Antimilitarismo y escuela de ingenuidad
El aumento del gasto militar (en realidad una inversión para la paz, ahí tenemos el 'si vis pacem para bellum') era imprescindible.
Ya saltó el conejo de la madriguera: la ministra podemita Irene Montero ha explicado urbi et orbi en las peores circunstancias posibles, esa es la tradición de la izquierda populista, elegir el ‘momento comparativo’ más inapropiado para consolidar el ridículo y la liviandad de su ‘pensamiento’ (sic), que lo que necesita España en estos momentos de guerra en Europa es “más dinero en sanidad y educación y no más tanques”.
Como es obvio esta afirmación es una completa frivolidad: lo uno no quita lo otro. Más sentido tendría decir que sobran asesores y enchufados y faltan investigadores y catedráticos… y ministros y ministras con sentido común.
Yo, qué quieren que les diga, les aconsejo lo mismo que el ‘viejo profesor’ —ya tenía esa condición a los cincuenta años— Enrique Tierno Galván: “Nunca perdáis el contacto con el suelo, porque así tendréis una idea aproximada de vuestra estatura”.
Los miles de muertos, quizás más de 50.000 ucranianos, no necesitan ya, desgraciadamente, ni una buena sanidad pública, ni una buena educación pública, ni grandes teatros ni salas de conciertos: lo que necesitan son crematorios y cementerios y funerales. Los cadáveres quizás no lo hubieran sido si Ucrania hubiera conservado sus bombas atómicas, sus bombarderos, sus misiles de larga distancia… a la vez que mejoraba las infraestructuras básicas heredadas de la larga pesadilla de la URSS.
En estos asuntos tanto el actual partido comunista, en sus varios ropajes, como esa galaxia inestable llamada Podemos, con su ‘Sol’ Iglesias que no quiere ponerse por el oeste, tienen un índice de ofuscación y ceguera de pronóstico grave. ¿No han sacado ninguna enseñanza de la ‘guerra de Putin’?
Kiev pecó de ingenuidad, y las democracias occidentales también, cuando firmó el ‘Memorándum de Budapest’ el 15 de diciembre de 1994. Eran días, podríamos decir, de alegría, de inocencia democrática, de vino y rosas tras el derrumbe de la Unión Soviética. La adhesión de Ucrania al Tratado de No Proliferación Nuclear fue firmado por el presidente ucranio Leonid Kuchma, por el de la Federación Rusa, Boris Yeltsin, por John Major (por Reino Unido), Bill Clinton (por EEUU) sumándose luego China y Francia. Un francés, el general De Gaulle, ya había dejado dicho en los cincuenta que solo la posesión del arma nuclear hace libre a una nación: dos casos prácticos los tenemos en Israel y Corea del Norte.
Resumiendo, Ucrania entregó a Rusia unas 5.000 bombas nucleares, más de 200 vehículos de lanzamiento, 176 misiles balísticos intercontinentales y 44 aviones de larga distancia con capacidad nuclear. Todo eso a cambio de las garantías de seguridad para la integridad territorial o la independencia política.
Apenas dos años más tarde, el 21 de noviembre de 1996, el ministro de Defensa de Reino Unido, Michael Portillo, declaraba que “la OTAN ofrece en estos momentos a Rusia relaciones especiales de una naturaleza sin precedentes”.
Pues bien, integridad territorial e independencia política han sido los dos aspectos por los que el Kremlin justifica este brutal ataque con genocidio de serie. Ucrania pasó de ser la tercera potencia nuclear mundial, después de Estados Unidos y Rusia, a no ser nada. Moscú, con el putinato, o sea, el régimen autocrático edificado por el KGB y sustentado en una corte oligárquica, incumplió ‘puntillosamente’ todos y cada uno de sus solemnes compromisos. Y no le ha importado que en marzo de 2014 la Asamblea General de la ONU recordara, con 100 votos a favor, que Crimea era parte de Ucrania.
Aquí hay que recordar otra vez este consejo del canciller Bismark: “Vivimos una época maravillosa, en la que el fuerte es débil por causa de sus escrúpulos, y el débil se hace fuerte por causa de su audacia”. Para romper este maleficio la Unión Europea decidió actuar deprisa y sin fisuras: ayudar a Zelenski, enviar material de guerra para evitar una masacre, defender a la víctima y parar al invasor. Y no solo eso, sino enviarle a Putin un mensaje alto y claro: los ucranianos no están solos.
Aquel ‘paseo militar’ que iba a durar tres días ha sido un fracaso: ha conseguido el efecto contrario al perseguido por Moscú: ha quebrado la imagen de poderío del ejército rojo. Y ha convertido a Ucrania en una Numancia que ha despertado la admiración mundial.
