Con la Iglesia hemos topado, Joe: el cerco de los obispos ultras por su defensa del aborto
El ala más conservadora de la Iglesia católica norteamericana va a por Biden, católico él mismo, amenazando hasta con una excomunión que sólo el papa puede conceder.
Los obispos norteamericanos quieren negarle la comunión a Joe Biden, una jugarreta para el primer presidente católico de Estados Unidos en 60 años, que evidencia un hondo empeño en cercarle y castigarle por su defensa del aborto. No lo lograrán, porque necesitan que el veto sea ratificado por el Vaticano y Roma, justo, tiene planes en los que quiere trabajar con Washington. Los prelados disparan doble: a por Biden y a por el papa Francisco, los dos católicos de más alto perfil del mundo.
La Conferencia de Obispos Católicos de EEUU ha aprobado por 168 votos a favor, 55 en contra y seis abstenciones, una propuesta para redactar un conjunto reflexiones sobre la eucaristía, que podría materializarse, en la práctica, en negarle la comunión a cualquier político católico -en su inmensa mayoría demócratas como Biden- que se oponga a sus postulados. La idea inicial era redactar un texto que reflejase la preocupación de los obispos por el paulatino declive en la asistencia de fieles a misa, así como por la forma en que éstos entienden el sacramento de la comunión.
Sin embargo, tras la polémica al entenderse que el documento era un coladero para dejar a Biden sin el cuerpo de Cristo, los obispos han tenido que salir a puntualizar su proyecto. Dicen que su objetivo no es vetar a nadie, que no hay “naturaleza disciplinaria”, sino “crear una mayor conciencia entre los creyentes” sobre el poder de la Eucaristía y explicitar que es “responsabilidad de todos los católicos” vivir de acuerdo con ella.
El Vaticano ya en mayo pasado advirtió en una carta a los obispos estadounidenses que su propuesta podría “convertirse en una fuente de discordia en lugar de unidad”.
Biden, tras conocer la iniciativa, quiso llevarla al terreno de la fe y así quitarse el problema de encima. “Es una cuestión privada y no creo que vaya a ocurrir”, dijo sobre la excomunión. El presidente no sólo es creyente, sino practicante, acude a misa cada domingo, incluso si está fuera de EEUU, como se vio en Reino Unido en la cumbre del G7 del mes pasado. En su discurso de la victoria en las elecciones de noviembre, citó el popular himno católico romano On Eagle’s Wings y en su discurso inaugural en enero citó a San Agustín. A menudo lleva consigo un rosario que perteneció a su difunto hijo, Beau.
La comunión ya la se la negaron una vez en Carolina del Sur en 2019, causándole un profundo dolor según sus allegados. “Cualquier figura pública que defienda el aborto se pone a sí misma fuera de la enseñanza de la Iglesia”, dijo el cura que tomó la decisión. Desde entonces, dice la prensa de EEUU, sus asesores eligen bien dónde irá si un domingo se sale de sus parroquias habituales, para no tener más sorpresas.
La clave del enfado
A los obispos ultras lo que más les enfada de Biden es su postura sobre el aborto. El demócrata está “comprometido” con la protección de este derecho en el país, que emana de un fallo de 1973 del Tribunal Supremo y que podría peligrar por la actual mayoría conservadora en esta corte. Explicó que, independientemente de la decisión que adopte esa instancia judicial, el mandatario tiene el compromiso de blindar Roe v. Wade, el fallo por el que se reconoció el derecho a abortar en 1973.
El Tribunal Supremo ha anunciado recientemente que examinará una ley que restringe el aborto en el estado de Misisipi, en una decisión que muchos ven como una vía abierta para socavar este derecho, dada la abrumadora mayoría de jueces conservadores en esta corte. El caso es sobre una ley aprobada en 2018 por el Congreso de Misisipi, de mayoría republicana, que impide el aborto después de la decimoquinta semana de gestación.
Los portavoces de Biden eluden respuestas sobre esta causa, hablan del derecho de las mujeres a decidir como algo esencial en el imaginario de su jefe o confirman que “discrepa respetuosamente” con la negativa de la Iglesia a investigar con tejidos fetales, que con la nueva etapa en la Casa Blanca vuelve a estar financiada con dinero público.
