'Argentina 1985' y la victoria de los derrotados

'Argentina 1985' y la victoria de los derrotados

La película de Santiago Mitre explora el proceso civil que enterró la última dictadura militar argentina a través del empeño de un funcionario, un tipo corriente.

Fotograma de Argentina 1985Fotograma de Argentina 1985

“Este proceso ha significado, para quienes hemos tenido el doloroso privilegio de conocerlo íntimamente, una suerte de descenso a zonas tenebrosas del alma humana”. Así empezó el alegato final de la acusación contra los comandantes que entre 1976 y 1982 mantuvieron a la República Argentina bajo un régimen de terror en el conocido como Juicio a las Juntas.

Y ese es, en síntesis, el paseo que Santiago Mitre, director de Argentina 1985, ha diseñado para los espectadores durante 120 minutos de metraje. Un descenso a las abominables consecuencias de un proceso que empujó al exilio a cientos de miles de argentinos y que hizo desaparecer a más de 30.000.

Con dominio del cine ambiental, Mitre ha diseñado una Argentina que salió enmudecida de uno de los procesos más sangrientos que ha vivido y que rompió el silencio definitivamente juzgando a sus dictadores. A los responsables.

No en vano, las primeras secuencias de la película se mueven en el sonido ambiente, sin voz apenas. El primer diálogo de un Ricardo Darín transformado en el fiscal Julio César Strassera es un interrogatorio a su hijo sobre las actividades de su hermana mayor, que está viéndose con un chico... Y es que quizás, quién sabe, el susodicho pueda ser un agente del servicio secreto, plagado aún de matones aunque la democracia ya esté de vuelta.

Una Argentina celosa de sí misma, paranoica e impregnada de miedo. Difícil ser fiscal en un ambiente semejante. Strassera (Darín) rehuye su cometido, trata de mirar para otro lado, tratando de disimular que esta “cagado de miedo”, como al final admite.

A fin de cuentas quién es él, un funcionario, la clase media, alguien sobre quien no recae la responsabilidad sobresaliente. “La historia no la hacen los tipos como yo”, afirma aún poniendo tierra de por medio. La cuestión es que sí la hizo, y fue sonado.

La historia se mueve a través de un Strassera que debe enfrentarse a sí mismo, y que encarna el conflicto de toda una nación que se debate entre hacer un examen doloroso o pasar página.

Una vez que la causa llega a sus manos, se acaba el silencio y la inacción. Empieza aquí una película canónicamente judicial, que no renuncia a las notas de humor para expresar el horror de que toda la judicatura esté plagada de fascistas o colaboracionistas con los militares.

Son finalmente Strassera y el fiscal adjunto Luis Moreno Ocampo (interpretado por Peter Lanzani), junto con una cuadrilla de jóvenes abogados sin filias con el viejo régimen, los que recorrerán Argentina de punta a punta para demostrar que los comandantes de las Juntas militares diseñaron un sistema de represión basado en el secuestro, la tortura y el homicidio.

Con una miríada de personajes secundarios bien construidos y matizados (mención especial a la esposa de Strassera, interpretada por Alejandra Flechner), el guión dibuja un país dividido que el fiscal y su equipo tienen que unir en torno a la idea del respeto a la Ley, la reparación de las víctimas y la defensa de los derechos humanos. El objetivo final: bajar a los militares de su posición de “héroes frente a la subversión” y sentarlos en el banquillo de los acusados por crímenes contra la humanidad.

Las secuencias de los testimonios de las víctimas, los derrotados y torturados, que relataron los secuestros y torturas frente a los jueces con los militares sentados a su espalda, tienen un pulso y un ritmo demoledor, y ajustan buenos nudos en la garganta. Escalofriantes relatos que encarnan esa bajada a las “zonas tenebrosas del alma humana”.

La épica lo impregna todo, y alcanza su cénit en el alegato final de la acusación, un momento reconstruido al detalle, en el que Darín borda su papel (una vez más). Ahí se produce la culminación de la transformación del personaje, cuando Strassera pronuncia “en nombre de todo el pueblo argentino” las conclusiones de su equipo en una defensa del derecho, el constitucionalismo, la democracia y la paz.

Justo en ese momento, Strassera vuelve a lo que siempre quiso ser, un hombre corriente. Él pone la voz, pero es el pueblo argentino el que cierra la acusación: “Señores jueces, quiero renunciar expresamente a toda pretensión de originalidad para cerrar esta requisitoria. Quiero utilizar una frase que no me pertenece porque pertenece ya a todo el pueblo argentino. Señores jueces, nunca más”.

Los derrotados vencieron y finalmente la sociedad tiró a los genocidas al cubo de basura de la historia.