Antonio el Bailarín, el genio que triunfó en todo el mundo y España olvidó
El Ballet Nacional de España homenajea al bailarín y coreógrafo en su centenario.
Conquistó Hollywood con sus movimientos, bailó para la reina Isabel II y fue admirado por Nureyev y Baryshnikov, los dos mejores bailarines de la historia. Antonio el Bailarín es la figura más relevante de la historia de la danza española, pero su carrera y su legado quedaron empañados en sus últimos años por sus amoríos y sus extravagancias.
“Ha sido el gran genio de la danza española. Él la impulsó y la renovó, dio relevancia a la figura masculina. Hasta él acompañábamos a la mujer y cuando él llegó, empezó el baile”. Son las palabras de Rubén Olmo, director del Ballet Nacional de España, durante la presentación del programa que ha preparado la compañía para celebrar el centenario del artista en el Teatro Real a partir del 13 de octubre.
Antonio Ruiz Soler nació en Sevilla en 1921 y se subió por primera vez a un escenario con seis años en su ciudad natal. Entonces le pagaron con una caja de bombones, pero ese niño prodigio apunta ya a los grandes escenarios. El pequeño Antonio se formó primero en la escuela de Realito, donde empezó a bailar con Rosario, la que sería su pareja artística durante más de veinte años y con la que cosechó el éxito internacional.
Después de triunfar primero en Sevilla y posteriormente en otras provincias andaluzas y el resto de España, Antonio y Rosario se fueron a ‘hacer las Américas’. Primero en Argentina, Venezuela, Cuba, México o Brasil y por último, en Estados Unidos. En 1939 los contrataron para la sala de fiestas del hotel Waldorf Astoria y de ahí, el salto a Hollywood. “Se fueron por seis meses y les pusieron un contrato de 5 años”, apunta Rubén Olmo.
Para él, Antonio no se puede entender sin Rosario pero “él brillaba tanto” que ella no supo gestionar la situación. Juntos protagonizaron Ziegfield Girl con Judy Garland o Hollywood Canteen. Fruto de su exitoso periplo en Estados Unidos, Ruiz Soler encadenó años de gira en los teatros más importantes de Europa.
En 1953 Antonio funda su propia compañía con la que consolidaría su éxito logrando hitos como bailar en La Scala de Milán la versión de El Sombrero de Tres Picos de Massine. Posteriormente, el sevillano haría su coreografía de la pieza de Manuel de Falla que todavía se baila en el Ballet Nacional y que grabó para Televisión Española junto a El amor brujo.
Durante su etapa al frente de su ballet, Antonio también viajó a la URSS en los sesenta para presentar algunos de sus espectáculos, toda un proeza de relaciones públicas. Su influencia a día de hoy es todavía patente y cualquiera que haya visto una coreografía de danza española ha visto las innovaciones de Antonio.
“Tenía la gran capacidad de absorber de los grandes artistas con los que trabajó. Le gustaba el ballet clásico e impuso la técnica y la disciplina que le faltaban a la danza española”, explicó Olmo durante la presentación, en la que reconoció que “todavía nos cuesta bailar los ballets de Antonio”. El director del Ballet Nacional habló de la precisión de movimientos del bailarín, que “era muy bajito y muy rápido”.
En el homenaje a la estrella en el Teatro Real se bailarán algunos de sus míticos solos como el Zapateado de Sarasate o dos de sus ballets completos: Sonatas y Fantasía galaica, que para Olmo es el trabajo más redondo del bailarín.
Después de retirarse con su ballet tras una gira por Japón en 1979, Antonio toma las riendas del Ballet Nacional de España en 1981 relevando a Antonio Gades. El impacto de su período al frente de la institución todavía puede verse en los bailarines que interpretan a día de hoy sus coreografías en el escenario. Tal y como explicó Olmo, él fue el responsable de que la compañía tuviera una rutina, un horario de clases y disciplina.
Su tiempo en el Ballet, en el que alternó sus coreografías con las de otros maestros, fue corto ya que Jesús Aguirre, Director General de Música y Danza del Ministerio de Cultura, lo vetó en 1983 después de que trascendiera su romance con la duquesa de Alba.
La cárcel, los últimos días y sus voluntades incumplidas
Desde su salida del Ballet Nacional, Antonio el Bailarín pasó más tiempo ocupando páginas de prensa rosa por su presencia en la farándula que por su brillante trayectoria artística. Aunque que su fama y su bisexualidad, controvertida para la época, lo relacionó con Marisol, Vivien Leigh o el Duque de Windsor, ya era habitual del papel couché desde hacía décadas.
En 1974 pasó varios meses en la cárcel, acusado de blasfemia. Durante el rodaje de El sombrero de tres picos para TVE, Antonio se cagó “en los muertos de Cristo” con la mala suerte de que lo escuchó un policía municipal. En prisión la estrella comía caviar y fresas con nata.
Ya retirado de la danza, Antonio sufrió un ictus que lo dejó en silla de ruedas, donde pasó sus últimos días hasta que falleció en febrero de 1996. Su última voluntad era utilizar sus propiedades para crear una Fundación Antonio después de su muerte, pero no lo consiguió. Sus trajes, diseñados con mimo y detalle, se quemaron después de que la trabajadora de un teatro sufriera una infección.
Solo su estudio en la madrileña calle Coslada se mantiene en pie gracias a la inversión de la bailarina y maestra Carmen Roche, que trabajó con él y compró la propiedad para convertirla en la Escuela de Artes Escénicas en Madrid, Scaena.
Su legado y su trayectoria tampoco se han reivindicado desde su muerte. Manuel Curao, periodista y testigo de la carrera de Antonio, explicó en Vanity Fair que su impresión es que para ciertos sectores, reivindicar la figura de la estrella de la danza es resucitar “un producto franquista”.
“Es un genio de la danza mundialmente conocido y se está empezando a poner en su lugar en España”, resaltó Olmo en la presentación del programa que se bailará en el Real. Este homenaje por su centenario puede ser el primer paso para reivindicar el legado de Antonio el Bailarín.