Brassens, Valéry, Sète y sus cementerios
Representan ideas distintas, o así lo parece, al tiempo que reivindican un mismo lugar de descanso frente al mar Mediterráneo que bañó sus días de infancia.
Se cumplen estos días 150 años del nacimiento de Paul Valéry, 100 del nacimiento de Georges Brassens y 40 de su muerte. Traigo a los dos a este artículo porque ambos nacieron en la preciosa localidad marinera de Sète en el Languedoc, cerca de Montpellier, y porque ambos descansan en sendos cementerios del pueblo costero donde nacieron.
La tumba de Valéry se encuentra en el Cementerio Marino, con mejores vistas al mar y menos masificado que el de Le Py, donde se encuentra la sepultura de los Brassens. Los traigo a colación porque representan ideas distintas, o así lo parece, al tiempo que reivindican un mismo lugar de descanso frente al mar Mediterráneo que bañó sus días de infancia.
Podrían parecer personajes tan opuestos que hasta fueron enterrados en dos cementerios tan diferentes como el histórico de Saint Charles, rebautizado como Marino precisamente por un poema de Valéry, mientras que Brassens tiene su tumba en un panteón, colmado de familiares, a los cuales no podrá reclamar apartarse un poco para hacerle sitio, tal como reconoce en su canción Súplica para ser enterrado en una playa de Sète.
Pero sobre todo escribo sobre ellos porque, aunque la música, la pintura, la poesía, cualquier forma de arte, no parece que hayan cambiado el mundo lo suficiente como evitar casi ninguno de los grandes desastres por los que se ha despeñado la humanidad, sin embargo esas poesías, esa música, ese arte, actúan como banderines de enganche para alimentar nuestra voluntad de resistir y mejorar el lamentable estado de las cosas.
No conviene olvidar que un aparente conservador como Paul Valéry es el resultado de un enfrentamiento con sus propios monstruos, un esfuerzo por separarse y reencontrase con su espíritu y desentrañar el lenguaje. Un hombre que inspiró a escritores, filósofos, pensadores, como Adorno, T. S. Eliot, Jacques Derrida, Octavio Paz, o el propio Walter Benjamin.
El químico Ilya Prigonine llegó a afirmar un buen día que todas las teorías de la física moderna se encuentran ya en las formulaciones de los 261 cuadernos escritos por Paul Valéry a lo largo de su vida en las más intempestivas horas de la madrugada.
Un esfuerzo personal comparable al desplegado por Georges Brassens, cuyas canciones, reflexiones y poemas huyen de la pureza y el hermetismo que podemos admirar en Valéry, pero que no por ello pueden ser consideradas de menor calidad, hasta el punto de hacer exclamar a Fernando Trueba que las canciones de Brassens contienen todas las respuestas a todas las preguntas de la vida y también, al revés, contienen las preguntas para todas las respuestas.
Escuchemos por un momento a Valéry en su Cementerio Marino, rodeado de pinos, palomas, tumbas, frente al mar siempre recomenzado.
Templo del Tiempo, que un suspiro cifra,
subo a ese punto puro y descanso
todo envuelto en mi mirar marino;
así a los dioses en mi suprema ofrenda,
el destellar sereno va sembrando
un desdén soberano en las alturas.
Todo traductor, traidor, pero también recreador, si quien traduce ha entrado de lleno en la mirada, la perspectiva y la voz del escritor. Aún así, traducidos, hermosos versos estos que nos llevan por el camino de la muerte en el paisaje marino. En otro poema, de nuevo Valéry:
Es muy breve el tiempo del gozar,
temblad mortales, porque soy tan fuerte,
que éste bostezar mío, eterno,
es hambre mía de vuestra muerte.
Bellos, magníficos, poderosos versos, pero vayamos a Brassens, sin salirnos de su Súplica en la que pide:
Justo al borde del mar, a dos pasos del oleaje azul
cavad si es posible un pequeño y cómodo agujero,
un pequeño nicho.
Cerca de mis amigos de la infancia, los delfines,
a lo largo de esta orilla donde la arena es tan fina,
en la playa de la Cornisa.
Para cuando Brassens escribe estos versos hace años que ha muerto ya Valéry, y cuando pide ser enterrado en la playa de Sète lo hace desde el reconocimiento personal del valor humano y poético de la obra de su paisano:
Con todo respeto hacia Paul Valéry
yo como humilde trovador voy más allá,
el buen maestro me lo perdone.
Y que al menos si sus versos valen más que los míos,
mi cementerio sea más marino que el suyo,
y no moleste a los autóctonos.
Creo que escribe utóctonos, porque rima en francés con perdone (autochtone, pardonne), donde podría haber puesto indígena, natural, aborigen, vernáculo, originario, nativo, oriundo, pero no autóctono, nacido, criado, hecho y derecho, o torcido, en la villa marinera de Sète y sus hermosos canales.
Lo que nadie puede negar es que Paul Valery y Georges Brassens son tremendamente modernos y atractivos, no de esa modernidad pacata y teledirigida, la de la precariedad de las vidas, la de la mezquindad de los actos, la de la miseria de las ideas.
El uno aparentemente conservador, pero formidable y audaz en sus convicciones y propuestas apasionadas, el otro libertario, azote del poder y de los poderosos, el poeta, moderno trovador, que tomó en sus manos la guitarra para que su mensaje llegase a nosotros, claro, directo, atractivo, turbulento, perturbador y apasionante.
Quien lee a Valéry, quien escucha a Brassens, no puede seguir adelante sin sentirse interpelado por estos dos maestros, educadores, creadores, que no cambian el mundo con sus palabras, pero que nos hacen salir de nosotros mismos para ver lo nos rodea, ya sea vieja, o nueva y engañosa normalidad, desde otra perspectiva, juzgar nuestras instituciones, nuestras organizaciones y a nosotros mismos, para ocuparnos de algo más que de nuestra mediocridad, nuestro poder, nuestra riqueza.
Son días de felicitamos por su memoria. La de dos hombres que no tuvieron cargos, ni potestas, pero vivieron orgullosos de la auctoritas que supieron conquistar.