Arabesco español
La doctrina de PP es que todo lo que haga Sánchez está mal aunque por carambola esté bien.
Debe ser eso. Dicen que Josep Pla decía que en España la línea más corta entre dos puntos era el arabesco, aunque también es imprescindible en el análisis de la actualidad política nacional considerar a Valle Inclán y sus esperpentos: la realidad vista en un espejo cóncavo deformante, como los que había en algún circo, que a la vez que la figura reflejada daba risa, también daba pena.
Simplificando este peculiar ‘procés’ español de la pandemia, las cosas han sucedido más o menos así: primero era ‘como una gripe’ pero muy lejana, allá en China, en una ciudad que empezó a hacerse famosa, Wuhan, donde llegó a alcanzar unos 2.000 muertos. “Bah, eso queda muy lejos”, se decía. Un buen día apareció un caso en la isla canaria de La Gomera. Las autoridades alemanas habían alertado a las españolas de la presencia allí de un germano que había estado en contacto con una china que había dado positivo en ‘coronavirus’. Nueva demostración de que nadie está a salvo de los riesgos de la globalización.
Días más tarde aparecieron nuevos casos en península y archipiélagos. “Bah, es como una gripe”, decían incluso médicos e investigadores. En la temporada 2017-2018 la gripe estacional había provocado en España unos 15.000 fallecimientos. Razones. Luego, velozmente, a velocidad vírica, es decir, piramidal, retroalimentada en todos los sentidos, vino el vértigo de la propagación y los ‘positivos’, y con él, el aturdimiento. Y los capitanes del día después, expertos en predecir el pasado. ¡El Gobierno no lo vio a tiempo!, clamaban con diseñada hipocresía. ¿Y quién lo vio?
Los mejores empresarios fueron sorprendidos en ‘paños menores’, lo mismo que los humildes kioskeros. La economía de las naciones fue cayendo como un castillo de naipes. Bueno, sí, algunas advertencias de la OMS hubo; algún epidemiólogo había predicho algo parecido; yo mismo (perdón por la autocita) escribí sobre la vertiente turística de la ‘próxima’ ola el 23 de agosto de 2009 en La Provincia… pero los chinos habían conseguido confundirnos al principio con sus falsos datos. Según Europa y España, le fueron viendo las orejas al lobo, se fueron tomando medidas más radicales para la contención de la enfermedad. Tuvieron más eficacia los países con sistemas sanitarios más sólidos y con mejor medicina preventiva y estructuras solventes de salud preventiva, como la RFA, Países Bajos… En España la crisis del 2008 sirvió para debilitar a conciencia ‘y a calzón quitado’ a la sanidad pública.
Cuando tras ir subiendo la escala de la respuesta según iba subiendo la gravedad de la situación el presidente Sánchez declara el estado de alarma previsto en la Constitución y asume la ‘Autoridad Única’, el aspirante a presidente, ‘califa en lugar del califa’, Pablo Casado, declara la guerra sin cuartel. Las consignas que se recitan como el padrenuestro y las letanías en latín en las escuelas del franco-catolicismo son que el Gobierno no vio venir el virus, que cuando lo vio no reaccionó como debiera, que cuando reaccionó se pasó… que el estado de alarma encubría un peligroso autoritarismo y ataque a las libertades por parte del sanchismo… que no se había contado suficientemente con las autonomías…
Y cuando el Estado se hizo a un lado y las comunidades autónomas tomaron las riendas… la ‘desescalada’ hecha a su imagen y semejanza provocó… una inmediata nueva escalada que convirtió en un sarcasmo la famosa ‘nueva normalidad’. A la cabeza del desastre, dos clásicos de esta tragedia que tiene demasiados componentes caricaturescos, por no llamarlos cómicos o titiriteros: Madrid y Barcelona ex aequo, aunque el despropósito de la despreocupación social que impone su ley de la selva es generalizado.
Los contagios, después de haber caído tras el costoso esfuerzo del largo confinamiento, y la paralización consiguiente de la actividad económica estratégica, repuntan con fuerza a los picos del inicio de la crisis sanitaria, en marzo y abril. Pese a lo que se esperaba, que el calor adormeciera al virus y permitiera la recuperación de la actividad turística… julio y agosto han traído otra vez la catástrofe y más tiempo de ruina, oscureciendo el horizonte de la reconstrucción.
