Los usos y abusos que cercan a la bandera de España
La rojigualda vuelve a ser un símbolo politizado que algunos partidos usan para representar una única forma de ser español: la suya.
Los símbolos son el abecé de la construcción nacional. Y una bandera es uno poderoso. Puede que, por eso, el Ayuntamiento de Madrid haya decidido vestir con bombillas rojigualdas las principales calles de la capital en plena Navidad. Los colores de la enseña nacional alumbran cientos de metros en el eje del Prado, Recoletos y Castellana.
El banderazo del alcalde popular José Luis Martínez-Almeida, quien gobierna con el apoyo de la ultraderecha de Vox, no ha dejado indiferente a nadie. “Me parece una horterada, qué quiere que le diga”, cuenta, en la plaza de Colón, una mujer en la cincuentena camino del trabajo, que zanja: “Parece que no les basta con la del mástil”.
El problema de las banderas viene cuando no hay unanimidad en torno a ellas. Y España es puntera en eso. En la misma plaza de Colón no cuesta dar con alguien que se siente a gusto con ella: “Yo pondría más. Que que yo sepa esto es España. A nadie debe sorprenderle que en España se pongan banderas de España. Y tampoco molestarle”, cuenta un hombre, maletín en mano y cara de prisa.
Tras muchos años y muchos conflictos por las banderas, estos trozos de tela siguen ocupando un lugar preeminente en la vida de las sociedades. A veces para incluir y otras, la mayoría de las veces, para dividir, como ocurre con la rojigualda, que abre una fractura entre los propios españoles.
Los expertos en vexilología, la ciencia que estudia las banderas, coinciden en que es cuando las telas pasan a identificar a un colectivo cuando empiezan a tener una carga simbólica mucho más fuerte y más emocional. Y ahí surgen los obstáculos. Al final, los humanos siguen necesitando identificarse con un grupo y la bandera es el gran símbolo por antonomasia; una forma sencilla de expresar una idea compleja.
En solo diez años, la bandera de España ha pasado de exhibirse orgullosa en balcones de todo el país para celebrar un Mundial de fútbol a convertirse en un arma arrojadiza entre españoles que provoca urticaria. Si la sacas por la ventana, eres un facha. Si no, eres un mal español, cómplice del separatismo que quiere destruir el país.
Para encontrar el origen de la bandera de España, hay que viajar en los libros de historia hasta el siglo XVIII, hasta una iniciativa de Carlos III. El rey ilustrado convocó un concurso para adoptar un nuevo pabellón para la Marina que permitiera identificar bien a los barcos en alta mar y, de entre las doce propuestas que le presentó Antonio Valdés y Fernández Bazán, ministro de Marina, eligió los colores que han identificado a los españoles durante más de dos siglos y que solo cambiaron con el advenimiento de la Segunda República. Ya entrado el siglo XIX, la rojigualda se convirtió en el símbolo que usaron algunos liberales para identificarse. También se respetaron los colores de la bandera durante la Primera República.
“Cuanto más nacionalista español de derechas seas, más te identificas con la bandera de España. Cuando la usan, dicen que es de todos, pero la usan contra los malos españoles. Cuando España ganó el Mundial hubo una identificación deportiva para diferenciarse de un otro externo, una selección extranjera. Eso es algo similar a lo que ocurre en una guerra. Se trata de mostrarte diferente al otro. Eso traspasó las fronteras de izquierda y derecha y permitió una unanimidad en torno a la bandera. Pero con la crisis, al calor del 15M, la izquierda rompió de nuevo el consenso de la bandera”, explica José Manuel Díez, antropólogo social por la UNED y miembro de la Sociedad Española de Vexilología.
Los principales partidos comparten diagnóstico: la derecha la ha usado en exceso y la izquierda se ha vestido poco con ella. “La bandera rojigualda es la enseña oficial del Estado y las fuerzas parlamentarias la asumen. En la Transición fue un símbolo que los partidos de izquierda aceptaron para llegar a un acuerdo y traer la democracia. Entonces, consideraron que no tenía que ser un símbolo de división. Pero la derecha la utilizó casi como un arma arrojadiza contra los partidos de izquierda, intentando dejar claro que no nos pertenecía o que a ellos les pertenecía más”, cuenta Javier Sánchez, diputado de Unidas Podemos, licenciado en Filosofía por la Universidad de Murcia.
“El PP de Aznar intentó cambiar el significado de la bandera. Pero ellos hicieron una cosa más peligrosa: identificar a España con la derecha y a la bandera con ellos. La bandera es algo que la mayoría hemos asimilado. Pero ha habido un intento de apropiación que ahora perpetúa Vox. La ultraderecha está creando la tríada monarquía, bandera y derecha que está creando un problema de legitimidad de la enseña y que hace que los únicos que puedan asumirla sean los acólitos de la derecha”, ahonda Sánchez, de Podemos.
No son pocas las veces que Vox, PP y Ciudadanos han inundado sus actos con la bandera, algo que no suele ocurrir en los del PSOE, donde, salvo excepciones, la enseña se ve bastante menos. Lo mismo ocurren en los mítines de Podemos, donde la tricolor de la Segunda República es la protagonista. “Es verdad que algunos partidos han recurrido a la bandera más de lo conveniente y eso ha contribuido a polarizar los símbolos”, concede la diputada del PP Valentina Martínez, quien añade: “Apropiarse de los símbolos conlleva erigirse en el prototipo de buen español. Hemos pasado de no llevar la bandera a tenerla en pines, pulseras, mascarillas.... Tendríamos que tener un reseteo general, volver a empezar. Volver a hacer un acuerdo y decir: ’Vamos a intentar no dividir con aquello que es común”.
