Cine, arte y arquitectura en el Niemeyer
Qué sería del mundo sin Gaudí, sin Van der Rohe, sin Lloyd Wright o sin Le Corbusier. Qué sería del arte sin Oscar Niemeyer.
Siempre quise ser arquitecta. Ya lo he confesado en varias ocasiones. Desde que tuve conciencia me enamoré de los edificios, de su estética, de la forma en que un ser humano es capaz de trazar una línea para que esta supere la imaginación y se convierta en realidad. Encuentro trascendental el modo en que una edificación se funde con el lugar en el que está construida y el paisaje natural en el que se integra.
Una gran cantidad de cineastas se han dedicado a la arquitectura a lo largo de los años. Tampoco es casual. En cierto sentido, dirigir una película es similar a erigir un edificio: Todo nace de una idea que se plasma en un boceto bidimensional y que, finalmente, toma forma gracias a un ingente trabajo en equipo. Douglas Sirk, Luigi Comencini, Ray-Bernice Alexandra Kaiser Eames (conocida como “Ray Eames”), o los más recientes Peter Greenway, Amos Guitai, Fernando Colomo o Ila Bêka estudiaron arquitectura como base artística para su posterior carrera cinematográfica.
Tal vez por mi amor a la arquitectura admiro tanto a los cineastas que despliegan una clara predisposición a la construcción de los planos y a la distribución de los volúmenes con cierto criterio artístico. A mano alzada entre ellos se incluyen desde Wong Kar-wai a Stanley Kubrick, así como Fellini y Varda, aunque ello no implique que desdeñe a quienes ofrecen un provocativo caos visual.
Complementariamente, me siento atraída por aquellos arquitectos que, superando las limitaciones de la simple funcionalidad, se dejan seducir por los entresijos del diseño más sensual: volúmenes imposibles, líneas curvas, vanguardias o trazos irrealizables. Qué sería del mundo sin Gaudí, sin Van der Rohe, sin Lloyd Wright o sin Le Corbusier. Qué sería del arte sin Oscar Niemeyer.
Si cine, arte y arquitectura me seducen de manera individual, no cuesta entender que su eventual combinación me resulte extática, y esto es, precisamente, lo que sucede con un cortometraje español titulado Keres (2012), dirigido por Alfonso S. Suárez.
En pocas ocasiones he observado una combinación tan inteligente de guion e imagen. Escrito por Eva Gallego y el propio Suárez, el cortometraje es ahora de una pertinencia histórica sorprendente, ya que narra la guerra que el cuerpo humano establece contra todo aquello que resulta un peligro para su supervivencia.
Aunque su título alude a aquellos espíritus mitológicos que rigen el destino y sus fatalidades, en este caso una de las Keres asume el rol de narradora (la espectacular voz de María Luisa Solá). Ella nos indica que en el interior del cuerpo se desatan cruentas guerras, miedos, pasiones, fracasos y deseos. Y en todas esas batallas contra el abandono, el olvido y, sobre todo, el dolor, la vida se abre camino, luchando a favor o en contra del tiempo, según el caso.
Además de su temática, tan pertinente en este contexto, lo que sorprende sobremanera de Keres es su estética, con una puesta en escena que incluye un enclave inconfundible como el Centro Niemeyer.
Con un único espacio y un único personaje (José Luis de San Martín), el montaje y la fotografía de Juan Tizón se armonizan para superar las limitaciones del espacio y aportar una sensación de atemporalidad y de vanguardia futurista.
En puridad, ese es el efecto que causa la propia obra de Oscar Niemeyer , el arquitecto brasileño cuyos diseños siempre se adelantaron a su tiempo trascendiendo los presupuestos teóricos vigentes, con un sentido de la humanidad fuera de cualquier duda. Él mismo señalaba que las escuelas debían apostar por la Filosofía y por la Historia por encima de otras materias, para huir de engolamientos y crear “profesionales capacitados para conversar sobre la vida”. Y es esa la sensación que muestran tanto sus edificios como el cortometraje de Suárez, estableciendo una fusión entre el arte, la humanidad y la existencia.
Acompañado por la intensa banda sonora de Tchaikovski, el edificio del Premio Pritzker conversa con la producción de Suárez en un baile que nos acerca al sentido del arte en sí mismo, el del diálogo constante entre los artistas y sus obras, y la trascendencia que este diálogo tiene para el devenir humano.
No lo duden, si tienen ocasión, vean Keres, son ocho minutos y medio de impecable planificación visual.
Y cuando se pueda salir del confinamiento, no dejen pasar la oportunidad de deleitarse con el complejo arquitectónico que Niemeyer proyectó en Avilés (Asturias). No les defraudará. El éxtasis artístico está asegurado.