Canadá se une a la creciente lista de países en los que reina la desinformación electoral
Se ha apoderado del país una política sucia y divisiva que rara vez se había visto allí.
Una avalancha de teorías conspiranoicas ha invadido las redes sociales de Canadá a lo largo de las últimas semanas difundiendo rumores sobre un presunto escándalo sexual del primer ministro, Justin Trudeau, y un complot del Gobierno para impedir que un periódico nacional se hiciera eco de ello. El partido de la oposición, el Partido Conservador de Canadá, ha echado más leña al fuego insinuando en un comunicado de prensa que se estaba produciendo un infame encubrimiento. El rumor era absolutamente falso, pero Trudeau se vio obligado a salir pronto a desmentirlo públicamente.
Las campañas políticas de Canadá suelen ser breves y sosegadas (en comparación con las de sus vecinos del norte), pero en esta ocasión las conspiraciones y falsedades se han extendido por doquier, ha aumentado el acoso a los periodistas y ha habido grupos de extrema derecha que han tratado de secuestrar la conversación política. Se ha apoderado del país una política sucia y divisiva que rara vez se había visto y Canadá, así como buena parte del resto del mundo, se ha convertido en un lugar en el que la desinformación predomina por encima de las elecciones.
Las conspiraciones y los insultos que circulan por internet con motivo de estas inusitadas elecciones, en las que Trudeau ha tenido que defenderse después de que salieran a la luz unas fotografías suyas con el rostro pintado de negro, no solo han enturbiado la realidad de los votantes, sino que también han dado pie a amenazas tangibles. Trudeau acudió a una manifestación con un chaleco antibalas puesto por motivos de seguridad, una auténtica vergüenza para la política canadiense. Hasta los canadienses de a pie están pagando las consecuencias. Después de salir en The New York Times, una familia de refugiados sirios lucha ahora por mantener abierto su restaurante en Toronto por las amenazas de muerte que sufre debido a la participación de su hijo en una tensa protesta contra un candidato contrario a la inmigración.
Los bulos y los rumores que circulan por internet para confundir a los votantes son muy específicos, pero las tácticas y los métodos de difusión son similares a los que ha habido en Estados Unidos, Reino Unido, Brasil y muchos otros países de todo el mundo. Canadá era uno de los pocos lugares que no había caído en esta clase de perversión y engaños que últimamente infectan las campañas electorales. Las plataformas de redes sociales y las aplicaciones de mensajería instantánea han creado unos medios extremadamente eficaces para los políticos y grupos que quieren influir en las elecciones distorsionando los resultados, exacerbando las emociones de sus votantes y creando cámaras de eco políticas. Entretanto, los estrategas políticos se han aficionado a estirar la verdad al máximo en sus campañas.
“Lo triste es que ves que en muchas otras partes pasa lo mismo, y en muchos casos, exactamente con el mismo contenido”, comenta Claire Wardle, fundadora de First Draft News, una organización que monitoriza la desinformación en campañas electorales de todo el mundo. “Los que actúan mal saben qué es lo que funciona”.
Lo que empezó como grupos aislados de internet que trataban de filtrar información falsa en la conversación política se ha convertido en un libreto muy detallado que se está siguiendo en todo el mundo, asegura Wardle.
Los grupos que lanzan informaciones sin ningún fundamento en las redes sociales han descubierto que sus bulos pueden llegar a personas con un gran número de seguidores, como el presidente Donald Trump, quienes lo amplifican para un público que de otro modo no habrían alcanzado.
Los políticos y sus estrategas también han descubierto que pueden evitar todas las consecuencias de dar voz a esas conspiraciones, ya que muchos de sus seguidores están en cámaras de eco y los medios afines regurgitan cualquier cosa que digan. La regulación de las plataformas de redes sociales no ha servido para frenar esta mala práctica, de modo que la desinformación política sigue eludiendo las normas de estas compañías. Por ejemplo, Trump puede tuitear mentiras flagrantes para que las muevan sus bases, que solo verán mensajes que apoyan su postura y que habrán asimilado esas falsedades antes de que sean desmentidas.
“No hay ninguna regulación y apenas hay vergüenza pública, porque lo más probable es que tus seguidores no se topen con ninguna otra publicación que les diga que lo que acaban de ver es falso o engañoso”, advierte Wardle.
Trump ha sido uno de los grandes beneficiados de la expansión de la desinformación, de los medios de comunicación partidistas y del uso de las redes sociales para difundir falsedades y distorsionar la realidad, pero también se han aprovechado otros movimientos nacionalistas y populistas de todo el mundo.