“El partido que usa la bandera insulta a España y a los españoles. Ningún partido tiene el derecho de apropiarse de ella, porque es de todos y representa a una sociedad. Como socialista, no puedo decir que represente a mi partido… Es un gravísimo error y un gravísimo insulto. Cuestión distinta es que los españoles se sientan representados o no por ella”, cuenta la diputada socialista Zaida Cantera, exmilitar, comandante en retirada del Ejército de Tierra. “Dejará de ser la bandera de España cuando deje de representarnos a todos. En ese momento será un trapo”, zanja.
La existencia en España de otros nacionalismos, como el vasco, el gallego y el catalán es otro de los factores que contribuye de manera decisiva a que la rojigualda se use como arma. Puesto que hay fuerzas políticas que no reconocen la nación española, es normal que tampoco reconozcan los símbolos de los que se ha dotado para diferenciarse en el mundo.
“Desde Podemos no consideramos que los símbolos tengan que ser un motivo de división entre nuestro pueblo. La cuestión de los símbolos está muy ligada hoy día a la monarquía. Habrá un momento en el que el pueblo español, el soberano, se tendrá que pronunciar sobre si quiere una república y quién sabe si también sobre los símbolos”, explica el diputado morado Javier Sánchez. ¿Pero es posible resignificar los símbolos en caso de que la monarquía cayera? “Hay algunos que se pueden mantener más o menos, pero hay otros más complicados de resignificar, como la marcha real”, cuenta Sánchez sobre si su partido aceptaría una república con los colores de la bandera actual.
“La bandera fue elegida a través de un proceso constituyente. Puede ser que a algunos no les represente porque piensen que esos colores no simbolizan los ideales democráticos, ya que son los mismos que hubo durante el franquismo. Pero la bandera rojigualda representa a todos, igual que el himno y la utilización partidista solo los quema. Lo único que hace es destrozar la imagen de la bandera, porque provoca que solo una parte sienta afecto hacia ella”, explica Cantera. ¿Por qué solo la derecha tiene apego a los colores de la bandera?
En parte, porque los partidos de izquierda renegaron de la bandera a pesar de que Santiago Carrillo protagonizara uno de los grandes momentos de la Transición siete días después de la legalización del PCE. El exdirigente comunista aceptó la bicolor y que apareciera junto a la hoz y el martillo.
En una rueda de prensa, el 17 de abril de 1977, Carrillo explicó ante la enseña nacional: “La bandera con los colores oficiales del Estado figurará al lado de la bandera del Partido Comunista. Siendo una parte de ese Estado, la bandera de éste no puede ser monopolio de ninguna fracción política y no podíamos abandonarla a los que quieren impedir el paso pacífico a la democracia”.
“Una vez Carrillo aceptó la rojigualda, se reprimió a los militantes que aparecieran con otra en algún acto del PCE. Con los años, la izquierda, con las luchas sociales, volvió a enarbolar la tricolor. Y ya cuando surge el procés se produce una resignificación del símbolo. Decir ‘a por ellos’ con la bandera de España genera rechazo y contribuyes a crear una alteridad interna dentro del país. No es lo mismo poner una bandera de España en el balcón ahora o que durante el procés”, explica Díez, antropólogo de la UNED.
“Es cierto que la izquierda abjuró de identificarse en la bandera, pero también creo que responde a algunos de los problemas de la Transición, sin desmerecerla como un todo. En ella se canceló la memoria histórica. Y hay un momento en el que, una vez pasa el miedo, la izquierda siente que tiene que identificar el periodo republicano como raíz de los valores democráticos en España. Es ahí donde surge la vuelta de la tricolor. Además, la comunidad política no es solo la bandera, también son los derechos de la Constitución. Ese contrato social se rompió en las crisis, especialmente tras la de 2008. Y por eso empezó una contestación a la simbología del país que salió de la Transición. Ya en la fiesta de 1996 del PCE, Anguita dijo que los pactos de la Transición no se basaban solo en símbolos, sino también en los derechos y que si estos se rompían… había que cuestionar todo, también los símbolos”.
Para Cantera, el problema está avivado, en parte, por el efecto rebote que causa en los simpatizantes de izquierda ver a la derecha con la bandera. “Cuando una parte de la sociedad, políticamente alineada con una ideología de extrema derecha, se apropia de la bandera, identifica su ideología con la bandera y se muestra en los medios de comunicación sin que se denoste ese uso y sin que sus representantes denosten esa utilización, ocurre un efecto rebote. ‘Si esta simbología está representando a la derecha, a mi no me representa’, pensarán muchos. Y eso es un grave error, porque esa parte de la izquierda que dice que no le representa por esto nunca tuvo que haber abandonado esa representatividad. En ámbitos del PSOE, cuando hemos hablado de esta apropiación, decía que una parte de la izquierda lo que ha hecho es dejar que la derecha se apropie de esta simbología y ahora la denosta porque se identifica con ella”.
Cantera también vincula esa pérdida de interés de la izquierda con la bandera a la herencia del franquismo. “Puede ser por la historia de España, de esa primera fase de la Transición en la que veníamos del franquismo. No hace mucho, Pedro Sánchez sacó una gran bandera de España detrás y hubo medios de comunicación que lo criticaron, pero mientras no haya apropiación la podemos usar todos porque es nuestra, de la izquierda, de la derecha, de la ultraderecha, de la ultraizquierda. La izquierda tiene que reclamar la bandera como la de todos y la derecha no usarla”.
Si hay dos banderas con peso en el imaginario y en la narración de Occidente son la francesa y la estadounidense. Ambas nacieron al calor de dos revoluciones de las que surgieron Estados nacionales y que representaron la voluntad de un pueblo que formó una comunidad política. Las dos han conseguido unir a todos los ciudadanos, algo que la española no ha podido hacer.