“Yo acepto la posición de mi Iglesia sobre el aborto como una doctrina De Fide [de fe]. La vida comienza en la concepción. Ese es el juicio de la Iglesia. Yo lo acepto en mi vida personal. Pero me niego a imponerlo en cristianos, musulmanes y judíos igualmente devotos”, dijo Biden durante un debate en la campaña electoral de 2012, cuando se postulaba a la reelección como vicepresidente de Barack Obama. “No creo que tengamos el derecho de decirle a otras personas, a las mujeres, que ellas no pueden controlar sus cuerpos. Esa es una decisión entre ellas y su médico, en mi punto de vista, y la Corte Suprema. Yo no voy a interferir con eso”, agregó. Su postura, indican sus asesores, no se ha modificado al llegar al Despacho Oval.
Los derechos LGBTQ son otro punto de controversia. El papa fue noticia en octubre pasado cuando respaldó las uniones civiles entre personas del mismo sexo. Biden es un aliado aún más liberal, que respalda el matrimonio entre personas y era más lanzado con ello que el propio Obama. Otra cosa que no gusta a los obispos que se tapan la nariz sólo con que el debate salte a la palestra.
Más extremos
Las constantes referencias a la Biblia o los elogios a los curas y monjas de sus colegios no le están sirviendo mucho a Biden ni a colegas de partido igualmente católicos como Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes, o John Kerry, exsecretario de Estado y ahora enviado especial para el clima de Biden. Lo cierto es que la jerarquía de la Iglesia católica en EEUU se está escorando aún más a la derecha, al igual que los votantes, un fenómeno consolidado en los cuatro años de legislatura del republicano Donald Trump.
Seis de cada 10 votantes católicos blancos no hispanos -los más influyentes- son ahora mismo republicanos, frente a los cuatro de cada 10 que eran en 2008, según el centro de estudios Pew. Entre los evangélicos blancos no hispanos, un pilar del Partido Republicano, ocho de cada 10 votaron por Trump tanto en los comicios de 2016 como en 2020. Las políticas contra el aborto y el nombramiento de hasta 200 jueces federales derechistas se lograron gracias a católicos en buenos puestos de la Administración Trump, como Pat Cipollone, exabogado de la Casa Blanca, Mick Mulvaney, exjefe de gabinete de la Casa Blanca, y Kellyanne Conway, exconsejera de Trump.
Reforzados por ese incremento, aupados por los republicanos, el grupo de obispos más recalcitrantes cobró fuerza durante el mandato del magnate y tuvo desencuentros con el Vaticano, socavó la influencia de los máximos representantes del papa en EEUU y polarizó aún más a los fieles católicos, desde sus púlpitos, sus universidades y sus medios.
Pese a ello, dos tercios de los católicos estadounidenses dicen que a Biden se le debería permitir recibir la comunión, a pesar de su política del aborto, según añade Pew.
Tendiendo lazos con Roma
Las relaciones entre Washington y Roma han sido tensas por culpa de Trump, así que ahora se espera un trabajo diplomático que alivie el daño pasado. De momento, Biden ya ha mandado a ver al papa a su secretario de Estado, Antony Blinken, a principios de esta semana. Al salir del encuentro, el norteamericano dijo que “hay una larga y profunda lista de temas de los que hablar”, incluido el cambio climático, la pobreza mundial, los refugiados o los derechos humanos y China.
Temas que al 73% de esos obispos que querían excomulgar a Biden no les gustan. Prefieren entrar en lo polarizante, pese al consejo del Vaticano, e insistir en el matrimonio homosexual, el aborto o la multiculturalidad. La pelea interna en la Iglesia local es intensa. El New York Times desvela conversaciones internas entre los responsables de las diócesis que son a cara de perro y amenazan con partir en dos la institución, precisamente por la carga política de sus debates.
Biden, mientras, parece llevar la penitencia personal en silencio y la pública, con firmeza. Ni un paso atrás en una elección que es un derecho asentado.