Auschwitz: recuérdalo tú y recuérdalo a otros
Así es la exposición sobre el campo de concentración, abierta en Madrid hasta mediados de junio.
Anillos, cartas, un peine, zapatos, maletas, libros, fotografías.
Un barracón, un vagón de la muerte, una mesa de operaciones para torturar aún más a los torturados.
Una réplica de una de las puertas de las cámaras de gas, la alcachofa de una de las duchas letales, un uniforme de presidiario.
Un zapato de tacón rojo. Un zapato de un niño de no más de tres años. Un calcetín.
Un juego de mesa antisemita, una litera de tres alturas, una taza. Una simple taza.
Buchenwald, Mauthausen y, sobre todo, Auschwitz. Terror, infierno, horror.
Más de 70 años después de ser liberado, Auschwitz permanece como símbolo universal del Holocausto, de la ignominia y la constatación de hasta dónde puede llegar la maldad del ser humano.
Frente a los sentimientos, la frialdad de la cifras: más de un millón de personas murieron en el campo de concentración, ya símbolo del Holocausto, por el mero hecho de ser judíos, homosexuales o comunistas. Por el mero hecho de no formar parte de una raza única y aria.
Más cifras: siete años han sido lo que ha costado abrir en el Centro Arte Canal de Madrid la exposición Auschwitz. No hace mucho. No muy lejos, que se inauguró el primer día de diciembre y cerrará el 17 de junio de 2018. Son 600 piezas originales, muchas de ellas jamás expuestas, y numeroso material fotográfico y audiovisual.
Siete años buscando testimonios, imágenes, anillos, cartas, documentos. Decenas de viajes, de horas construyendo maquetas, eligiendo fotografías, pensando en ubicaciones. Todo con el único fin de no olvidar. O más aún: de conocer lo que ya sabemos pero preferimos dejar a un lado ante el desasosiego que nos produce constatar que, personas como nosotros, fueron capaces de aniquilar de forma masiva, sin lágrimas ni contemplaciones, a niños, mujeres, hombres, ancianos.
Todo eso es la exposición Auschwitz. No hace mucho. No muy lejos, cuyo periplo arranca en Madrid y proseguirá por otros 14 destinos repartidos por todo el mundo. Ciudades que podrán contemplar lo que fue un infierno milimétricamente planificado contra judíos, polacos, gitanos, prisioneros de guerra soviéticos, checos, bielorrusos, franceses, alemanes, austriacos, rusos, eslovenos, ucranianos y demás "'elementos indeseables", como homosexuales.
Dos horas y su contexto
Pese a que Auschwitz es el foco sobre el que se centra la exposición, cuyo recorrido implica un par de horas, la muestra también contextualiza de forma minuciosa qué propició el germen del Holocausto, cómo se arrojó la semilla del odio que políticos y ciudadanos (esos verdugos voluntarios de Hitler) se encargaron durante años de regar con determinación. "Auschwitz no es una isla en mitad del desierto, no comienza con las cámaras de gas, no es un evento, sino una serie de eventos que se desarrollan en lugares distintos", puntualiza Luis Ferreiro, director del proyecto.
Hay cuatro zonas en la primera parte de la exposición, concebida a modo de introducción de lo que se expone después: una sala de mapas y tres espacios más "emocionales" en los que se presenta a los tres actores principales. Primero, los perpetradores: el estado alemán; segundo: la víctimas, simbolizadas en un zapato; y tercero, la sala de los liberadores, los rusos que acabaron con la pesadilla de Auschwitz.
"Intentamos poner a los visitantes en el lugar de los liberadores: tú eres como ese soldado ruso que llega a un campo, que ve cosas, que las intuye pero que no las entiende", señala Ferreiro. Ya lo dijo Primo Levi: comprender es imposible, recordar es necesario. "Intentamos conseguir esa atención en las primeras salas para que el espectador quiera entender. De ahí toda la fase de antes de Auschwitz", agrega.
Ferreiro es consciente de que a una muestra de estas características no se acude a disfrutar, sino a conocer. Por eso espera todo tipo de público, desde el más profano al más erudito: "Cuando elaboramos la narrativa de la muestra buscábamos que fuera compresible para la gente que no tuviera conocimientos previos, eliminar mitos y concepciones erróneas y, sobre todo, mostrar los hechos".
Toda la exposición se recorre con el silencio que reclaman el terror y la incredulidad ante la sinrazón. No hay una gran diseño expositivo porque, simplemente, no se necesita. "Presentamos los objetos de una manera simple, muy plana. Poseen una voz histórica tan potente que simplemente tienes que dejar que hablen y establezcan una conversación con cada visitante", explica Ferreiro.
Objetos que cuentan historias en su mera simpleza, que disparan la imaginación del espectador al pensar quién se puso ese zapato que 70 años después forma parte de una exposición sobre el horror. Qué expectativas tenía la señora que calzaba un zapato de tacón rojo. O las ilusiones del niño cuyo zapatito se guarda ahora en una vitrina desolada. Qué ignorante, se piensa, fue el señor que preparó esta gran maleta pensando que iba a ser deportado a otro país, cuando en realidad caminaba hacia una muerte inexorable. Quién se embutiría en ese mono carcelario, qué calamidades sufrió, qué pensó, que temió, qué vio. Objetos que hablan.
Porque a medida que vayan falleciendo los últimos supervivientes de Auschwitz las únicas voces que quedarán serán estos objetos. Serán, ya son, testimonios de la dignidad y del horror.