Brasil: ni Lula arrolla, ni Bolsonaro estaba sentenciado ni la segunda vuelta está decidida
La izquierda se impone, pero no con los márgenes augurados por las encuestas. Sale a la luz un voto oculto por los ultras que evidencian una fractura social de enorme calado.
Habrá segunda vuelta en Brasil. La primera ronda de las elecciones presidenciales de ayer, 2-O, ha dejado un ganador claro, el expresidente izquierdista Luiz Inacio Lula da Silva, que ha logrado el 48% de los votos frente al 43% de su principal oponente, el ultraderechista y actual mandatario Jair Bolsonaro. Y, sin embargo, no es suficiente: el Partido de los Trabajadores (PT) no ha superado ese 50% más uno de los votos que evitaba el segundo round y, así, el 30 de octubre, los brasileños tienen una nueva cita con las urnas. A cara de perro, esta vez.
En un mes ya no habrá 11 candidatos, sino sólo dos, Lula y Bolsonaro, uno robustecido por la victoria y otro esperanzado porque las encuestas fallaron y ni su archienemigo arrolló ni él se quedó tan tan lejos de su marca. Hay partido y, sobre todo, hay una división mayor, más honda y más pareja en un país que necesita soluciones urgentes a problemas como la inflación o el hambre.
Hay una primera conclusión evidente y que no se puede relativizar: Lula da Silva ha ganado con claridad, cuando en 2018 ni siquiera pudo votar porque estaba en la cárcel por presunta corrupción (todas sus penas están hoy anuladas). Le ha sacado cinco millones de votos al segundo, que se dice pronto. Ahora aspira a ser de nuevo presidente, como lo fue entre 2003 y 2011, cuando abandonó el cargo con más del 80% de popularidad. En todos estos años ha seguido siendo el favorito y anoche volvió por sus fueros.
En su intervención ante sus afines hablaba de “prórroga”, quitando hierro a la diferencia acortada. “El destino quiere hacerme trabajar un poco más”, ironizó en el acto de celebración, en Sao Paulo. El PT ha sido especialmente fuerte en el nordeste y en las clases populares del país, pero le ha faltado empuje en las dos circunscripciones más numerosas, las de Sao Paulo y Minas Gerais. Ahí tendrá que redoblar sus esfuerzos si quiere ir sin dudas a por la presidencia. “Ganaremos dos veces”, “hasta la victoria final”, “es sólo el principio”, “esta es una oportunidad de madurar nuestros mensajes hacia la sociedad”... es lo que se escuchó anoche. Toca hacer examen de conciencia.
La segunda conclusión es que Bolsonaro no estaba ya amortizado; quizá tocado, pero no hundido. La corriente de desencanto que lo elevó al Palacio de Planalto hace cuatro años sigue siendo fuerte, ha concentrado en su polémica figura el apoyo de la derecha y la derecha radical, con amplia base religiosa además, y por eso se entiende que los 10 o 15 puntos de diferencia que auguraban las encuestas hayan quedado en cinco. Es un golpe psicológico para Lula porque, además, el Partido Liberal (PL) de Bolsonaro ha demostrado tener una gran fuerza en lo regional, con la elección de gobernadores de peso: al menos nueve de los candidatos apoyados por el presidente brasileño fueron elegidos en sus estados en las elecciones regionales de este domingo, frente a cinco de los respaldados por Lula da Silva.
En el Congreso, la cámara no se tiñe de rojo y le pondrá las cosas difíciles a Lula si llega al poder: el Partido Liberal tendrá la mayor bancada, con 99 escaños de 513 totales, con grupos de derecha y extrema derecha dispuestos a unirse al actual presidente, que deja sin margen de imponerse a los de Lula. En el Senado, que renovaba un tercio de sus escaños, también está fuerte Bolsonaro, 14 de 81 asientos se lleva, ocho más que hasta ahora, cargos en los que ha puesto a viejos compañeros de gabinete de extrema afinidad.
Por ejemplo, se han acomodado en la Cámara Alta Sergio Moro, su exministro de Justicia, el juez que metió en la cárcel a Lula, o Eduardo Pazuello, exministro de Sanidad, responsable del caos de las vacunaciones contra el covid-19. Sus escándalos no han pasado tanta factura como se esperaba. Bolsonaro tiene base en las cámaras y los estados y opciones vivas la presidencia. Su seriedad de anoche debe ser transitoria, aún puede repetir legislatura.
Queda ahora -tercera conclusión- un 8% de votos restantes por el que pelear. Ese granero se encuentra repartido en dos formaciones, principalmente: el Movimiento Democrático Brasileño de Simone Tebet (se ha llevado un 4,1% de os votos en primera vuelta) y el Partido Democrático Laborista de Ciro Gomes (3%). En ambos casos, con matices, Tebet y Gomes se han mostrado inclinados a hablar con Lula antes que con Bolsonaro. Son formaciones templadas, centristas, que ven en estos liberales una amenaza contra la democracia, de ahí que a priori Lula lo tenga más sencillo para cosechar en ese margen.
Se ha visto que el PT no tenía tanto voto oculto y ha llegado al margen previsto en las encuestas menos entusiastas. El PL, en cambio, sí estaba agazapado, parte de sus electores no estaban confesando su apoyo en las encuestas, en un momento de entusiasmo de la izquierda y de descrédito de la derecha. Esto hace que los ánimos suban entre los ultras, que se sientan reforzados, pese a la derrota inicial. Creen en la remontada. También ellos, desde anoche, tratan de dejar la puerta abierta al entendimiento con otras fuerzas, pero lo tienen más complicado. No obstante, incluso en el centro sigue habiendo un voto antiLula, que aún persiste en su rechazo por los casos de corrupción por más que se hayan anulado por falta de jurisdicción o persecución judicial, y los ciudadanos no tienen por qué hacer lo que digan Tebet o Gomes. No es desdeñable ese pico, a la hora de sumar o restar.
