Amor a nada en concreto
Las emociones a las que se refirió Yolanda Díaz sólo existen en la retórica del 'coaching'.
No existe el amor. No existe el odio. Existe el “amor a…”. Existe el “odio a…”. Se puede amar a una mascota o la poesía barroca, la raza blanca o a los hijos, a un equipo de fútbol o el salmorejo. Se puede odiar la sanidad pública, a un violador, el calor, a los padres, la democracia. Pero no se puede amar ni odiar, así, a secas, sin complemento directo, igual que no se puede intentar, buscar, apoyar, así, a secas. La frase “yo intento” simplemente no tiene sentido. Tampoco lo tiene “yo amo”. Decir esto hoy en día bordea el delito, pero alguien ha de hacerlo: el amor no es mejor que el odio, ni viceversa. Tanto el amor como el odio pueden ser deseables o indeseables según a qué se refieran. Es mejor odiar el terrorismo que amarlo. Es mejor amar la justicia que odiarla. Y lo mejor de todo es entender qué son las emociones, más allá de las simplezas narcisistas que vemos en la publicidad.
Las emociones motivan nuestro comportamiento, ésta es la clave. El cariño a los hijos nos lleva a protegerlos en caso de peligro, y el miedo al cáncer hace que dejemos de fumar. Las sensaciones positivas o negativas que nos producen las emociones no se corresponden necesariamente con sus consecuencias positivas o negativas. El asco que sentimos ante un alimento podrido nos puede salvar la vida, y el placer que provoca el consumo de ciertas drogas puede acabar con ella. Poner el acento de las emociones en las sensaciones que nos producen más que en las conductas que motivan es poner lo secundario por delante de lo principal. Supone una visión narcisista e irracionalista del psiquismo, es usado hasta el hartazgo por los medios de comunicación o, por ejemplo, cada vez que un maltratador asegura amar a su víctima.
¿A qué viene este rollo de psicología en medio del desayuno del domingo? Pues a que Yolanda Díaz terminó su presentación de la plataforma “Otras políticas” con las palabras: “Frente a los del ruido y los del odio, la herramienta magnífica es el amor, los afectos y la esperanza. Y esto es la democracia. Así que caminemos juntas”. Ovación cerrada. Pero ese odio del que habla no es más que una inquina que siente por igual el que odia a los provacunas y el que odia a los antivacunas. Y ese “amor a nada en concreto” no va más allá de la euforia individual que sienten los que aman a los trabajadores del metal gaditanos y los que aman a la patronal. Las emociones a las que se refirió Díaz sólo existen en la retórica del coaching, discutible género éste en el que fue inevitable pensar demasiadas veces durante el discurso de la líder de la nueva plataforma política de izquierdas.
En la línea de la peor psicología basura, se está suponiendo que uno tiene los sentimientos dentro, ya dotados de un tono positivo o negativo, flotando sin objeto, y que sólo posteriormente recaen sobre el mundo, haciéndonos amar u odiar a las personas. Las personas buenas tienen dentro amor; las personas malas, odio. Ni Disney en Inside out presentó una visión tan boba de las emociones como la que vemos en cierta izquierda, intentando convertir esa parodia afectada en el motor de la política pública estatal. No cabe ser más cursi, ignorante, infantil. No se puede ser más individualista. Más tonto. Estampados contra sus eslóganes como las moscas contra el parabrisas, despreciarán esta columna y me acusarán de ser una persona que odia. Y es mentira: yo no soy una persona que odia, sino una persona que odia el daño que esta gente está haciendo a la izquierda.