Cambio de foco: la llegada de un septiembre rotundo
En este tiempo en el que quizás somos más sensibles a la crispación, a la insatisfacción colectiva, al vacío que deja la incertidumbre, al dolor de personas a las que se les arrebata la voz...
Septiembre es un mes de ruptura; mes de reflexión, de comienzo y de final, de despedida y cierre como dice la canción, pero también de bienvenida y apertura de ciclo. Septiembre sin duda es la “vuelta al cole” y también la vuelta a los buenos propósitos que nos marcamos en un enero ya lejano.
Intentamos retomarlos con la angustia de ir con retraso, pero con el optimismo de que nunca es tarde si la dicha es buena. Y al son del refrán, hacemos parada técnica para pensar qué más, para reflexionar sobre qué importa en este año en el que la vuelta a lo de siempre la vivimos casi como el regreso a una bendita rutina, esa rutina que la pandemia nos había robado y la andábamos buscando casi sin rumbo, casi sin descanso.
Cada septiembre lo arranco con una mochila llena de buenos propósitos. Pero este año siento que septiembre me ha traído algo más que las primeras hojas del otoño y la sorpresa al ver los primeros décimos de la navidad. Me ha traído la profunda convicción de que llevo años equivocada. Y error no por ignorancia, sino por falta quizás de reflexión, quizás de comprensión, quizás de vivencia. Equivocada en la forma y en el fondo, equivocada en la mirada, equivocada en el foco.
No consigo comprender por qué siempre buscamos lo que no tenemos, por qué no apreciamos lo que sí tenemos, por qué cuando hemos conseguido lo que queríamos simplemente no lo vemos. No consigo comprender por qué no valoramos lo esencial.
En esta época en la que buscar la felicidad se ha vuelto un mantra, me confundí. Esa afirmación de “quiero ser feliz” la hice tan mía que no vi lo que de verdad importa. Quizás me había acomodado en un bucle, sin sentir que ya me tenía atrapada en una insatisfacción crónica a la que había disfrazado de perfeccionismo. Porque en la búsqueda frenética de esa felicidad en la que sentimos muy dentro y muy cerca el tic tac de la cuenta atrás, me olvidé de que lo esencial no era ser feliz, sino hacer feliz.
En ese “no somos nada” que dice la expresión y nos lo decimos casi a la vez que suspiramos, como afirmando lo innegable, hay un algo de rotundo y un mucho de incierto. Y es que hay personas que sí son mucho, que nos dejan huella imborrable e indeleble, que son recordadas desde muy dentro, que no son reemplazables. Porque, como dice mi querido amigo Miguel, uno es uno y no cualquiera…y en ese buscar no ser cualquiera, ya no quiero mirar tanto adentro… quiero ver lo que de verdad importa en este septiembre que se presenta como un torbellino vital, con otro color, con otro brillo. Con otro foco.
En este tiempo en el que quizás somos más sensibles a la crispación, a la insatisfacción colectiva, al vacío que deja la incertidumbre; más sensibles al dolor de personas a las que se les arrebata la voz, a la falta de solidaridad y al egoísmo, a la injusticia de maltratar a la persona diferente, siento que más que nunca poner el foco en ese “hacer feliz” a los demás, sin más pretensión ni menos que ayudar, es mi gran comienzo de septiembre.