Baile de máscaras medievales
Los ciudadanos que se enfrentarán al baile de máscaras de las campañas de la primavera de 2019 tendrán varias incógnitas por resolver con su voto. Elecciones autonómicas, europeas y locales quedarán como interrogantes elegidos, para ser luego encadenados y pospuestos a pactos y componendas entre socios actuales y futuros. Las decisiones sobre el voto local pesan, pero influyen muchas más cosas, por el enjambre de candidaturas de aliados volátiles y fungibles que dependen a la vez de las mentiras efímeras de cada uno y de las densas falsedades del conjunto. Se podría pensar que estamos más cerca de los cantones que de los santones, pero hasta en eso nos equivocamos: desde que el ex-asesor y estratega supremacista blanco de Trump, Steve Bannon, utiliza España como banco de pruebas local y el papa católico dice que vendrá a España cuando haya paz (sic), la injerencia en nuestros asuntos se da por obligada. Como dice Wyoming “la resignación del pueblo español es histórica”, siempre a los pies de los caciques y los santeros. Si Unamuno o Valle Inclán levantaran la cabeza se verían más cerca de 1898 que 2019. En El cuento de abril, Don Ramón se reviste de modernismo, pero con su lenguaje arcaizante, su obra recuerda mucho a nuestro país de ahora: “escenas de caza; torneos, duelos y justas; asedio o defensa de castillos y fortalezas; actuación de juglares y trovadores en la corte de los poderosos; lucha contra el moro y rivalidades nobiliarias; magia y hechicería”: casticismos neo-románticos y títeres unidos por la desunión nacional, la falta de identidad, el nacionalismo textil, la servil fibra de plástico y el acantilado abisal del paño de los reinos de taifas. ¿Les suena?
Los españoles somos individualistas hasta conseguir la individuación pandémica, anarquistas de boquilla, conservadores de “derechas”, “socialistas” monárquicos, resignados “anti-lo-que-sea”, “arribistas” indignados. Aquí, de la indignación pasamos a la resignación transitando por donde sea, explosionando en red las minas antipersona. Es un mal común comunitario. Los grandes líderes de la izquierda ahondan en sus divisiones y sopas de siglas. Mientras, los de la derecha definen qué es la vida, qué es el derecho y qué son las parejas de hecho, sin que se les caiga la cara de vergüenza. Unos acusan a otros de fachas y viceversa. Somos, por esencia, desunidos, anti-unitarios, divididos. Mientras los poderes fácticos y la iglesia carpetovetónica campan por sus respetos, propaganda y publicidad se enlazan con mentiras amarillas, como si fueran algo diferente de basura mediática ilegal. La gente quiere creer que Groucho Marx pedía “más madera” y el show crecerá hasta el delirio.
El porvenir de este baile de disfraces es más ominoso que nunca, porque la basura se ha enseñoreado entre los representantes políticos de la mentira y el insulto, de nivel más infame que bajo. Ahora el esperpento se hace a base de curas, coplistas, toreros, militares franquistas retirados, cupletistas y periodistas de salón. No es extraño que Teodoro León Gross haya tachado de “oclocracia” o “gobierno de la muchedumbre” a muchos de los nuevos demagogos degenerados, citando al historiador griego Polibio (200 a.C.). Se coincide en el bajo nivel de nuestros representantes políticos y no parece que eso vaya a evolucionar a mejor, cuando tanta gente, apenas estrenada, se dedica a flamear la llama contra sus conciudadanos ideológicamente más cercanos, fustigándolos con la expulsión de su círculo, su club, o su patio de vecindad. El populismo ya no es más que la muestra de la hegemonía perdida por la contingencia de la política y el espectáculo taurino y animalista, carnal y vegano, eclesiástico y bacanal, intervencionista neocolonial.
En algunos de aquellos “indignados” que nos representaban tan poco hasta hace poco ha predominado la idea de la vida burguesa. Han tenido que “cerrar una etapa” y se han marchado a casa antes de los cuatro años, -eso sí, dando las gracias, por haber vivido momentos tan efímeros-, antes de volver a sus ansiados quehaceres y profesiones. Todo ello ha tenido lugar después de vadear territorios resbaladizos como Brexit, Cataluña y Europa; después de dividir y disolver mareas, olas y flujos que tenían que haber buscado una nueva mayoría progresista: nos hemos quedado en los platós abandonados a sus dueños, llenos de sopas de letras, que pujan por mayorías de poca monta o montarse en nuevas siglas que ayuden a domar la conciencia individual antes que ceder a lo social.
Las ciudades y sus gobiernos son las grandes perjudicadas por el fraccionalismo suicida. No existen muchas esperanzas de que abril y mayo vayan a cambiar este panorama de fragmentación política en las ciudades españolas. La inacción de la inanidad política es la que deja a la ciudadanía inerme ante el despotismo de las castas medievales en los barrios y en los distritos. ¿A quién le interesa esto? Al pueblo, no. Tanto reclamar la transversalidad de las políticas para acabar cediendo a las presiones de la muchedumbre informe mediante las llamadas desgarradoras contra un enemigo recién inventado, el de la división del pueblo. También decía Groucho que “La humanidad, partiendo de la nada y a base de esfuerzo, ha llegado a alcanzar las cotas más altas de miseria”. Las ciudades no están para buscar problemas sino para resolverlos a favor de la vida.
“Cuando se habla de la preocupación por el Medio Ambiente como si fuera una preocupación de las élites… No es un tema de las élites. Es un tema de calidad de vida. ¿Quieren decirle a la gente que su preocupación por la calidad de vida y su deseo de que el aire y el agua estén limpios son elitistas?”. El Green New Deal reclama la reducción de la emisión de gases de efecto invernadero de un 40% a un 60% en 2030 y la eliminación completa de las emisiones globales en torno a 2050. El nombre del proyecto evoca el New Deal con el que Estados Unidos luchó contra la Gran Depresión de los años 30. Con el movimiento verde de la gente, con la niña Greta Thunberg gritamos lo mismo: Iros a la mierda con vuestro individualismo egoísta. Queremos cambios y los queremos ya.