Asesinato de Miguel Ángel Blanco: los días en los que la indignación venció al miedo
Se generó una rebelión cívica sin precedentes contra ETA.
Miguel Angel Blanco fue secuestrado un jueves, 10 de julio de 1997, y asesinado dos días después por un comando de ETA. Fueron días de rabia y dolor en los que se produjo una movilización contra el terrorismo nunca vista hasta entonces que llevó a la sociedad vasca a ganar la calle para mostrar su furia ante las sedes de HB.
Esta rebelión cívica provocó un punto de inflexión en la respuesta ciudadana, aunque ETA asesinó a 67 personas más antes de su desaparición, entre ellas José Luis López de Lacalle y Joseba Pagazaurtundua, representantes del “Foro de Ermua” que surgió precisamente entonces y que fue después uno de los objetivos más acosados.
La tarde del 10 de julio ETA secuestró a Miguel Angel Blanco en la estación de tren de Ermua y dos horas después, a través de una llamada anónima a EGIN Irratia, anunció que lo ejecutaría si en 48 horas el Gobierno no trasladaba a los 600 presos etarras a las cárceles vascas.
Habían pasado tan solo diez días desde que la Guardia Civil había liberado al funcionario de prisiones Ortega Lara tras 532 días de cautiverio, por lo que la nueva acción de ETA fue interpretada como una venganza.
Ese mismo jueves el Ayuntamiento de Ermua convocó una manifestación a las 20.00 de la tarde, la primera de una serie de movilizaciones que se extendieron también a las noches con vigilas con velas encendidas y en silencio para pedir la liberación de Miguel Angel Blanco.
El Pacto de Ajuria Enea llamó a los ciudadanos a concentrarse en todos los municipios vascos, que en muchos casos fueron replicadas por contramanifestaciones de HB.
Pocas horas antes de que concluyera el ultimátum, una auténtica marea humana recorrió las calles de Bilbao en la mayor manifestación contra el terrorismo realizada en Euskadi con el apoyo de todos los partidos, salvo HB.
A pesar del clamor, que se extendió a toda España, ETA cumplió su amenaza y el comando integrado por Javier García Gaztelu, Irantzu Gallastegi y José Luis Geresta mató de dos disparos en la cabeza a Blanco, aunque el edil no falleció hasta la madrugada siguiente.
La noticia desató una ola de indignación que empujó a cientos de ciudadanos a manifestarse de forma espontánea, cuando las redes sociales todavía no existían, frente a las sedes de HB, que tuvieron que ser protegidas por ertzainas. Algunos, como ocurrió en la calle Urbieta de San Sebastián, se quitaron el verduguillo que llevaban para no ser reconocidos y recibieron el abrazo de los congregados.
Aunque no hizo condena alguna del asesinato, estas concentraciones sí fueron objeto de un comunicado de crítica por parte de HB, algunos de cuyos dirigentes como reveló Arnaldo Otegi en una entrevista años después habían pasado ese día “en la playa”.
El exportavoz de Gesto por la Paz Txema Urkijo considera que Otegi “perdió una magnífica oportunidad en esa ocasión de haber dicho algo mínimamente empático con semejante tragedia”, que supuso un “auténtico shock colectivo”.
Movimientos como Gesto por la Paz que habían nacido a finales de los 80 de manera “muy minoritaria” fueron cobrando fuerza durante los secuestros de Julio Iglesias Zamora, cuando se instituyó el lazo azul, José María Aldaya y posteriormente Cosme Delclaux y Ortega Lara.
A su juicio puede ser “excesivo” afirmar que esos días de julio marcaron “el principio del fin de ETA”, pero no cabe duda que “contribuyeron de manera notable al desprestigio de la propia violencia política”.
Urkijo considera que la “avalancha popular” fue interpretada como una “situación de riesgo por parte de las fuerzas nacionalistas, que temieron que pudiera llevarse consigo no solo a los violentos y a quienes les apoyaban sino que podría afectar negativamente a la ideología nacionalista”.
Por otra parte, considera Urkijo, “ciertos sectores creyeron que era la oportunidad de vencer al nacionalismo y convertir el ‘espíritu de Ermua’ justamente en aquello que temían los nacionalistas, esto es, en un movimiento que fuera más allá de la oposición a la violencia y se convirtiera en un movimiento político contra el nacionalismo”.
Unos meses después del asesinato se inició un proceso de “polarización progresiva entre nacionalistas y constitucionalistas” en el que “no es que hubiera una disminución de las movilizaciones” sino que se produjeron concentraciones dobles, con dos pancartas, o incluso tres como ocurrió tras el asesinato del parlamentario del PSE fernando Buesa”, recuerda.
La profesora de Sociología de la UNED María Jesús Funes, autora del libro “La salida del silencio: movilizaciones por la paz en Euskadi”, considera no se entendería la respuesta que provocó el asesinato del concejal del PP de Ermua si no hubiera habido 10 años previos de movilización “que cada vez fue mas solida, con una estructura reticular cada vez más densa”.
El caso de Miguel Angel Blanco tenía en sí mismo componentes que se prestaban para el acontecimiento, señala Funes, que considera que el “factor tiempo” fue muy importante ya que el ultimátum de 48 favoreció que las protestas se pudieran organizar y estuvieran muy concentradas en unos días.
Funes cree que la movilización tuvo un “efecto catártico” en la sociedad vasca que se sacudió el miedo y hubiera sido imposible 15 años antes.