Ciudadanos busca el voto analógico para ganar
Quienes han estado cerca de Inés Arrimadas en la campaña saben que, a pesar de lo eficaz que resulta, no entra en sus planes rivalizar con Albert Rivera.
En shock. Así se quedaron los sociólogos responsables de las últimas encuestas publicadas cuando vieron la fuerza con la que Ciudadanos escalaba puestos en intención de voto. Todos coinciden en señalar que "si hoy mismo se celebrasen elecciones, Albert Rivera ganaría". Aunque existía una tendencia, los datos se revelaban más significativos de lo que nadie esperaba.
No es la primera vez que uno de los nuevos partidos genera expectativas por encima de la realidad. Pero hay un factor determinante para tomárselo más en serio. Por primera vez, el llamado 'voto analógico' se pone de su parte: el mundo rural, los pensionistas, obreros o las amas de casa han empezado a apoyar a Ciudadanos tanto en las encuestas como en la realidad. Todas esas personas que no están en las redes ni en Internet. Hay sociólogos que consideran analógicos a los votantes mayores de 50 o 55 años, mientras que otros hacen referencia a grupos con una educación baja y de difícil acceso a la Red.
Un ejemplo significativo es la evolución en el histórico cinturón rojo de Barcelona, que se ha vuelto mayoritariamente naranja tras las elecciones catalanas en las que Inés Arrimadas fue la más votada. Una tendencia alarmante para PP y PSOE en caso de que se propague. Durante décadas los barrios obreros de la periferia fueron del PSC, hasta que en 2015 Ciudadanos cambio el color del mapa y el 21D se ha hecho con un gran número de escaños debido a que aglutina a las tres de las comarcas más pobladas de Cataluña. "La capacidad de ser transversales, no en el sentido ideológico sino de penetración en el voto analógico y digital, es lo que definirá al vencedor de las próximas elecciones", apunta un conocido demóscopo.
Captar el voto analógico y ganar poder territorial son, por tanto, los dos retos de Ciudadanos para fortalecer su posición.
"Las circunstancias excepcionales de Cataluña no se pueden extrapolar al resto de España", comenta una de las cabezas pensantes de Ciudadanos, que no considera que sea todavía el momento del brindis. Y que se conformaría con pasar del actual 13% al 20%. En el partido de Rivera se muestran muy cautos con el subidón que les otorgan las encuestas más recientes. Ya han vivido suficientes noches electorales de frustración como para hacerse ilusiones. Aunque son conscientes de que necesitan de ese voto analógico para asentarse y también ganar poder territorial, que esperan conquistar en las municipales y autonómicas de 2019. Una Manuela Carmena o una Ada Colau al frente de una gran ciudad es uno de sus sueños.
El PP, a por uvas
Ser la fuerza más votada en Cataluña ha disparado las expectativas en el resto de España, pero a nadie se le escapa que el índice medio de volatilidad de los jóvenes partidos duplica al de PP y PSOE. Es decir, un encuestado puede asegurar este mes que votará a Ciudadanos y al siguiente que no. "Desde que en el verano de 2013 empezó la horfandad política y el no sabe/no contesta ganó cuota en las encuestas, cuando el récord en democracia estaba en el 30%, la volatilidad se disparó", recuerda un sociólogo.
A pesar de que España es un país que ideológicamente se declara de izquierdas, en las últimas encuestas eso también ha variado. Ahora la derecha suma un 50% y la izquierda un 38%. Sin embargo, el PP no parece estar entendiendo el estado de ánimo de la gente. En Moncloa se repiten como un mantra que todo ha sido culpa del voto oculto, a pesar de que los datos previos al 21-D ya dibujaban el batacazo popular. Y están volcando el cabreo post electoral con Ciudadanos, que se niega a cederles un diputado para que puedan formar grupo propio en lugar de sentarse con la CUP en el grupo mixto.
Les queda la esperanza de ser el partido más votado en las municipales dado que tienen implantación en pequeños municipios, donde se vota a al candidato más que a la marca. Justo lo contrario de lo que le sucede a Ciudadanos, que carece de dirigentes conocidos excepto Albert Rivera y, ahora, Inés Arrimadas. Rostros que no tienen intención de cambiar de cara a las próximas elecciones.
Arrimadas declina rivalizar con Rivera
Quienes han estado cerca de Inés Arrimadas en la campaña saben que, a pesar de lo eficaz que resulta, no entra en sus planes rivalizar con Albert Rivera, tal y como apuntan desde su círculo de confianza. Sus prioridades son distintas. Arrimadas es una apuesta personal de Rivera, que dejó con cara de póker a una parte del partido al principio y no tiene intención de disputar el liderazgo.
Además, el protagonismo que ha ganado resulta un plus para un partido tan personalista, con un déficit notable de líderes reconocibles. Arrimadas, con esa contundencia vestida de moderación que se ha convertido en seña de identidad, sirve para demostrar al electorado que hay vida más allá de Rivera. En las anteriores elecciones catalanas de hace dos años, el presidente del partido aparecía en la mitad de los carteles y en los sobres de las papeletas. En las de diciembre no había rastro de él. La estrategia pasaba por mostrarla fuerte y sin necesidad de tutelas.