América Latina vira a la izquierda para intentar superar la injusticia y el descontento
La época del neoliberalismo ha arrasado el continente, las calles arden y toca cambio. Las elecciones de Brasil y Colombia de este año serán clave para analizar la tendencia.
América Latina despierta, pide cambio, ya no aguanta tanta injusticia social, tanta desigualdad y falta de futuro. Viene de un neoliberalismo al que el apellido de salvaje se le queda corto, de distancias agrandadas entre pobres y ricos al tiempo que ha cuajado una clase media consciente de sus derechos, que no se conforma con la mediocridad en la salud, la educación o las infraestructuras. Si lo actual no vale, y lo actual es la derecha, la respuesta está en la izquierda.
El viraje es claro, tiene su poco de ideología pero su mucho de réplica, de castigo y de decepción. Se ha visto ya en las últimas elecciones celebradas en el continente en las últimas semanas de 2021, en Chile y Honduras, donde los ciudadanos votaron sin medias tintas por líderes de izquierda. La alternativa. En 2022, los progresistas son también los favoritos en dos elecciones clave del año, en Colombia y Brasil, que vienen de la derecha radical. Si las previsiones no fallan, los progresistas estarán al frente de las seis economías más grandes de la región recién estrenado el otoño.
A principios de los 2000, América Latina vivió lo que algunos llamaron la “marea rosa”, el ascenso de líderes de izquierda muy variada, que iba de los bolivarianos a los centristas, de los populistas a los reformistas, de Hugo Chávez (Venezuela) a Rafael Correa (Ecuador), pasando por Ricardo Lagos (Chile), Evo Morales (Bolivia) o Luiz Inácio Lula da Silva (Brasil). 13 de los 20 países al sur de los Estados Unidos llegaron a tener Gobiernos progresistas.
Llegaron malos tiempos, en los que una drástica caída de los precios de las materias primas más el refuerzo de una derecha bien cargada de apoyos externos llevaron a muchos de estos ejecutivos a caer. Golpes de estados directos, golpes encubiertos, acusaciones faltas y reales de corrupción... se fueron sumando por todo el continente y llevaron a un relevo conservador.
Ahora toca de nuevo cambio de ciclo. El sufrimiento económico, el aumento de la desigualdad, el ferviente descontento con los gobernantes y la mala gestión de la pandemia de coronavirus han impulsado un movimiento pendular que se distancia de los líderes de centroderecha y de derecha que dominaban hace unos años. Los datos que llevan al giro son aplastantes: la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) sostiene que en 2020 se produjo una bajada del 6,8% en las economías de la zona y que la pobreza ha aumentado un 4,4%, con 214,7 millones de personas en dicha situación; eso hace uno de cada tres latinoamericanos.
El punto de inflexión fueron las elecciones de 2018 en México, las que ganó Andrés Manuel López Obrador, del reciente de nueva creación Morena, que rompió con el bipartidismo clásico. “El Estado dejará de ser un comité al servicio de una minoría y representará a todos los mexicanos, a ricos y pobres”, afirmó. Y esa es su divisa.
Al año siguiente, se añadieron las victorias de Laurentino Cortizo en Panamá (de centroizquierda) y Alberto Fernández en Argentina (peronista, rescatador de la mala imagen de gestión y limpieza pasada). Ya en el 2020, llegó Luis Arce a Bolivia (con la promesa de seguir los pasos de Evo Morales), y en el pasado 2021 se sumaron los triunfos de Pedro Castillo en Perú (un maestro rural contra las élites), Xiomara Castro en Honduras (socialista que defiende la renta básica universal) y Gabriel Boric en Chile (el exlíder estudiantil que batió a la ultraderecha con promesas de mejores salarios, pensiones y servicios). También revalidó el cargo, tras su campaña de persecución a la oposición, Daniel Ortega, pero Nicaragua es caso aparte.
La izquierda ha prometido una distribución más equitativa de la riqueza, mejores servicios públicos -la sanidad se ha revelado raquítica en tiempos de pandemia- y redes de atención social ampliadas. Con programas basados en ello está venciendo, pero el escenario dista mucho de ser el de 2000: el presupuesto estatal para acometer reformas es escaso, mientras que la deuda pública se eleva (del 68,9% al 79,3% del PIB, dice la CEPAL, la región más endeudada del mundo en desarrollo), los políticos se ven lastrados por una enorme desconfianza popular y sobre ellos pesa, además, la amenaza de la calle en pie, que se lleva levantando desde 2019 sin entender de colores, en busca de derechos, y amenaza con fiscalizar todo lo que hagan los nuevos.
