Así vivían (y fallecían) los tripulantes a bordo de las naves de Magallanes-Elcano
Por José Manuel Marchena Giménez, profesor de Fundamentos de las Ciencias Sociales, Universidad Complutense de Madrid:
Antonio Pigafetta escribió la relación del viaje de circunnavegación a bordo de la nao Trinidad, uno de los cinco navíos que zarparon de San Lúcar rumbo a occidente. En su cuaderno no solo detalló el itinerario del viaje de circunnavegación de Magallanes-Elcano, también todo tipo de pormenores de la vida diaria de la tripulación.
Los peligros propios del mar aumentaban considerablemente en este tipo de viajes, pues los hombres navegaban hacia lo desconocido y durante un periodo de tiempo indeterminado.
No obstante, el mar constituía frecuentemente la única esperanza de huérfanos, pobres o curiosos, pues era un medio de conseguir sustento e incluso alguna ventaja significativa. Ser hombre de mar era un oficio peligroso, pero también un trabajo pagado con dinero –no tan usual en la época–, libre, especializado y con posibilidades de ascenso.
La estructura de mando de los hombres de mar estaba fuertemente jerarquizada en relación al cargo u oficio que ocupaban:
- Los mandos de la embarcación recaían en hombres de posición social elevada –es el caso del capitán y del patrón– o de amplia experiencia y conocimiento –como el piloto o el maestre–.
- Al resto de oficios –marineros, oficiales y otros– se solía llegar tras una dilatada carrera práctica.
Esta jerarquía de mando se trasladaba a todos los ámbitos de la vida diaria, como la comida, el combate, el rancho o el juego, por lo que la dureza de la travesía no se repartía realmente de igual forma. Además, los sueldos y las quintaladas –mercancía para intercambiar de la que se obtenía un sobresueldo considerable– se repartían de forma muy desigual.
Cada tripulante bajo el mando de Magallanes disponía de unos dos metros cuadrados de “rancho”, espacio algo menos exiguo de lo habitual. Servía, como poco, de dormitorio-despensa de cada tripulante, que había que zafar para el combate –zafar el rancho, zafarrancho–.
Los hombres de mar tenían asignadas las tareas en función de su oficio:
- Los más inexpertos y jóvenes, pajes y grumetes, solían realizar las labores más peligrosas y desagradables.
- Los marineros, las propias de la marinería.
- La maestranza embarcada, como los calafates, buzos o boteros, obras de reparación, conservación y recuperación.
- Los oficiales y mandos dirigían y organizaban la embarcación.
- Otros oficios, como despenseros, cirujanos, capellanes y hombres de guerra, contaban con unas funciones bien delimitadas.
Todas estas tareas tenían como objetivo mantener organizado el barco ante las inclemencias meteorológicas, los problemas estructurales, la enfermedad, la escasez y las propias labores de navegación y combate.
Uno de los principales problemas con los que se enfrentaba el hombre de mar al subir al navío era el mareo. De hecho, los libros de navegantes se llamaban también “libros de marear”. Esta circunstancia era común, bastante molesta y se agravaba con el mal tiempo y la desnutrición, pudiendo llegar a arruinar verdaderamente la moral y la integridad física de una persona.
La calidad de los alimentos dependía de muchos aspectos. Navegar sin tocar tierra durante mucho tiempo, como le pasó a Magallanes durante la travesía del Pacífico, provocaba la escasez y el deterioro de alimentos por la propia insalubridad marina, por lo que era común llevar mucha comida en salazón y deshidratada.
No obstante, los navíos se proveían de muchas otras vituallas, como pasas, arroz, carne y los alimentos que el mar proporcionaba. El maestre y el despensero eran los encargados de repartir las raciones, pues no siempre se podían dar completas y no todos las recibían por igual.
Junto con los alimentos, el agua era un bien escaso y generalmente viciado, foco de numerosas enfermedades. El vino, fundamental para las embarcaciones a nivel calórico y social, escaseaba todavía más que el agua en ocasiones adversas.
La enfermedad solía llegar con la escasez, la falta de higiene y la contaminación del agua y de los alimentos. El contagio era habitual debido al estrecho contacto y a la presencia de ratas, pulgas y otros “animales de compañía”.
Normalmente, tanto el cirujano como el barbero eran incapaces de curar a los enfermos, realizando sangrías y aplicando ungüentos poco eficaces. La muerte era cotidiana, y no solo llegaba por las enfermedades. En muchas ocasiones se producía por heridas mal curadas que se infectaban, por naufragios, motines, castigos o por contiendas internas y externas. La estrecha relación con la muerte provocaba en estos hombres una creciente necesidad religiosa.
Pero en los barcos también había tiempo de ocio. Los dados y los naipes, estos últimos menos usuales por ser más caros, eran los juegos preferidos de la tripulación, con los que se divertían y apostaban su patrimonio, llegando incluso a las manos.
La lectura común y en voz alta, sobre todo de novelas de caballería, era otra de las actividades de ocio, así como los festejos –de todo tipo– que se organizaban cuando arribaban a tierra amiga.
Por todo ello, la vida en el mar era realmente peligrosa e ingrata. Aunque hubo quienes obtuvieron sustanciales beneficios, muchos hombres hallaron la muerte durante la travesía. En todo caso, todos participaron en un histórico viaje, vieron nuevas tierras, conocieron asombrosas culturas y conectaron el mundo por primera vez.