“No hay descanso”, ordena Lula. Desde hoy, a la caza de todos los votos. Para ello, su propia gente reconocía anoche a medios como The New York Times o Página 12 que el PT va a tener que explicar mejor su programa y afinar las medidas concretas que quiere aplicar. En campaña, ha dado un marco, pinceladas, porque el gran mensaje era el retorno de Lula, el presidente antihambre. Tienen que flexibilizar sus márgenes, yendo al centro, y entrar más a debates directos que desarmen a Bolsonaro, entienden.
La primera vuelta deja la constatación -van cuatro conclusiones- de que en Brasil hay una radicalización importante. Independientemente de si Bolsonaro da la vuelta a los resultados o no, hay derecha ultra más allá del actual presidente. Hay diputados, senadores y gobernadores, un partido como el Liberal que venía a romper con la derecha clásica porque la veía “floja”, en palabras de su líder, se ha convertido en opción de gobernabilidad para los brasileños, pese a que ataca los fundamentos mismos del estado de derecho.
No es una excepción, hay una corriente mundial de ultras, radicales, extremistas y trumpistas en la misma línea y Brasil evidencia que va para largo. Una sociedad tan polarizada está en el alambre, siempre en el riesgo del choque, y más cuando Bolsonaro ha extendido las facilidades para portar armas de fuego y lleva semanas avivando el fantasma de un fraude electoral.
Bolsonaro, anoche, otra vez sacó de su zurrón los miedos al “comunismo”, con comparaciones con Venezuela, Argentina y Colombia, Ejecutivos muy dispares más allá del progresismo, que mete en el mismo pozo del peligro. “La campaña empieza de nuevo”, animó, con las avalanchas de fake news recobradas ya en las redes sociales. Por ahora, en la calle hay calma: anoche el presidente reconoció su derrota y trató de pasar página. El jefe de Estado ha agitado el fantasma del fraude contra el actual sistema electoral del país y llegó a pedir al Congreso la instauración del voto impreso, pese a que no existe ninguna denuncia contra la urna electrónica desde su implantación, en 1996. ¿Pero qué puede pasar en este mes completo de incertidumbre? ¿Reconocerá también los resultados finales? ¿Alimentará el miedo? Es imprevisible.
El americanista Sebastián Moreno insiste en esa palabra, se niega a hablar incluso de favoritos, por el margen final de la primera vuelta. “La disputa está muy abierta. Vemos a Lula por delante, obviamente, pero el margen en mucho más pequeño de lo esperado, con horquillas que iban de los siete a los 15 puntos de diferencia. Hoy por hoy se entiende que la izquierda tiene más posibilidades de ganar, pero una segunda vuelta a cara o cruz, con todo un mes para lanzar nuevos mensajes y cargas, puede debilitar o aupar a cualquiera”, indica.
Destaca el 20,94% de abstención de ayer, que es el mayor desde 1998, según los datos del Tribunal Superior Electoral (TSE), y el “poder” que ese margen puede dar también para inclinar la balanza. “En la campaña del PT se habló mucho de voto útil, de ir con Lula no sólo por afinidades y simpatías, sino para dejar atrás a Bolsonaro y su sistema, sus errores con la covid, por ejemplo, tan dañinos y de tan impacto social. Pero no ha habido el arrastre esperado. Quizá en segundas vuelta, cuando las opciones se limiten y sea un sí o un no”, remarca.
Bolsonaro en los últimos meses aumentó el Auxilio Brasil (el programa de asistencia económica a gente de bajos recursos) y es “muy posible” que eso haya tenido “un impacto positivo” en una parte importante del electorado, aunque haya sido a última hora. Una esperanza desde la derecha. Sigue siendo una “fragilidad” en su relato, frente a todo lo que hizo Lula, y por ese flanco se le puede intentar batir, alejando su “monotema” de la corrupción.
Quedan días de enorme tensión que ya anoche se veía entre los seguidores de Lula, cuando se conocieron los primeros datos del escrutinio y Bolsonaro se imponía. Era en zonas tradicionalmente conservadoras, pero el nudo en la garganta estaba. Es más: cuando ya salió Lula y se relajaron los ánimos, no siquiera hubo después grandes festejos, por prudencia. Lo que pasa en un país en el que el 67% de la población tiene miedo a expresar en público sus ideas políticas.
Como resume el reconocido periodista brasileño Eric Nepomuceno, la batalla final del 30-O será más difícil de lo augurado y se debate entre “civilización o barbarie”, porque “por más críticas que existan contra Lula, no hay comparación posible. Nunca jamás, siquiera en tempos de la dictadura que duró larguísimos 21 años, este país ha sido tan destrozado y degradado”. Por eso el mundo mira a Brasil, pendiente de si se suma ala nueva corriente de justicia social que ha llevado a la izquierda al poder en Chile, Colombia o México, o si persiste en el ultranacionalismo excluyente de los radicales de derechas. Bolsonaro parte con la confianza de que no todo está perdido, por más que tenga que revertir el resultado de ayer, y Lula, con la necesidad de apuntalar lo conquistado y arañar otro poco más para lucirse como un presidente legítimo, de base amplia, estable.