Being Penélope
Penélope es cortar las alambradas de lo patriarcal, una mujer que cazó el éxito en cotos reservados a los hombres.
A veces, al levantarme, me invade la nostalgia.
A veces, al levantarme, me invade la nostalgia y me gustaría apretarme contra el pecho de mi madre antes de salir de casa, como se abrazaba Paula a Raimunda en Volver, cuando la vida las zarandeaba, cuando no había más camino que los pasos hacia adelante.
A veces, al levantarme, cuando me da vértigo el paso firme, cuando me marea el seguir creciendo y el paso del tiempo, me gustaría hacerme pequeño y acurrucarme entre las sábanas a seguir dejándolo pasar, como lo hace la frágil Rosa en Todo sobre mi madre, hasta recobrar la energía para dar un golpe en la mesa y seguir caminando, como ese huracán que es María Elena en Vicky, Cristina, Barcelona.
A veces, al levantarme, me gustaría que me brotara la resiliencia que tiene Italia en Non ti muovere y afanarme en desprender de mis hombros la levedad de la vida. A veces, al levantarme, quiero irradiar el calor con el que Jacinta abraza a Salvador en Dolor y Gloria o caminar con el arrojo de Macarena Granada o de Carla Albanese.
A veces, al levantarme me gustaría ser todas ellas.
A veces, al levantarme me gustaría ser Penélope Cruz y tener la fuerza innata de desprenderme de las sábanas. Porque Penélope es sinónimo de apuesta personal, de empatía, de lucha y de éxito. Penélope es cortar las alambradas de lo patriarcal, una mujer que cazó el éxito en cotos reservados a los hombres. Penélope es quedarse con la crítica constructiva.
Penélope Cruz es fuerza, pero, sobre todo, es bucear por las emociones humanas. Por esas emociones que insuflan oxígeno a nuestra sociedad, eminentemente machista. De ahí, las voces del averno que intentan restar ladrillos al sólido muro de sus méritos.
De ahí, las voces del averno que cuestionan un éxito construido desde el trabajo, desde la mejor de las ambiciones.
De ahí, las voces del averno que hablan de faldas y escotes, sin pararse a admirar las historias que le han convertido en leyenda viva del cine. De ahí que entre esas voces nadie cuestione los méritos de Iniesta, pero sí el trabajo de Penélope.
Todas las veces que ella -como cualquiera de nuestras actrices- se asomó a la pantalla nos dio pinceladas de aquello de lo que están carentes algunos sectores de la política y de diversos universos profesionales. El mundo necesita menos caminos del héroe y más abrazos de Raimunda, menos testosterona y más visceralidad. Necesitamos aprender más de madres, hermanas, hijas, amigas porque necesitamos sentirnos vivos.
La Cultura es emoción, nos convierte en ciudadanos y ciudadanas más abiertos y críticos. Cuando nos impregnamos de ella, como cuando lo hacemos de cualquiera de las emociones de esos personajes que encumbraron a Penélope Cruz, somos un poco más dueños y dueñas de nuestra libertad y más honestos, como Janis.
Gracias, Penélope.