A su promesa se suma que, tras años de travesía del desierto, se ha dado ahora con nuevos rostros que sí arrastran. Ha habido años de personalismos tan marcados que han ensombrecido a los sucesores. Hoy hay nombres frescos o líderes recobrados que ilusionan de nuevo.
Tres elecciones clave servirán para revisar esa tendencia a la izquierda de América Latina. El pasado domingo, Costa Rica afrontó la primera ronda de sus elecciones. La segunda y definitiva se celebrará el 3 de abril. Los del Tribunal Supremo de Elecciones (TSE) indican que el expresidente (1994-1998) José María Figueres Olsen, del Partido Liberación Nacional (PLN), logró el 27,6 % de los votos, seguido por el economista Rodrigo Chaves, del Partido Progreso Social Democrático (PSD), quien sumó el 16,70 %. El centrista, partidario de “más izquierda”, es el que más posibilidades tiene de convertirse en mandatario.
Con su permiso, los comicios que más interés despiertan son los de Colombia y Brasil. La primera vuelta de las presidenciales colombianas está fijada para el 29 de mayo -más de dos meses después de las legislativas de marzo- y la posible segunda vuelta, para el 19 de junio.
Con el telón de fondo de las enormes protestas callejeras de 2021 y varios retos económicos, la mayoría de las encuestas de intención de voto ponen al frente al izquierdista Gustavo Petro, un economista, exguerrillero y exalcalde de Bogotá que perdió la batalla electoral de 2018 ante el actual presidente, el uribista Iván Duque.
Un eventual triunfo de Petro marcaría algo inédito: la primera vez que un candidato de izquierda resulte electo presidente de Colombia. Sin embargo, el país también podría eludir la polarización izquierda-derecha, porque están naciendo opciones alternativas: mientras Duque se desgasta por el flanco social, educativo y rural -eso sin contar su oposición al proceso de paz con las FARC- y Petro trata de lograr el liderazgo que no cuajó hace cuatro años, han surgido alternativas de centro como el exalcalde de Medellín Sergio Fajardo, el economista Alejandro Gaviria o el exsenador Juan Manuel Galán. El bipartidismo está fuertemente comprometido.
El 2 de octubre serán las elecciones de Brasil, y ahí el choque sí se espera de a dos, entre el actual presidente, el ultraderechista Jair Bolsonaro, y el exmandatario Lula da Silva (2003-2010), absuelto de las condenas por corrupción que recibió, que le impidieron ser candidato en los últimos comicios -Fernando Haddad hizo lo que pudo-, y que ahora regresa por sus fueros. Por ahora es menos probable que pase a segunda vuelta un candidato de la tercera vía como el exjuez Sergio Moro o el excandidato de centroizquierda Ciro Gomes, aunque quedan meses por delante.
Tras las fuertes críticas a Bolsonaro por su respuesta a la pandemia o el débil desempeño económico de Brasil, Lula figura como claro favorito en los sondeos iniciales (saca de 10 a 14 puntos a su competidor) y para un cara a cara contra el actual presidente el 30 de octubre. Se suman el deseo de revancha de sus seguidores, a los que se encarceló a su líder, pero sobre todo la actitud de espalda vuelta de Bolsonaro a los más pobres del país, el retorno de las élites -su alineación con Donald Trump no es sólo se formar, sino de fondo- y su negacionismo del covid-19, que le llevó a actuar tarde y mal. Hasta se ha pedido su procesamiento por crímenes contra la humanidad.
¿Por qué?
El americanista Sebastián Moreno entiende como “normal” este retorno a la izquierda en Latinoamérica, que prevé se refuerce, “al menos, con Lula” a lo largo del año. “La izquierda tiene una larga historia de conquistas e ilusiones en el continente, pero también de errores, de desilusiones y de derivas. Ha sido fuertemente perseguida porque años atrás hubo una importante unidad de acción y eso implicaba la presencia de la Cuba de Fidel Castro o la Venezuela de Hugo Chávez y eso dio miedo incluso a Gobiernos templados de Occidente. Sin embargo, estamos en una fase nueva en la que la izquierda supone esperanza social y, además, es la única alternativa”, constata.
