Cine valiente
Hay espectadores a los que no les gusta el cine español. Algunos lo consideran monótono; otros no encuentran emoción en él; muchos, he oído decir, resuelven que el verdadero cine es norteamericano, siendo este el único que contemplan y que les llama la atención. Libertad de opinión y libertad de elección, eso no puedo juzgarlo.
Sin embargo, en nuestro país, como en todos, hay cineastas ineludibles; cineastas cuya obra hay que ver, por ser suyo un cine heterodoxo, cismático, valiente. Generación tras generación surgen directores brillantes, algunos más conocidos que otros, y cuyo valor trasciende la fama tal como la entendemos. El arte no siempre es reconocido.
Carlos Vermut es un director inclasificable, ajeno a corrientes o adscripciones, guiado por un sentido visual insondable, capaz de convertir una película en un ejercicio de esteticismo de primera magnitud. Cualquiera diría, a simple vista, que el idilio de Vermut con la imagen (herencia profesional como historietista) se limita al sentido estético huero, sin mayor acicate que su preciosísima ordenación de los objetos en el cuadro. Craso error. Porque la obra de Vermut (de ahí que hablemos de cine, y no exclusivamente en términos de imagen) está acompañado además por una profunda depuración narrativa, con historias llenas de obscuridad, tragedia y belleza.
El mundo del cómic se reencarna en el cine de Vermut para intercambiar sus códigos con él, creando un universo estilizado y límpido, pero no compulsiva ni matemáticamente como lo harían Kubrick, Lynch o Anderson, sino a la manera sutilmente geométrica de Kaurismäki, o la orgánica de Jarmusch o Wenders..
Su cine destila unos usos que fascinan y que, al mismo tiempo, se alejan del espectador, porque Vermut huye del costumbrismo para entroncarse con las leyes de la globalización: sus historias son españolas, pero su estética, su planificación de las escenas y la interpretación de sus actores son tremendamente japonesas. Él mismo menciona la influencia de Nagisa Ōshima (El imperio de los sentidos, Feliz Navidad, Mr. Lawrence), Hiroshi Teshigahara (La mujer de las dunas) o Kaneto Shindō (Kuroneko), y es indudable que de ellos ha captado la aparente reserva de la personalidad japonesa, en la que el conflicto acontece en un plano exclusivamente íntimo.
No obstante, es una reserva muy alejada de los cánones a los que estamos acostumbrados, de esa frialdad nórdica de Bergman o de Dreyer en la que personajes vehementes guardan las formas mientras se consumen, apenas mostrando una fractura externa. Por el contrario, los personajes de Vermut han sufrido un vaciamiento que resulta dolorosamente contenido y perturbador.
Aunque es un rasgo que ya figuraba, levemente, en su opera prima Diamond Flash, en la que, con todo, los personajes eran más intensos y palpitantes; se reveló de forma categórica en Magical Girl (Concha de Oro a Mejor Película y a Mejor Director en San Sebastián). Sin embargo, si en una película ha alcanzado cotas de auténtica genialidad iconoclasta, esta es, sin duda, Quién te cantará.
El trabajo excelente de su director de fotografía (Eduard Grau), de su directora artística (Laia Ateca) y de su directora de vestuario (Ana López Cobos), subliman el gusto estético de Vermut traduciéndolo en una película divergente, al margen de toda convención, que acompañan a una historia de permutación de identidad desconcertante.
Lila Cassen (Najwa Nimri) es encontrada inconsciente en una playa. Cuando recobra la consciencia, su asistente personal (Carme Elías) descubre que sufre amnesia, habiendo olvidado que fue una cantante de éxito que va a regresar a los escenarios tras una década en silencio.
Violeta (Eva Llorach), una camarera de Ronda, es devota de la música de Lila Cassen. Cantar sus temas es la única forma de olvidar los problemas que le atenazan, especialmente su hija Marta (Natalia de Molina), violenta e inestable. A pesar de su aparente insignificancia, Violeta se convertirá en la piedra de Rosetta de Cassen, quien le ayudará a reencontrarse consigo misma enseñándole a cantar, actuar y vivir del modo en que lo hacía.
Concebida inicialmente como una película de terror, en la que un fantasma ocupaba cuerpo y mente de una mujer, Quién te cantará es una cinta en la que la conversión de la personalidad alcanza cotas hard core. Inesperada (como todo el trabajo de Vermut), en ella quietud y agitación; serenidad y violencia se funden como Violeta y Lila, sin poder perfilar las lindes que separan unas de otras.
Su apabullante palmarés y su amplia repercusión dan cuenta de la necesidad de un cine cismático, solo apto para productores con visión y dispuestos a arriesgar en aras de una industria diferente.
Porque la inversión en una película con una banda sonora potente, una imagen perturbadora y un plano narrativo subyugante, solo es muestra de que lo único que se necesita para hacer buen cine es ser valiente.