El fracaso de la ‘descentralización’ autárquica ha sido estrepitoso. La cogobernanza no ha funcionado, por una culpa compartida entre el Gobierno de la nación y la oposición, y la beligerancia antisistema de unos extremos que se tocan: el gabinete separatista de un sobrepasado Quim Torra, el gabinete extravagante y esnob a fuer de diseñar una realidad alternativa al modo trumpista de Isabel Díaz Ayuso, la desconfianza de los nacionalistas vascos, que solo se atenúa con euros extras, y el zancadilleo insistente de autonomías populares.
La oferta (envenenada, según la mire el borracho o el bodeguero) de declarar estados de alarma regionales para dar cobertura constitucional a las medidas de confinamiento o restricciones de movimientos de los ciudadanos y actividades comerciales que puedan adoptar los gobiernos autonómicos haciendo uso de su responsabilidad territorial, fue una respuesta a la negativa preventiva de muchos ante otro posible estado de alarma… con Sánchez convertido otra vez en ‘Autoridad Única’ que tenga garantizada una comparecencia diaria en las radios, televisiones y prensa con sus ecos multiplicadores en la ‘guerra de las redes’.
Lo que ocurre es que el anuncio sucedió a un auto del juez Alfonso Villagómez, sustituto del Juzgado de lo Contencioso Administrativo número 2 de Madrid, que anulaba la medida del gobierno de Ayuso para prohibir fumar en los espacios públicos si no se respetaba la distancia física (ya hay datos sobre la transmisión aérea del virus) y cerrar la gran fuente de contagio que es el descontrolado ocio nocturno si no existía precisamente el amparo de una declaración de ‘alarma’.
Como estaba previsto, el PP se ha opuesto en bloque, en principio por dos motivos principales: porque le conviene más la ambigüedad actual, echar una cortina de humo sobre la cuota parte de culpa de las CCAA, y porque la doctrina de Génova es que todo lo que haga Sánchez está mal aunque por carambola esté bien. El radicalismo, por muy simplón que sea pesca votos, en el fondo es uno de los ‘secretos’ más conocidos del populismo, aunque también ahuyente otros, como parece probar el calvario electoral de Podemos.
La alternativa trapecista que ha elaborado el sinuoso líder gallego Núñez Feijóo responde al perfil de su propia personalidad, que en la escalera en que está, la política nacional como esperanza de mayorías, o la política gallega, no se sabe si sube o si baja: una ley nueva sanitaria ex profeso que tenga el mismo efecto del estado de alarma pero sin ser el estado de alarma sino un sucedáneo, cosa harto complicada y un punto esotérica en cuanto llegue la hora de los remilgos y juzgados, porque sin duda el blindaje tiene más fortaleza cuando es la mismísima Constitución que cuando no lo es.
El resultado de todo este amanerado minué es que los contagios se siguen multiplicando, en gran parte debido –hay otros culpables, claro, como esa gente que parece trastornada, aquí o en Berlín– a la falta de unidad política. De lealtad constitucional. De sentido de la supervivencia. De no distinguir una situación de normalidad de una de emergencia.
Mientras el coronavirus vuelve a desatarse algunos de los partidos de oposición, incluyendo a los separatistas, practican la técnica de tierra quemada traducida por famoso trabalenguas de Rajoy como el “cuanto peor, mejor”, que los cubanos anticastristas confiados en la taumaturgia del ‘punto crítico’ enuncian como “lo bueno que tiene esto es lo malo que se está poniendo”.
Solo que en este caso nuestro de “esta España nuestra”, lo malo son esos miles de muertos que podían haberse evitado. Triste consuelo es que haya asimismo cientos de miles de alemanes que estén jamados por el miedo y la incertidumbre y que se manifiesten ‘por la libertad’ y contra las mascarillas, contra la tolerancia con los inmigrantes y contra la misma existencia del virus. En todas partes hay un Miguel Bosé esperando su ‘minuto de ‘loro’.
Ya lo advertía el filósofo Baltasar Gracián en un libro escrito en el siglo XVII que los jóvenes ejecutivos de New York convirtieron en best seller a principios de este XXI: “No te pongas en el lado malo de un argumento simplemente porque tu oponente se ha puesto en el lado correcto”. Aunque el oponente sea, como en la canción de Julio Iglesias, a veces un truhán y a veces un señor.