Casado, sin rumbo y sin brújula
No hay Lexatin en el mundo que cure la ansiedad que anida hoy en el PP.
Se agotan los adjetivos para definir la oposición del Partido Popular en momentos de tanta dificultad como a los que nos conduce esta maldita pandemia. Entre bandazos, estridencias y disparates, con Pablo Casado al timón el barco navega a la deriva. Su travesía en este primer año de legislatura no puede ser errática y desconcertante. Para nada ofrece la imagen de ser una formación política que ha pilotado los destinos de España durante catorce años desde el Palacio de la Moncloa y dista mucho de erigirse como posible alternativa.
El PP es hoy una sombra chinesca, deformada e irreconocible, muy alejada de las fuerzas conservadoras homólogas de nuestro entorno occidental. Su ‘no’ de esta semana a que nuestro país reciba los 140.000 millones de euros del fondo europeo de recuperación y resiliencia es el síntoma más evidente de que en la sede popular de la calle Génova se ha perdido el norte, el sentido de Estado y la indispensable aspiración de trabajar por el bien común. Dicho en román paladino, van como pollos sin cabeza.
Ya le costó al Partido Popular asimilar la capacidad del Gobierno de España para forjar alianzas y liderar dentro de la Unión Europea la puesta en marcha de este ‘Plan Marshall’ para hacer frente a la crisis sanitaria, económica y social provocada por el Covid-19. Es más, Casado se afanó en poner palos en la rueda de la mano de la derecha continental más insolidaria para que no vieran la luz estos recursos excepcionales. Luego, en una pirueta pantagruélica, atribuyó a su partido el éxito de la aprobación de este fondo de recuperación por parte de los 27 socios comunitarios. Por último, en otro alarde de incongruencia, ha votado en contra en el Congreso de los Diputados sin importarle poner en riesgo su recepción. Todo por darse el gusto de propiciar una derrota del Gobierno pero, de nuevo, ha fracasado en el intento. Este PP desquiciado ha actuado sin pensar en la importancia de los 140.000 millones para sacar adelante a familias, parados y sectores económicos duramente castigados por la pandemia. Cuando uno se lanza por la pendiente de la irresponsabilidad, es muy difícil frenar en seco.
No hay Lexatin en el mundo para curar la ansiedad que anida hoy en el PP. Pablo Casado y su equipo directivo manifiestan una urgencia enfermiza por recuperar el poder y viven en el espejismo de precipitar la caída del Gobierno de España en cualquier circunstancia política. No tienen estrategia, sólo un tacticismo ramplón que se desentiende de las necesidades de España y sus gentes. Se han zambullido en una realidad paralela por un mal entendido (y egoísta) instinto de supervivencia. Ciertamente, el primer partido de la oposición no está a la altura del momento histórico y, lo que es aún peor, ni se le espera en los grandes asuntos de Estado que se encuentran sobre la mesa pendientes de resolución. Están perdidos, sin rumbo, sin acierto y acomplejados por la extrema derecha. Gastan buena parte de su energías en marcar por el retrovisor a Vox, inmersos en una escalada atolondrada y sin sentido con la que no ofrecen más que crispación y derrotismo. ¿Soluciones? ¿Colaboración? ¿Consenso? Son palabras que no se hallan, hoy por hoy, en el diccionario que maneja la cúpula popular. Su única guía es ‘el cuanto peor, mejor’.
Cada derrota política de Casado acrecienta su impaciencia, dispara la hipérbole en sus discursos y amplifica su desorientación. Y es que ya acumula un capítulo importante de derrotas electorales que hace que el suelo se mueva bajo sus pies. A escala nacional, dos generales (abril y noviembre de 2019) y europeas, municipales y autonómicas (mayo de 2019). Sonoros batacazos como el de julio de 2020 en Euskadi y unas elecciones catalanas en el horizonte que tampoco auguran un resultado reconfortante para el PP. Le quita el sueño a la dirección popular un eventual sorpasso de Vox en Cataluña. Esta losa pesa mucho sobre el jefe de la oposición, que sabe que cada día está más en cuestión su liderazgo y se encuentra más débil internamente. Por eso, las prisas son malas consejeras. En lugar de parar, templar y tomar decisiones con serenidad e inteligencia política, Casado y su cohorte han pisado a fondo el acelerador hacia el precipicio. Pero el jefe de la oposición no es, ni mucho menos, un nuevo James Dean: no sólo no es rebelde, es que además no tiene causa. Ni enmienda.