Apagón a los ciegos por coronavirus
Las limitaciones de las personas ciegas se han incrementado de una forma exponencial.
Las personas ciegas sentimos incertidumbre ante las medidas de seguridad e higiene por coronavirus que nos aguardan en el exterior porque tememos que algunas de ellas se conviertan en barreras arquitectónicas insalvables para nosotros.
A este respecto, nos preocupa, sobre todo, la recomendación de tocar sólo lo imprescindible porque el tacto nos aproxima a nuestro entorno y la imposibilidad de manipular los objetos nos produce un efecto parecido a un apagón.
Llegué a casa el 14 de marzo. Desde entonces no he salido a la calle para nada. Mi familia, que va a la compra, me explica que antes de entrar al supermercado deben echarse gel hidro-alcohólico sobre sus guantes, colocarse otros encima de los mismos, ponerse una mascarilla, así como respetar más de un metro entre clientes en la cola de la caja, además de que la mayoría de las personas tratan de no coincidir con otras en el mismo pasillo.
Asimismo, en el mercado, los puestos se protegen con plásticos. Los dependientes evitan cualquier contacto físico al despachar o cobrar los productos. Los farmacéuticos se han atrincherado tras los mostradores. Se parapetan con todo tipo de obstáculos que les separan de los usuarios.
Intimidadas por la pandemia, las personas ciegas contamos con la ayuda de nuestro bastón o perro guía, quien disponga de uno, para solventar las nuevas circunstancias. No podemos recurrir a la inestimable ayuda de un vecino, en caso de quedarnos varados en una zona que escape a nuestro control. No ya porque no quieran colaborar con nosotros, sino porque el riesgo de contagio acecha y, con él, la intranquilidad de transmitir el virus a nuestros seres queridos. Conmigo conviven dos mayores de 65 años, mis padres, y un paciente inmunodeprimido, mi hermana. No puedo ni debo exponerlos a un peligro tan real.
En este contexto, las limitaciones de las personas ciegas se han incrementado de una forma exponencial. El confinamiento no lo impone sólo el Gobierno, sino unos espacios públicos que escapan a nuestro control. Las ciudades se antojan inescrutables. La nostalgia nos invade al recordar los abrazos pero, de momento, permaneceremos en casa por el bien de todos, hasta que podamos agarrarnos de nuevo a vuestro codo.