La cumbre de Madrid no podía hacer otra cosa que la que ha hecho. Cerrar filas frente a la agresividad de Vladimir Putin y a la ruptura de un orden mundial basado en reglas y en unos equilibrios que han permitido un largo periodo de paz y, consiguientemente, de progreso. Imperfecto, por la voracidad y la avaricia desatada por un capitalismo desquiciado, ‘capitalismo de casino’, se le llama, o de ‘amiguetes’, que ya entró en situación de crisis, de ‘morir de éxito’, en 2007-2008. Y como burro viejo no aprende idiomas, quiere solucionar sus problemas con más de lo mismo. Resultado: surgimiento de extremismos de izquierda y derecha. Siempre pasa. Pero es como andar con zancos por el borde de un precipicio.
El aumento del gasto militar, en realidad una inversión para la paz— ahí tenemos el si vis pacem para bellum— era imprescindible.
Europa se había amodorrado, dormido en los laureles. Y no es que todo el dinero fuera para mantener y agrandar el ‘estado de bienestar’, sino todo lo contrario: quienes habían engrosado sus cuentas de resultados eran, y siguen siendo, los grandes conglomerados industriales y financieros. Un ejemplo, entre cientos: cuando la mayor parte de la población europea no puede resistir el encarecimiento de los precios de servicios básicos como la electricidad y los combustibles, las compañías casi monopolísticas consiguen indecentes beneficios históricos. A estas compañías se les permite política y socialmente; pero se critica al gobierno, aquí o en Italia o en las chimbambas, por los impuestos de toda la vida para sostener los servicios públicos (que Isabel Díaz Ayuso dinamita con campechana y desvergonzada simpatía) y el sistema autonómico.
El aumento del presupuesto militar siempre ha incomodado a la parte inmóvil y dogmática de la izquierda. El acuerdo NATO para que sus socios europeos aumenten hasta el 2% del PIB su presupuesto de defensa y seguridad les parece excesivo. Ahí tenemos las declaraciones de rechazo, como si no fuera posible combinar hospitales, colegios y universidades con barcos y aviones de guerra, cuya función es, precisamente, defender la democracia, sus valores y sus señas de identidad. El refuerzo en Rota de dos nuevos destructores USA para mejorar el ‘escudo antimisiles’ también se ha rechazado con indignación.
Y sin embargo en Cádiz o Ferrol los sindicatos lo entienden. Además de dar carga de trabajo en los astilleros a miles de trabajadores, la Armada Española es un factor económico importante. No solo por el personal empleado, o por el mantenimiento y aprovisionamiento de las unidades, o por su impacto en la I+D+I…de amplio efecto multiplicador, o por su innegable capacidad como elemento de disuasión en nuestra área llamémosla geoestratégica, o por la diplomacia blanda que efectúa a lo largo del litoral del África occidental (zona UNOWA)…sino por el aseguramiento del comercio y las rutas de navegación.
Aquellas fragatas y corbetas que tanto rechazo provocaron en los 80 y 90 del siglo XX es esa izquierda antimilitarista para lo propio, pero no para los otros, fueron las que permitieron, dentro de la Fuerza Naval de la UE a los buques gallegos, vascos o andaluces, etcétera, gracias a la ‘operación Atalanta’, transitar por las aguas del Cuerno de África y el Océano Índico infestadas de piratas somalíes.
Los BAM (Buques de Acción Marítima) patrullan incesantemente desde Canarias al Golfo de Guinea, estableciendo relaciones con otras marinas y previniendo o conteniendo asaltos, robos o secuestros o trata de personas en una ruta estratégica.
Por otra parte España no puede ignorar los riesgos que afloran en el Sahel, con una creciente presencia de ‘hombres verdes’ (mercenarios rusos), un aumento del yihadismo, y una estrategia de rearme por parte de Marruecos y de radicalización inamistosa e imprevisible del régimen argelino. Este escenario es en la actualidad uno de los potenciales focos de conflictos a medio plazo.
A pesar de las advertencias dedicadas al sur del Mediterráneo, en general y sin señalar, de la cumbre de Madrid de la Alianza, el elemento clave de disuasión o contención y aseguramiento del mar territorial y zona económica exclusiva son las fuerzas armadas: de aire, aeroespacial y mar.
A ver cuándo Podemos se entera de que Yuppie no existe. Dimitió. Y que a ningún español le gustaría pasar por el calvario que pasan los ucranianos. Apostar por ser tontos tiene muchos efectos secundarios.