'Chemsex': cuando el colocón es un problema
El 'chemsex' no es patrimonio de hombres homosexuales. Aunque más minoritario, también hay hombres y mujeres heterosexuales, personas no binarias y trans.
El término chemsex, cuya traducción literal es sexo químico (chemical-sex), refiere un tipo de encuentro sexual, generalmente entre hombres, con un consumo exacerbado de drogas. En España también son comunes otros términos coloquiales como sesión o colocón. Se denomina slamsex o slamming cuando estas sustancias se toman de forma intravenosa para lograr un efecto más potente e inmediato.
Las sesiones suelen tener lugar en domicilios y los usuarios suelen contactarse a través de aplicaciones, grupos de Whatsapp o conocidos. Se trata de un fenómeno principalmente urbano. Su presencia es mayor en grandes ciudades, especialmente Madrid y Barcelona, aunque también se está asentando en Bilbao, Valencia y Málaga, así como en destinos turísticos tradicionalmente gais.
Las sustancias más utilizadas, mefedrona, GHB, metanfetamina o poppers, generan euforia, excitación y desinhibición. El policonsumo es habitual y también, además de alcohol, es común el uso de cocaína, MDMA, o ketamina. El resultado del cóctel son largos periodos de sexo con un colocón constante. Las sesiones pueden prolongarse horas o días, con el consiguiente consumo desacerbado y repercusiones en la salud física y psicológica.
Todavía son incipientes los estudios sobre las repercusiones de estas sustancias en la salud. Algunos estudios señalan la incidencia de brotes psicóticos relacionados con el uso de la mefedrona o la metanfetamina. Un capitulo aparte merece el GHB, cuya sobredosis produce un coma de corta duración que puede acabar en deceso. Además, un patrón de consumo continuado de GHB produce dependencia con un síndrome de privación que se inicia entre 3 y 6 horas después de la última dosis.
La percepción del riesgo disminuye drásticamente a medida que sube el colocón. Y, especialmente entre aquellos más jóvenes, la utilización del preservativo ya no es algo innegociable. El GHB, la metanfetamina o el popper impactan sobre la consciencia y percepción corporal; el sexo es más libre, más intenso, más duradero y la posibilidad de contagio se dispara con respecto a una relación al uso.
La investigación social y epidemiológica del chemsex en España es exigua. Las autoridades sanitarias comienzan a poner el foco en el aumento de contagios de VIH y otras enfermedades de transmisión sexual. En septiembre del 2019 el Ministerio de Sanidad publica el Informe sobre el Chemsex. Éste contempla algunas conclusiones muy relevantes sobre los usuarios. Entre los usuarios encuestados el 54,7% afirmaba mantener relaciones sexuales sin preservativo. Se realizaron pruebas de detección de enfermedades de transmisión sexual en el último año y cerca el 68% obtuvo un diagnóstico positivo; principalmente sífilis, gonorrea y clamidia. Además, un 15,4% se declaró incapaz de mantener sexo sin consumo de sustancias.
La orgía no es un concepto reciente. El sexo ha sido practicado en grupo y regado de alcohol (y otras sustancias) en diferentes épocas y culturas. Y no lo neguemos, supone una fantasía sexual bastante compartida. El chemsex no es patrimonio de hombres homosexuales. Aunque más minoritario, también hay hombres y mujeres heterosexuales, personas con género no binario y transexuales, que mezclan sexo con sustancias. El perfil sin embargo acostumbra a ser diferente, las relaciones suelen estar planeadas, el consumo es más moderado y las prácticas son previamente acordadas. Los riesgos para la salud por tanto son menores.
El sexo per se no debe ser concebido como algo problemático, independientemente del género o número de personas implicadas. Obviamente, tener una relación sexual, consentida y placentera, con una o cinco personas es algo que depende de la preferencia de quien lo practica. El consumo recreativo y ocasional de drogas tampoco es a priori una conducta que indique patología alguna. El problema se sitúa en el abuso o la adicción, y el impacto que pueda tener en otras parcelas de la vida del individuo.
El chemsex ofrece diversión inmediata en un carpe díem de libertad y lujuria compartida. Sexo y drogas componen una huida, un plan excitante y divertido que se convierte en autodestructivo a medida que constituye la principal escapada de una cotidianidad anodina. En el chemsex y los problemas psicológicos derivados observamos una relación ‘huevo-gallina’. Es obvio que el abuso de sustancias y una relación compulsiva con el sexo conllevan un impacto negativo en el bienestar psicológico de la persona. También lo es, que la casuística de ambas adicciones se sitúa en un entramado de variables psicológicas, sociales y biológicas. Las sesiones pueden llegar a constituir la principal forma de relacionarse, sexual, afectiva o socialmente. Los usuarios a menudo declaran tener dificultades para mantener relaciones sexuales sin drogas o problemas para establecer relaciones sexo-afectivas en otros entornos. También observamos el terrible impacto en la vida laboral, social o familiar. En una pescadilla que muerde su cola, la persona que pierde el control parte de una situación de vulnerabilidad que se ve exacerbada a medida de aumenta el consumo.
Los usuarios de chemsex no responden al patrón típico del recientemente reconocido trastorno hipersexual. Tampoco comparten perfil con otras adicciones a sustancias como la heroína o la cocaína. El usuario se identifica poco con las personas que normalmente acuden a los Centros de Atención a las Adicciones (CAD). Lo cual dificulta el tratamiento por la escasez de recursos especializados.
La conciencia del problema se suele producir cuando las prácticas están ya muy asentadas. Podemos observar aquellos que consumen de forma ocasional y con percepción de control, aquellos que a pesar del deterioro niegan la problemática, o aquellos que ya asumen que están enganchados. Reconocer y aceptar el problema, aunque doloroso, es siempre el primer paso para la búsqueda de una solución.