La ‘Cartilla escolar antifascista’ que se salvó de la "pira purificadora" del franquismo
Libros del Zorro Rojo reedita un manual de lectoescritura y propaganda único de la Segunda República.
“Lu-cha-mos por nues-tra cul-tu-ra”, “ven-ce-re-mos al fas-cis-mo”, “la tie-rra pa-ra el que la tra-ba-ja”. Con estas frases, y no con el clásico “mi ma-má me mi-ma”, aprendieron a leer aproximadamente un millón de milicianos republicanos hace más de 80 años, durante la Guerra Civil española.
El estallido de la contienda llevó al Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes de la Segunda República (1931-1939) a elaborar una Cartilla escolar antifascista con la que sus tropas no sólo aprenderían a leer, a escribir y a hacer operaciones aritméticas básicas, sino que también se familiarizarían con las consignas republicanas.
En abril de 1937, se imprimieron 25.000 ejemplares de este manual. Seis meses después, otros 100.000. Con la victoria de los golpistas y el fin de la Guerra Civil en 1939, la dictadura franquista trató de acabar con ellos quemándolos, como tantos otros libros, en “piras purificadoras” que se llevaban a cabo en las calles para hacer desaparecer cualquier elemento considerado subversivo.
Afortunadamente, algunos ejemplares se salvaron del fuego, y ahora, coincidiendo con el 90 aniversario de la Segunda República, la editorial Libros del Zorro Rojo ha recuperado esta peculiar Cartilla, “un rara avis del patrimonio bibliográfico español”, en palabras de su editora, Piu Martínez.
“Un rara avis del patrimonio bibliográfico español”
“Su caso es muy particular, no se ha visto en otros países”, señala Martínez. “La Cartilla se repartía en el frente, en pleno conflicto, y llegaba hasta las trincheras. Allí se distribuía en forma de facticio, que contenía la Cartilla escolar, la Aritmética, los Ejercicios y un lápiz. Y, con esto, los milicianos comenzaban su tarea de alfabetización”, explica la editora. El manual era “la herramienta básica de la campaña de alfabetización” impulsada por la República.
La Cartilla tenía, además, algo “mágico”: sus proclamas políticas, por un lado, y, por otro, el arte de vanguardia impreso en sus páginas, obra del diseñador Mauricio Amster, un judío sefardí cuya labor en el Ministerio de Instrucción Púbica fue clave para preservar el patrimonio artístico de la República. “La Cartilla destila alegría tipográfica. La policromía, los fotomontajes, la tipografía… son espectaculares”, describe Martínez.
La Cartilla “permite crear un terreno de juego o espacio lúdico en medio de la administración de muerte que es la guerra, y que aquí es capaz de jugar con balas, tanques y aviones como si fuesen canicas, huevos o gallinas, a la vez que cambia la acepción de lo que normalmente entendemos por juegos de guerra”, escribe el historiador y artista Pedro G. Romero en su ensayo Nuestros bárbaros, que se incluye en esta reedición de la Cartilla.
Y luego, estaba la función propagandística del manual. “Lo que proponía [la República a sus milicianos] era: ‘Has luchado en la guerra con tu fusil, pero ahora vas a hacerlo con un libro, con el fin de alcanzar un futuro mejor para tu propio porvenir y para el futuro del país’”, parafrasea Piu Martínez.
Las instrucciones de la Cartilla lo señalan muy claramente. “El pueblo español está derrotando al fascismo con las armas en la mano. Los maestros y todos los trabajadores de la cultura deben hacer honor a este ejemplo, derrotando también al fascismo con los libros y con la pluma”, se puede leer al principio del libro.
También el ministro de Instrucción Pública de la época, Jesús Hernández, se dirige a los milicianos en una carta que incluye la Cartilla. En ella los felicita por haber aprendido a leer y a escribir “robando horas al descanso para conocer las primeras letras”, y los anima “a seguir adelante hacia la conquista de una España próspera y grande”. “Este mundo magnífico lo habéis conquistado mientras en una mano sosteníais la Cartilla y en la otra el fusil como si montárais [sic] la guardia de vuestro derecho a la instrucción”, firma el ministro republicano.
Qué es ser antifascista
Para la editora Piu Martínez, el momento actual “demandaba” la recuperación de esta obra. “Era el momento justo y necesario para darla a conocer a aquellos que no la conocían y hacer un pequeño homenaje a un libro de estas características en una época en la que la gente que nos gobierna parece haberse dado un golpe en la cabeza, porque todavía no sabe cuál es el lado bueno de la historia”, sostiene. “Creo que la Cartilla viene a aclararlo, y que es muy necesaria”, afirma.
Por si alguien no ha atado cabos todavía, Martínez aclara que “el lado bueno de la historia es el antifascismo, siempre”. ¿Y qué es ser antifascista? “Creer en la libertad, creer en el apoyo mutuo y en la conciencia solidaria”, responde la editora. “Son muchísimas cosas, pero todas ellas necesarias para ser ciudadanos libres e iguales”, apunta.
Martínez considera que no se ha reivindicado lo suficiente la labor alfabetizadora de la Segunda República, proclamada el 14 de abril de 1931. “Ojalá hubiera ahora algo semejante a las campañas de lectura de entonces”, exclama la editora.
“Con la República hubo un montón de iniciativas de renovación pedagógica: empezaron a funcionar las Misiones Pedagógicas, las bibliotecas populares, hicieron llegar la lectura a adultos y a niños a las escuelas, a los pueblos, a las zonas más rurales”, enumera. “La educación era la herramienta del futuro y el motor de cambio de la República, lo que les iba a permitir seguir todos sus anhelos”, dice. “Querían cambiar las cosas para hacer una escuela de libres e iguales, para alejar el catolicismo del aula y convertirlo en una educación laica”.
La reedición de esta Cartilla es una forma de poner su “granito de arena” en la recuperación de la Memoria Histórica, sostiene Martínez. “Ahora se nos llena la boca hablando de Memoria Histórica, pero no se nos ha contado bien todo el trabajo que hubo [durante la República] y que, en buena parte, nos ha dado lo que somos ahora”, defiende. “Hoy tenemos una escuela laica, para niños y niñas, y todo esto no surgió de la nada; fueron cambios que vinieron de ese momento”, señala Martínez.
En ese sentido, sostiene la editora, “la democracia española tiene cierta cojera”. “En el resto de Europa, el fascismo se erradicó. Pero en España parimos una democracia sin haber erradicado el fascismo, y eso hace que 90 años después tengamos que recordar todavía qué es el fascismo y cuál es el lado bueno”, dice.