Carta de despedida al cura de pueblo de la carta a Pablo Iglesias
Decían todos que habían mandado a nuestra zona un cura un tanto crítico con las altas esferas y que, encima, era progresista y cercano al 15-M.
Estimado cura:
Cuando te conocí, yo residía en el pueblo de los viticultores y llevabas ya un tiempo breve instalado no lejos de allí, en el pueblo de los relojeros. Corría el año 2014 y estabas al inicio de una misión de unos cinco años.
Tus superiores te habían destinado allí, no sé si a modo de escarmiento o porque toda parroquia necesita a un pastor para guiar a sus feligreses y, de todos los pastores, tú eras el que menos encajaba en el molde. Hablo del molde que tu ostentosa empresa ostenta para forjaros a ti y a tus semejantes antes de destinaros hacia vuestras misiones. Dicha empresa, porque lo es, es la Iglesia católica.
Hasta entonces, entre el deísta Voltaire, el nacido protestante —pero convertido al catolicismo y al protestantismo otra vez— Rousseau, y el ateo Diderot, me sentía identificado más bien con el tercero. No te precipites, ¡que eso no ha cambiado! Ahora bien, mi nivel de intolerancia hacia quienes creen y acuden a misa en búsqueda de fe o su renovación ha disminuido. Tal vez la madurez de la edad y la experiencia hayan influido en ello, pero puede que el conocerte también, pater.
Decían todos que habían mandado a nuestra zona un cura un tanto crítico para con las derivas de las altas esferas y jerarquía de tu gremio y que, encima, era progresista y cercano al 15-M. Escuchaba esas platicas de bar con cierta perplejidad pensando que debería conocer al sacerdote en cuestión que solo podía haber aterrizado en nuestras tan remota y aislada zona por error como un OVNI extraviado. Llegó ese día y pude comprobar que te alejabas del típico cura de toda la vida. Salías por los bares y siempre estabas dispuesto a echar unas cuantas risas en medio de una charla muy profunda sobre la evolución (y posterior deriva), de Podemos o sobre la gran estafa de la transición a la “democracia”. Veíamos las cosas de una manera relativamente similar en el plano político, pero tú eras católico y trabajabas para el enemigo. No obstante, eras un crítico de los de “desde dentro”. Por ello, solo pude, desde la primera hora, quitarme el chapeau.
Por ser como eres, muchos te cogieron cariño, sobre todo, en el pueblo de los viticultores. Se trata de gente más hereje que beata, pues la iglesia del pueblo se ve muy vacía la mayor parte del tiempo. Sin embargo, esas personas te tienen un aprecio especial y te han preparado el homenaje que te mereces como cura que, a mi parecer, más ha beneficiado a la población de la zona, en su conjunto, en la época reciente. En las zonas castigadas por su aislamiento y el envejecimiento y muerte de sus gentes, hace mucho más un cura que sabe ser altruista, buen compañero, amigo y un ser humano de excepción y muy sociable que un hombre de negro con alzacuello permanente, chapado como los de antes, que no tiene entidad propia ni social fuera de su única función como párroco. Pienso que curas como tú contribuyen a limitar la decadencia de la Iglesia católica y su ineluctable desaparición. Lamentablemente, otros tienen una lectura diferente.
Por ser como eres muchos te criticaron, sobre todo en el pueblo de los relojeros. Hay allí más gente practicante que acude con regularidad a misa, pues es la más importante de la zona, consagrada, además, por el cardenal Belluga en el siglo XVIII. Ciertas personas no veían de un buen ojo que expusieses tu vida privada y tiempo de ocio como cualquier vecino. El hecho de que te posicionases públicamente en el plano político tampoco era de su agrado. Al fin y al cabo, tú te comportabas como cualquier joven español de treinta años, pero eso no era tolerable en un hombre de iglesia. El cura ha de ser única y exclusivamente cura.
Pienso que, en la medida en la que tú podías, le diste una gran patada a las reminiscencias de un país reaccionario que sobrevive no mal en la España rural y sigue viendo con recelo que la mujer opine y folle libremente, el homosexual viva su sexualidad a su libre antojo y el cura sea una persona que, aparte de ejercer su misión como guía espiritual, hable de política o temas societales en el bar en medio de chistes y de todos los demás.
Pronto andarás repartiendo tu bondad y gran inteligencia muy lejos, en Centroamérica. Te deseo que seas muy feliz allí y sepan apreciar tus cualidades. No supe expresarte mi agradecimiento la última vez que nos vimos por estar yo en un estado anímico deplorable. Lo hago ahora a través de esta misiva. Precisamente, en el entierro de mi madre, el cual fue tu último trabajo en la parroquia, tuviste la (in)decencia de pedir perdón a quien se había sentido ofendido por algo que hubieses podido decir durante los años de tu estancia. Quiero decirte, querido, que yo no te perdono porque no se ha de perdonar a quien ha querido a sus feligreses y los ha irradiado con generosidad, humildad y tolerancia. No sé tampoco si quiero perdonar a quienes te han juzgado ruinmente, han pretendido moldear tu tiempo de ocio y tu persona y no han sabido captar tu mensaje de justicia e igualdad, de progreso y modernidad y de respeto y tolerancia. Pidiendo disculpas aquel día, pater, inclinaste la otra mejilla, pues llevabas la otra desgastada de tantas hostias y eso demuestra una humildad sin límites.
Gracias,
“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lucas 23, 34).
Matías Valiente