Antiantimonárquicos
Con el debido respeto a su menguante Majestad, me veo en el ingrato deber de comunicarle que usted no le importa medio pito a nadie de los que le aplaudieron este fin de semana.
Es fundamental distinguir entre los que están a favor de algo y los que están en contra de los que están en contra de algo. No es lo mismo ser pro que ser antianti. Con el debido respeto a su menguante Majestad, me veo en el ingrato deber de comunicarle que usted no le importa medio pito a nadie de los que le aplaudieron este fin de semana con motivo de su vuelta a las regatas españolas. No le jalearon por lo que usted representa, sino por lo que representan los otros. Bueno, vale, a lo mejor a cinco de ellos, sí. Diez como mucho. Los demás no le estaban aplaudiendo a usted, sino abucheando a los enemigos que le tienen especial inquina. Abucheaban a Podemos haciendo chocar las palmas de las manos ante usted. No se confunda: no es lo mismo ser promonárquico que ser antiantimonárquico.
Hay ejemplos en todos los ámbitos de la vida. Recientemente Macarena Olona —no es que esté empadronada, es que ella es así— alabó en sede parlamentaria a feministas como Paula Fraga. Obviamente, Olona tiene de feminista lo que yo de arzobispo de Canterbury, pero intentaba atacar al gobierno usando de ariete a las mujeres que más han denunciado el furor antifeminista del actual Ministerio de Igualdad. Lo hizo en el pasado con Julio Anguita, y lo hará en el futuro con un invasor extraterrestre si hace falta, dada la función parasitaria que Vox desempeña en nuestra democracia. Distingamos a los proespañolistas de los antiantiespañolistas, a los proeurovisión de los antiantieurovisión, a los proputin de los antiantiputin. Yo mismo, la persona menos taurina del mundo, me considero un radical antiantitaurino.
Pero volvamos al exmérito —no es errata—. ¿Cómo podemos distinguir a los promonárquicos de los antiantimonárquicos? Muy sencillo. Tengo el placer de presentarles el famoso test de Echenique: imáginemos por un momento que —debido a un golpe de calor, un alimento en mal estado, un fármaco cuyo efecto secundario causa dejar de ser un cliché— el portavoz del grupo parlamentario de Unidas Podemos se volviera promonárquico, alabara la figura de Juan Carlos the First y pidiera a sus correligionarios que acudieran a vitorearle. ¿Cuántos de los que ayer le aclamaron se hubieran acercado a hacerlo, ahora que ya no supondría oponerse a nadie? Pues menos que los no gallegos capaces de pronunciar correctamente “Sanxenxo”. No eres tú, Juan Carlos, soy yo, digo, Pedro Sánchez.
Amar es largo y complicado, pero odiar —¡zas!— se hace al toque. El amor requiere de la coincidencia de muchas cosas; el odio, sólo de la divergencia de una. No soy en este momento defensor de un referéndum acerca de la monarquía, por un motivo que confieso sin vergüenza: estoy seguro de que los republicanos lo perderíamos, y se nos iba a quedar la misma cara que le veremos a Juan Espadas el 19-J. También aquí mi voto prorrepublicano se mezclaría con millones de antiantirrepublicanos. No malinterpretemos aquella divertida canción de Objetivo Birmania: que los amigos de mis amigos sean mis amigos no implica que los enemigos de mis enemigos sean mis amigos. Y la prueba la tenemos en Pablo Iglesias y Felipe VI, que no deben de ser muy amigos a pesar de compartir un enemigo común.