Seguramente has acudido a muchas bodas, todas estupendas y maravillosas y con muchos kilos de arroz y amor verdadero, de momentos inolvidables y de... ¡espera! ¿Cómo puede ser que todos los enlaces hayan sido exactamente iguales? ¿Has escuchado alguna vez a alguien decir que una boda no fuese una auténtica explosión de felicidad y emoción, con los novios más guapos y radiantes?
Ni todos los enlaces son tan especiales, no los novios los mejores del mundo y hay cosas que no se suelen decir en voz alta como...
Déjate de eufemismos y de "bueno, yo no me lo pondría, pero es muy ella". No te gusta y punto. Vale que no se lo digas a la cara, pero tampoco hace falta que te pases la boda comentando con unos y con otros que qué buen gusto tiene.
Nos quejábamos de las misas de una hora, pero en los últimos tiempos se nos está yendo de las manos el momento ceremonia civil oficiada por los amigos. Da el pistoletazo de salida el que les casa y después comienza un desfile de discursos que ríete tú del de Felipe VI en Navidad.
¿Cruel? Puede. ¿Cierto? También puede. Lo malo de las bodas de gente cercana a ti es que les conoces a la perfección. Sabes su pasado y conoces perfectamente cómo y por qué han llegado hasta el altar. No todas las bodas tienen un final feliz, Disney nos mintió. Eso es así.
Nunca llueve a gusto de todos. Y menos en lo que se refiere a souvenirs bodiles. Si nos dan unas alpargatas porque nos las dan y si no, también mal. Figuritas, abanicos, imanes, muestras de perfumes, abridores... Hay un momento en toda boda que aquello parece un mercadillo.
Que ya, que sí, que en una boda no pagas... O no directamente, porque se hace difícil estar degustando el solomillo tan tieso como una suela sin pensar en la de euros que te has dejado en ese enlace: modelito, regalo, viaje (si procede)... ¡Y encima te has quedado con hambre!