Auge de la extrema derecha... y de crímenes de odio
El discurso del odio propende, sí, al crimen de odio.
Al igual que sucede con el populismo, formulación política que engloba muchas variantes nacionales si bien con denominadores comunes, el auge de la extrema derecha en los Estados miembros (EEMM) de la UE no puede ser despachado con brocha gorda, sin atender a sus factores y detalles en las correspondientes concreciones específicas que pujan con fuerza en el paisaje de los diferentes países sujetos a la integración europea. Pero, como con los populismos, las formaciones de extrema derecha exhiben también rasgos compartidos, tan determinantes como definitorios.
Así, en primer lugar, destaca su nacionalismo reaccionario. Porque la extrema derecha reacciona, apostando por un repliegue identitario, frente a la enormidad y la complejidad de la globalización, a la que opone resistencia como si con ella pudiese detenerla. Pero es nacionalismo beligerante y excluyente, tan propenso a las guerras culturales, es la negación de la integración de identidades múltiples, plurales y compatibles entre sí, además de mostrarse radicalmente incompatible con la diversidad que es el lema de la construcción europea: Unidos en la Diversidad. En lo demás, este nacionalismo reaccionario hinca habitualmente sus raíces en una supuestamente gloriosa historia nacional falseada o inventada a la medida de los prejuicios e instintos narcisistas a cuya explotación electoral se aspira.
En segundo lugar, la extrema derecha exuda por todos los poros una rabiosa impugnación del valor de la igualdad, esto es, de la igual dignidad de todas las personas frente a cualesquiera formas de discriminación. Esto enfrenta a la extrema derecha con el feminismo, sí, pero también con el respeto a extranjeros e inmigrantes, lo que inexorablemente desemboca en xenofobia hinchada de prejuicios y de resentimiento tanto contra quienes pugnan por ser iguales en derechos desde situaciones históricas de discriminación (las mujeres, sí, pero también las personas LGTBIQ+) como contra los migrantes, a quienes se rechaza estigmatizándolos como amenaza contra la seguridad y contra la identidad sitiada de las esencias patrias.
Por estas dos primeras características comunes de todas las extremas derechas que rampan en las elecciones de los EEMM de la UE, tras haberlo hecho hace ya años en las elecciones europeas (y, consiguientemente, en la multiplicación de escaños de derecha radical en el Parlamento Europeo), cabe concluir sin ambages que su proyección política no solo es inconciliable con los valores constitucionales europeos (art.2 TUE) y con la idea europea de democracia (que exige respeto al pluralismo y protección de minorías), sino que es además directamente antieuropea. De ahí que la extrema derecha se muestre, larvada o expresamente, agresivamente eurófoba (presentando a la UE como una suerte de “monstruo burocrático”, cuando no una nueva “Unión Soviética” opresiva y enfrentada a la liberadora soberanía de las naciones de Europa).
Pero hay todavía un rasgo saliente que lo hace más amenazador y requerido de respuestas en todos los frentes de acción de la idea europea de Rule of Law: la práctica desacomplejada de una lenguaje faltón, ofensivo e insultante, antesala de su gestualidad agresiva y pretendidamente intimidatoria, que entronca en el discurso del odio que tanto daño ha hecho en el curso de la historia de Europa, y que, como esta demuestra, conduce más pronto que tarde a la violencia de odio y a los delitos de odio.
El discurso del odio propende, sí, al crimen de odio. Exactamente por eso no hay otra ideología que exalte, como hace la extrema derecha, la violencia jupiterina de los “buenos connacionales” o de los “patriotas de bien” contra personas o colectivos primeramente señalados y luego estigmatizados como “diferentes” y, por tanto, inasimilables y extraños al cuerpo de su nación: sea por su ideología, sea por su orientación sexual (violencia criminal contra las personas LGTBIQ+, como ejemplifica el reciente y repulsivo asesinato en Bratislava de dos personas a manos de un pistolero de extrema derecha), sea por su orígen, raza, etnia o religión (xenofobia, antisemitismo, antigitanismo, islamofobia y racismo a todo trapo), sea por cualquier otra condición a la que direccionar su inflamatorio discurso de odio contagioso.
Es por ello que, digámoslo claro, cualquier forma de colaboración política con la extrema derecha (PP y Cs en España, PPE y Renew/Liberales en la UE) con la pretensión de “blanquearla” se abisma hasta despeñarse por un dilema moral: el de asumir, más pronto que tarde, su inexcusable complicidad con los crímenes de odio a los que fatalmente conduce el discurso de odio de todas las extremas derechas.
Y este es un mal, concluyamos, tan corrosivo y tan nocivo que no puede ser subestimado, ni, menos aún, banalizado.