Anónimos
Se dice que la historia la escriben los vencedores, nadie lo duda, pero quizás a eso habría que añadir, que la protagonizan infinidad de personajes anónimos, vencedores y vencidos.
Durante mucho tiempo la palabra anónimo tuvo género femenino. ¿Por qué no El Lazarillo de Tormes fue escrito por el puño y la letra de una mujer? Quizás, solo quizás, no quiso exponerse a una situación incómoda, a no ser tomada en serio o, incluso, a ser perseguida por parte de la temida inquisición. Lo mismo pudo haber sucedido también con La epopeya de Gilgamesh, El Cantar del Mío Cid, el Romancero viejo o incluso la mayoría de la literatura artúrica.
Pero no hace falta remontarse tan lejos. Una mujer en Berlín es un conmovedor relato de los últimos coletazos de la Segunda Guerra Mundial y la entrada del Ejército Rojo en la ciudad. El libro fue publicado de forma anónima por una mujer, allí se cuenta que sufrió numerosas violaciones y que fue víctima de horribles vejaciones por parte de los soldados rusos. Desde hace algún tiempo hemos puesto cara a ese anónimo, sabemos que aquella mujer tenía nombre, se llamaba Mara Hillers. Lo que no sabemos, eso sí que es anónimo, es el nombre de sus violadores.
Soldados anónimos
El 11 de noviembre de 1920 se instaló bajo el Arco de Triunfo de París una tumba con los restos de un soldado francés que había fallecido en la batalla de Verdún. Era la tumba al soldado desconocido que honraba a todos aquellos franceses anónimos que dieron su vida por la bandera gala durante la Primera Guerra Mundial. Desde 1923 se encendió una llama en recuerdo de todos ellos, una llama Eterna que se enciende cada tarde a las 18:30.
Los americanos también tienen la suya en el célebre Cementerio Nacional de Arlington, en el estado de Virginia. Se encuentra en la cima de una colina con vistas a Washington. Allí, un sarcófago de mármol blanco, tiene tres figuras griegas esculpidas en un lado y que representan el Valor, la Victoria y la Paz. En cada lado hay tres coronas que representan, en su conjunto, las seis campañas principales de la Primera Guerra Mundial. En la parte posterior de la tumba hay una leyenda que reza: “Aquí descansa en honor y gloria un soldado estadounidense conocido solo por Dios”.
El ramo de novias
Elizabeth Bowes-Lyon, la madre de la desaparecida reina Isabel II de Inglaterra, inauguró en 1923 la tradición real de depositar el ramo de novia sobre la tumba del soldado desconocido, situada en el centro de la nave de la abadía de Westminster, a la altura de la puerta oeste. Este gesto fue seguido en el día de su boda por su hija Isabel, Diana de Gales y Kate, la esposa del príncipe Guillermo.
Una costumbre que, con matices, comparten con los rusos. En los Jardines de Alejandro, frente al muro del Kremlin en Moscú, está la tumba al soldado desconocido que homenajea a todos aquellos que fallecieron durante la II Guerra Mundial. Allí hay una lápida conmemorativa de granito rojo con una estrella de bronce de cinco puntas. En la lápida se puede leer: “Tu nombre es desconocido y tu hazaña inmortal”. Es frecuente que las novias recién casadas lleven su ramo y lo dejen junto a la llama eterna. Habitualmente uno de los soldados que custodia la tumba toca el silbato y el otro abre la cadena permitiendo el paso de la novia para que deposite el ramo.
Manu, el primer hombre
El nombre propio es nuestra seña de identidad. De hecho, la palabra anónimo proviene del griego anonymus compuesta por el prefijo a (sin) y onoma (nombre), es decir, sin nombre. Es fácil imaginar que durante algún tiempo nuestros antepasados no tuvieron nombre, eran todos anónimos.
Para los hindúes el primer nombre de un ser humano fue Manu, al que consideran el primer rey que gobernó sobre la Tierra y que fue salvado del diluvio universal, el equivalente al Noé cristiano.
En sánscrito la palabra manu procede de manas, que significa mente, pensante, sabio o inteligente, y es que los hindúes consideran que este personaje nació de la mente del dios Brahma.
Algunos estudiosos defienden que manu habría dado origen al término inglés man, hombre, varón. En fin, pues eso, que volvemos al comienzo del relato, que el primero fue un man, no una woman.