A su entender, no estamos “necesariamente” ante un cambio de mentalidad, sino de coyuntura: los ciudadanos ven “que la izquierda está en la oposición y en ella ponen sus esperanzas de cambio, porque son la apuesta más fuerte ante la derecha que ya manda”. Aún así, entiende que “no es desdeñable” el porcentaje de latinoamericanos que se declaran más progresistas en los últimos años. La explicación está en lo sufrido: “la pobreza es la mayor en 20 años, el desempleo no baja del 10-11% en los mejores casos y más de la mitad de los empleados están en la economía sumergida. Frente a eso, inacción, corrupción, falta de escuelas y carreteras, de hospitales y subsidios”, enumera.
Así que hablamos de una suma de frustración y hasta ira, la que ha levantado a países como Bolivia o Colombia, que ahora han tenido además el colchón añadido de una clase media mas estabilizada y extensa, que también pelea por “derechos de segunda generación”, como la educación superior o el aborto. Todo eso estaba ya antes de la pandemia y se ha agudizado. Duele más.
“Hay que estar atentos también al desgaste de la izquierda que ya manda. En México y Argentina, el año pasado, el centroizquierda perdió terreno en las elecciones legislativas, socavando a sus presidentes. La pelea de la gestión es la clave”, concluye Moreno, quien avisa de que si este mal momento hubiera coincidido con Ejecutivos de izquierda habrían salido mal parados, como ahora la derecha. Y que la tendencia no ha sido universal: en los últimos tres años, los votantes de El Salvador, Uruguay y Ecuador han desplazado a sus gobiernos hacia la derecha. “El gran desafío para los gobernantes latinoamericanos sigue siendo cumplir con las demandas de mejores servicios públicos y seguridad social, así como menor desigualdad, con las que quizá sintoniza mejor la izquierda”, dice.
Levar a cabo esta tarea de reflote será difícil en una América Latina con crecimiento económico moderado (próximo a 3% en 2022, según la previsión más optimista de la CEPAL), presión inflacionaria y mayor deuda pública, con la incertidumbre que plantea ahora la variante ómicron, mayoritaria en la zona. El malestar social puede volver a las calles si las respuestas no llegan pronto, porque las ilusiones son muchas. No hay más que ver la electricidad del ánimo levantado por Boric en Chile, de punta a punta.
“La deficiente o escasa respuesta de varios gobiernos de América Latina y el Caribe a (…) múltiples crisis actuales podría generar una nueva ola de protestas sociales masivas y violentas”, indicó el instituto intergubernamental Idea, con sede en Suecia, en su informe sobre el estado de la democracia en la región publicado en noviembre.
Si bien los expertos señalan que durante la pandemia hubo señales de resiliencia, el informe sostiene que “los ataques a los organismos electorales se han tornado más frecuentes” en Latinoamérica, desde el oficialismo o la oposición, en Brasil, El Salvador, México y Perú.
Moreno avisa también de la presión que ejercerá la derecha si se ve más desplazada, “con los recursos que tiene, que son muchos”, y se duele de las cuentas que ya se le piden a la izquierda, sobre la que se añade “una sombra de sospecha”. “Los críticos ya están reclamando pruebas de democracia a mandatarios elegidos en procesos limpios y por mayorías claras. Se les pide que no sean activistas y respeten las reglas del juego, que no haya involución democrática. No se decía lo mismo de José Antonio Kast, el ultraderechista que quería gobernar Chile”, recuerda.
Un nuevo marco exterior
Las novedades de esta ola de izquierdas también se dan en el plan internacional. Se cree que los Gobiernos podrían impulsar sus relaciones con China -Fernández acaba de viajar a Pekín, por ejemplo- y enfriar las que tienen con EEUU. Es otro de los “miedos” que mete la derecha, a juicio del experto. Está por ver. Es cierto que estamos ante líderes desesperados por lograr el desarrollo económico que desatasque sus naciones y eso se puede conseguir con inversiones y préstamos que China sí está dispuesta a dar. Ya en la pandemia se ha visto su enorme influencia en el campo de las vacunas.
Los analistas locales sostienen que, por ahora, también hablamos de un posicionamiento más económico que ideológico. Se busca la cooperación en materia de tecnología y seguridad, que no llega de Washington. Sin embargo, no hay que olvidar que hay un pasado de intervencionismo y apoyo a la derecha que no le ha puesto las cosas fáciles a la izquierda en la región.
“No creo que haya una ruptura con EEUU; quizá sí menos intervencionismo, eso sí. No obstante, los nuevos mandatarios están lanzando novedosos mensajes en favor del multilateralismo, en América Latina y fuera, porque lo que se puede esperar un resurgir del bloque como tal y de las relaciones múltiples fuera. Pero no lo olvidemos: cada país tiene su singularidad y sus problemas, que son muchos, y la prioridad es lograr ayuda”, concluye Moreno.