En el Reino Unido han surgido teorías de que el Gobierno cuenta con yacimientos petrolíferos ocultos y en 2014 empezaron a surgir acusaciones de partidismo hacia la BBC con motivo del referéndum de independencia de Escocia. Casi dos años después, antes de la votación del Brexit, los grupos populistas de derechas que defendían que dejar la Unión Europea era la mejor opción difundieron informaciones xenófobas y falsas para alimentar el sentimiento contra la inmigración. El ejemplo más claro tuvo lugar en la campaña Vote Leave (a favor del Brexit), en la que participaba el actual primer ministro, Boris Johnson. En esta ocasión, pusieron en marcha un autobús con el argumento ya refutado de que el Reino Unido paga cada semana a la UE 350 millones de libras que estarían mejor invertidos financiando el Servicio Nacional de Salud.
Las elecciones de Francia de 2016 también fueron un ejemplo en el que los candidatos de extrema derecha compartieron noticias de medios de comunicación sospechosos, con acusaciones tan graves como que el presidente Emmanuel Macron se financiaba a través de Arabia Saudí. En las elecciones para el Parlamento Europeo de este año, hubo vídeos y bulos contra los inmigrantes que se difundieron por todo el continente.
Las plataformas de las redes sociales no solo se han utilizado con fines maliciosos, sino que estas mismas les han proporcionado a los políticos las herramientas que necesitaban para difundir su desinformación y les han enseñado a seleccionar de forma efectiva a su público objetivo. En 2016, Facebook fletó un avión a Filipinas para instruir a los candidatos electorales, incluido el actual presidente autoritario Rodrigo Duterte, quien construyó en poco tiempo un aparato de difusión de mentiras, como la existencia de una grabación sexual de un político rival. Desde que ganó esas elecciones, Duterte ha seguido utilizando la plataforma para apoyar su campaña de ejecuciones extraoficiales.
Entretanto, Facebook y otras redes sociales no han conseguido frenar las potenciales radicalización y desinformación que han propiciado sus plataformas. Han puesto en marcha grandes equipos para combatir la desinformación y el extremismo, pero todavía se les sigue escapando contenido peligroso.
“Estas plataformas reconocen que la publicidad era su modelo de negocio, pero no ven ninguna diferencia entre un anuncio de pasta de dientes y un anuncio político”, señala Wardle. “De repente dijeron: ‘Mierda, no nos hemos dado cuenta de lo que estamos creando’”.
YouTube e Instagram han contribuido de forma similar a este flujo de desinformación premiando en forma de tráfico con sus algoritmos los contenidos falsos y emocionales. Un informe encargado por la Comisión Selecta del Senado sobre Inteligencia de EEUU desveló que Instagram era “posiblemente la plataforma más eficaz” para las “granjas de trolls” vinculadas a la injerencia rusa en las elecciones que proclamaron presidente a Donald Trump.
Sin embargo, las campañas de desinformación más peligrosas quizás no sean las más llamativas. Los grupos privados de Facebook y de las aplicaciones de mensajería instantánea están plagados de bulos, pero son más complicados de desmontar y rastrear. El presidente de extrema derecha de Brasil, Jair Bolsonaro, subió al poder en 2018 gracias a una campaña masiva en WhatsaApp que viralizó conspiraciones y rumores sobre sus oponentes. Un candidato progresista se vio obligado a negar acusaciones de pedofilia después de que los simpatizantes de Bolsonaro compartieran dicha acusación sin pruebas a través de la plataforma.
En las elecciones generales de India de hace unos meses también predominó la difusión indiscriminada de bulos y mensajes de odio por WhatsApp, incluida propaganda antislámica, sondeos falsos, acusaciones de financiamiento del terrorismo y vídeos sacados de contexto para ilustrar informaciones falsas.
Ahora que Canadá se acerca al 21 de octubre, día de las elecciones generales, circulan bulos similares en grupos privados de las diversas plataformas de mensajería. La semana pasada salió en la aplicación de mensajería WeChat un anuncio dirigido a la población canadiense de origen chino (el 5% de la población del país) que afirmaba de forma falsa que el Partido Liberal de Canadá “legalizaría las drogas duras” si salía reelegido. La imagen que acompañaba el bulo llevaba el logo del Partido Conservador y en el anuncio se podía leer que había sido autorizado de forma oficial, pero los conservadores han rechazado afirmar o desmentir que estén detrás de la campaña.
Cuantificar los efectos exactos de esta desinformación es complicado, pero el objetivo ni siquiera es necesariamente cambiar la opinión de la gente ni engañarles para que se crean los bulos, indica Wardle. Aunque existe preocupación por los posibles engaños tecnológicamente avanzados —como la fabricación de noticias falsas—, son los bulos baratos y las imágenes falsas los que suelen difundirse en masa por las redes. El resultado es una lenta degradación de la verdad que hace que los votantes se aferren a cualquier información que refuerce sus creencias previas y remueva sus sentimientos, ya sea en Canadá, Brasil, Estados Unidos o India. Cuando la gente comparte esta desinformación, a veces sabe que no es cierta, pero lo que ve es una oportunidad de reforzar sus creencias.
“La gente tiene con la información una relación visceral, no racional”, concluye Wardle.
Este artículo fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.