acciones políticas más radicales?
A.M.: Sí, será una llamada a la acción más militante (el sabotaje y la destrucción de la propiedad) en este momento de emergencia climática extrema. En cierto modo, me sorprende que tales llamadas no se hayan realizado antes de un modo significativo, y esa sorpresa es de hecho parte del argumento del libro. ¿Cuánto tiempo esperaremos para romper las máquinas que destruyen este planeta? Está claro que mucha gente verá esta idea absolutamente reprobable, pero algunos activistas tienen tal estado de frustración por la falta de políticas gubernamentales rotundas que ya se plantean este recrudecimiento. Creo que estamos ante un futuro próximo de luchas virulentas por el destino de los combustibles fósiles. Las líneas tienen que trazarse cuanto antes.
A.L.: ¿Veremos su libro Fossil Empire en 2021?
A.M.: ¡Lo más probable es que no! Ya ves que tengo varios libros que serán publicados en breve, y luego volveré a un gran proyecto sobre la naturaleza. El título provisional es Follow the River: A People’s History of Wilderness, el proyecto favorito de un historiador friki como yo que está deseando volver a los archivos y las fuentes primarias. Tratará sobre cómo las personas oprimidas en determinados momentos históricos han huido hacia lo salvaje como una forma de resistencia. Cuando termine ese libro, espero empezar Fossil Empire. Me llevará algunos años antes de que vea la luz… y puede que me distraiga si se produce algún que otro desastre ecológico.