Carmen, si paras la ley trans tienes mi voto
Esto no es una oposición entre gente que defiende a las personas trans y gente que no las defiende.
Ya sé que sólo es un voto y no vale gran cosa. Pero tengo la sensación de que también tendrías el de muchísima más gente. Es cierto que las cámaras de eco en que se han convertido las redes sociales nos hacen pensar que tenemos más apoyos que los que verdaderamente tenemos. Pero me precio de poseer más vida fuera de Twitter que dentro y no sesgada por afinidad ideológica. El tema empieza a llegar a la calle. Si tenéis el coraje de plantaros ante la pseudoizquierda posmoderna e irresponsable -tan bien representada por el borrador de ley trans firmado por Podemos-, si cortáis de raíz el daño que se puede hacer a los adolescentes y las mujeres en nombre de entelequias identitarias, estoy seguro de que la gente sabrá premiar esa muestra de política sólida y madura que no tiene miedo a ser momentáneamente impopular. Hay mucha gente huérfana en la izquierda, ansiosa por encontrar un motivo para no abstenerse, aunque fuera un solo punto al que agarrarse. Podría ser éste.
Porque no es incompatible la ayuda a los adolescentes que están sufriendo a causa de problemas emocionales vinculados a su género con la prudencia y el respeto al conocimiento científico más básico. Pero sí es incompatible el feminismo con el terraplanismo, los intereses big pharma y una definición de la condición femenina centrada en experiencias íntimas cambiantes e inverificables. Esto no es una oposición entre gente que defiende a las personas trans y gente que no las defiende, sino entre dos opiniones acerca de cuál es la mejor forma de defenderlas: una que analiza la cuestión observándola y conceptualizándola correctamente, interviniendo con la misma lógica con la que desde la psicología se intenta ayudar a las personas que sufren todo tipo de problemas; y otra que reacciona ante este fenómeno a golpe de demagogia, adanismo y eslóganes -el votante, perdón, el cliente siempre tiene la razón-.
Eso sí, no vale hacer trampa, Carmen. Nada de arreglos cosméticos. No vale aprovecharse de que el punto de partida de Podemos al comenzar el regateo es desorbitado, para retirar los puntos más descabellados del borrador y anotarse el mérito de haber rebajado la ley de “delirante” a “pésima”. No se trata de pulir detalles, sino de negar la mayor, la petición de principio sobre la que se levanta el proyecto interesadamente filtrado: la idea de que los registros administrativos deben recoger sentimientos íntimos relacionados con los estereotipos sexistas, y que dichas experiencias subjetivas han de prevalecer sobre otros elementos objetivos a la hora de identificar oficialmente a un miembro del Estado español. Tras esa petición de principio hay toda una conceptualización del ser humano, toda una antropología, sociología, psicología, en una palabra: toda una política. Y no precisamente progresista.
Piénsatelo. Haz números. Calcula con cuál de las dos opciones maximizas el balance entre votos ganados y perdidos. Mira lo que ha pasado en otros países. Intenta, por favor, no ceder al hecho de que en las coaliciones de gobierno es frecuente que el grupo mayoritario necesite más al minoritario que viceversa. Entiendo que éste es un tema muy específico, quizá de no tan amplio alcance como las grandes cuestiones económicas o políticas, pero, a la vez, es el pequeño canario en la mina de carbón cuya muerte detecta que la irracionalidad ha invadido ya por completo al gobierno de mi país. Es suficientemente significativo como para decidir qué papeleta meteré en la urna. Vivimos épocas de incertidumbres y celebraré con mi voto la esperanza cierta que supondría la supervivencia del canario al final de la legislatura.