Antifascismo de Estado
Combatir desde las instituciones públicas la política de la crueldad y la tiranía: una cuestión de voluntad política.
La ultraderecha española está desatada, campa a sus anchas sin ningún tipo de freno o barrera. Mientras, los agentes políticos más conservadores allanan el terreno a los más reaccionarios –deslizan la alfombra roja y besan por donde pasan− sin tener en cuenta siquiera que, no son parte de su mismo ganado: unos son ovejas; otros, lobos con piel de cordero.
Los resultados de las últimas elecciones en Castilla y León, convocadas anticipadas por el Partido Popular, son un indicador claro de lo que está por venir si la situación no cambia. VOX ha pasado de tener un único escaño en 2019 a trece procuradores en 2022, siendo un actor clave y necesario a la hora de conformar gobierno. Ante este escenario son muchas las voces que se alzan con el fin de implementar un cordón sanitario, una acción que pasaría por facilitar un gobierno del PP mediante el apoyo del Partido Socialista.
¡Menudo disparate! En primer lugar porque fueron los populares quienes convocaron unas elecciones de manera anticipada, partidista y pensando únicamente en sus propios intereses. Ahora deben ser ellos mismos los que sufran el desgaste político y las consecuencias de aliarse con la gente de las cavernas. En segundo lugar porque la extrema derecha tiene que ser expuesta ante la opinión pública como lo que es, sin caretas, sin disfraces, poniéndoles en la tesitura de mostrar su programa. A este respecto, facilitarles las cosas, apoyar sus locuras, sus irresponsabilidades y su falta de sentido común es, simple y llanamente, evitar que tropiecen con las piedras que tienen delante e impulsarles de cara a los siguientes comicios.
No, así no se combate a los ultras, a los de Abascal se les confronta mediante un antifascismo de Estado: con el BOE por delante. Si algo tienen en común los neofascismos, por supuesto teniendo en cuenta sus orígenes y particularidades, es que utilizan el mismo combustible: frustración, miedo, incertidumbre y odio; arrojan cerillas, y como buenos pirómanos se vanaglorian del incendio.
¿Sabéis cómo quitarles las armas antes de que disparen? Haciéndonos cargo de todos los vacíos de los que se aprovechan, que no son más que las lagunas del estado del bienestar, los defectos de nuestra democracia y las consecuencias de la globalización. El método: legislar. Poner en marcha desde los distintos Gobiernos políticas públicas que aborden el malestar de nuestros tiempos. El discurso político está bien, la pedagogía, la narrativa, lo cultural, todo lo que tú quieras, pero no es suficiente. Al fin y al cabo la vida de las personas mejora cuando te haces cargo de sus necesidades, de su cotidianeidad. Proponer avances democráticos, negociar, llevarlos a las Cortes Generales, votar, aprobar y al BOE. Repito: proponer, negociar, votar y al BOE. Y así −cuantas más veces mejor− durante los cuatro años que dure la legislatura.
A los retrógrados les dan alergia los derechos y por ello, ese y no otro, debe ser nuestro campo de batalla. Ante la precariedad material, por ejemplo: seguir subiendo el Salario Mínimo Interprofesional. Contra el paro juvenil: otorgar la posibilidad de que los jóvenes continúen formándose o puedan acceder a un trabajo digno, estable y sin condicionantes. Contra el miedo: generar certidumbre, seguridad, expectativas y horizontes tranquilos. Saber que no te van a partir la cara en una manifestación, que puedes darle la mano a tu pareja o demostrar que vivimos en un país justo: donde la ley es igual para todos, pero la justicia también (de esto último andamos un poco escasos).
Encargarse de estos problemas –entre tantos otros− es dejar sin artillería a los reaccionarios. VOX es un partido cuyo único proyecto es favorecer a los estratos hereditarios y elitistas de nuestra sociedad, y por el camino, arrasar y someter a los que quedan por debajo. El privilegiado contra el necesitado; el penúltimo contra el último.
Por eso tratan de enfangar el panorama político, intentan convencernos de que como ellos, todos son iguales. Que a ninguno le importa su país, que todos van al hemiciclo a discutir y no a proponer, que la política no vale para nada, que votar no cambia las cosas, que tus problemas son culpa del de al lado, del de enfrente o del de abajo, pero nunca del de arriba. Falacias, no son más que falacias. ¿O acaso piensas que nuestra situación, gracias a todos los avances democráticos, no es mejor que la de hace un siglo?, ¿Crees que tu jefe, los Botín, los Ortega o los Thyssen se quedan en casa y no votan? No caigamos en su trampa, no hay nada más político que la antipolítica. Tampoco nos acomodemos, no vayamos a pensar que únicamente con gritar «que viene el coco, que viene el coco» vaya a ser suficiente. Estar a la altura en estos momentos es poner a trabajar toda la maquinaria del Estado en dejar un mañana mejor, y así sí, combatir el odio y a los que lo promulgan.