América Latina apuesta al rojo: las razones del ascenso de la izquierda en la región
La victoria de Lula en Brasil es el colofón a una cascada de logros progresistas, muy heterogéneos, con el denominador común del necesario relevo y la búsqueda de respuestas.
Luiz Inacio Lula da Silva vuelve a ser presidente electo de Brasil. El líder más carismático del país desde que recobró la democracia, mediados los años 80 del siglo pasado, se ha impuesto a la ultraderecha de Jair Bolsonaro, el mandatario saliente. No sólo vuelve por sus fueros al Palacio de Planalto, sino que su victoria consolida una oleada de nuevos Gobiernos rojos, progresistas, de izquierdas, en toda América Latina, que entierra así casi dos décadas de poder derechista.
Los siete países más poblados del subcontinente y sus seis economías más potentes están ahora comandadas por Ejecutivos heterogéneos, sí, pero unidos por una ideología-marco que deja atrás las políticas ultraliberales que han ahondado en las desigualdades sociales. Desde los años 2000 no se daba una concentración así de poder de la izquierda en la región, por lo que es natural que se hagan comparaciones con aquella “Marea Rosa” que revolucionó el mapa político de la zona, la iniciada con la victoria de Hugo Chávez en Venezuela (1999) y que llevó, en cascada, a cambios inéditos en otras jefaturas de Gobierno. ¿Estamos en ese mismo punto? ¿Hay nueva ola? ¿En qué se parecen y en qué se diferencian los dos momentos? La respuesta básica es que los latinoamericanos están votando a la oposición, que el sentido de su voto es antioficialista más que ideologizado, que responde a su cansancio y a su necesidad de respuestas. Y ahora, como la derecha mandaba, esa esperanza está en la izquierda.
Qué fue la Marea Rosa
Para comparar, primero hay que conocer lo que ocurrió en esa llamada Marea Rosa. El americanista sevillano Sebastián Moreno explica que el subcontinente venía de soportar “regímenes totalitarios” que habían hecho imposible la democracia y, pasado ese tiempo, “los partidos de izquierda, que habían sido los más perseguidos, aún carecían de estructura y liderazgo como para ganar las elecciones”. La tendencia general fue la de elegir a partidos centristas o conservadores, sin vuelco, porque además lo daba “el contexto internacional de caída de la Unión Soviética, de liderazgo absoluto de Estados Unidos y su modelo capitalista”. Se instalaron en el poder Ejecutivos que apostaron “por las privatizaciones, la desregulación, la liberalización... neoliberalismo de libro”.
Fue una decisión ciudadana, explicable por los tiempos domésticos y mundiales. La economía de América Latina se volvió más competitiva, más estable, pero con los años llegaron los problemas: sostener esas políticas llevaba al crecimiento para unos pocos pocos y a enormes desigualdades sociales, en un territorio que tenía a 221 millones de personas sumidas en la pobreza; son datos de Naciones Unidas, referidos a 2002. “La oposición a estos gabinetes se había vigorizado sobre todo desde la izquierda y, a la vista de las grietas, se forjó una necesidad de cambio en la sociedad y una alternativa viable para llevarlo a cabo”, dice el investigador. “Los progresistas ya pudieron y ya supieron armarse como alternativa y por ejemplo la crisis de los años 1998 a 2002 hizo más evidente la necesidad de que entrasen en juego nuevos actores”, remarca.
El giro fue claro: se antepusieron las políticas públicas y la planificación estatal, el gasto social y el fin de las privatizaciones. “La sociedad necesitaba una transformación y eso impregnó a los Gobiernos, por diferentes que fueran dentro de una misma tendencia de izquierdas, con el fin de alcanzar la igualdad y redistribuir la riqueza”.
Se pudo hacer por convicción pero, también, porque llegaron tiempos mejores, con un alto crecimiento de las economías nacionales y un aumento de las exportaciones que llenó las arcas. Se produjo una demanda mundial de materias primas que permitió que los programas sociales y los proyectos públicos estuvieran bien dotados y que se incluyeran en la agenda políticas relegadas hasta entonces, como la igualdad de la mujer y derechos de la comunidad LGTBI, la protección de los pueblos originarios, los derechos humanos o la lucha por el medio ambiente.
Aparte del venezolano Chávez, llegaron Lula a Brasil o Néstor Kirchner a Argentina, ambos en 2003, demostrando que sus apuestas progresistas eran viables, realistas. “Eso generó un dominó, los ciudadanos respaldaron a sus gobiernos, los de países vecinos se contagiaron de esta esperanza y votaron a las izquierdas y creó una red roja que iba de norte a sur”, indica Moreno. Ya había alternativas serias, partidos consolidados, espejos en los que mirarse e ilusión en la ciudadanía.
Todo aquello cambió por una drástica caída de los precios de las materias primas, el descontento social por la crisis de 2008 a 2012, el desgaste de algunos líderes, casos de supuesta corrupción salpicados y una vuelta general al conservadurismo, a la que América Latina no fue ajena, con una derecha bien cargada de apoyos externos. A ello se suma el hundimiento de Venezuela, que había sido un referente en años previos; la llegada de Nicolás Maduro (desde 2013) y su autoritarismo apagaron el faro del chavismo. Golpes de estados directos, golpes encubiertos, abusos de poder como las constituciones cambiadas para estar más tiempo en el mando (de Rafael Correa a Evo Morales) se fueron sumando por todo el continente y llevaron a un relevo contrario.
¿El mismo caso?
El contexto ahora es otro y las razones del viraje a la izquierda, también. Latinoamérica ha conseguido estabilizar sus democracias razonablemente y uno de sus síntomas más claros es el relevo, el movimiento pendular que ahora lleva a la derecha a gobernar, ahora a la izquierda, quizá un día al centro, si se arma como corriente con fuerza en esa tierra.
Manoel Mendes, miembro de la red Penssan de Brasil, de las más activas en la lucha contra la pobreza en su país, sostiene que más allá de afinidades políticas, lo que ha inclinado la balanza ahora es “el descontento”. “Creo que las ideas, siendo importantes, no son tan determinantes. En mi país pesa mucho el líder, Bolsonaro o Lula, tenemos problemas particulares, pero por detrás hay una corriente de cansancio general entre los americanos. Si la salida es optar por quien está oposición, eso se vota. Ahora la derecha gobernaba y es a la que había que sacar”, señala.
A su entender, ese “enfado” se lleva viviendo en las calles de América Latina desde 2019, con protestas en Chile o Colombia. “Es enorme el sufrimiento económico, el aumento de la desigualdad, el descontento con los gobernantes y la mala gestión de la pandemia de coronavirus”, insiste. Los datos que llevan al giro son aplastantes: la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) sostiene que en 2020 se produjo una bajada del 6,8% en las economías de la zona y que la pobreza ha aumentado un 4,4%, con 214,7 millones de personas en dicha situación; eso hace uno de cada tres latinoamericanos.
El punto de inflexión fueron las elecciones de 2018 en México, las que ganó Andrés Manuel López Obrador, del partido de reciente creación Morena, que rompió con el bipartidismo clásico. “El Estado dejará de ser un comité al servicio de una minoría y representará a todos los mexicanos, a ricos y pobres”, afirmó. Y esa es su divisa. Al año siguiente, se añadieron las victorias de Laurentino Cortizo en Panamá (de centroizquierda) y Alberto Fernández en Argentina (peronista, rescatador de la mala imagen de gestión y limpieza pasada). Ya en el 2020, llegó Luis Arce a Bolivia (con la promesa de seguir los pasos de Evo Morales), y en el pasado 2021 se sumaron los triunfos de Pedro Castillo en Perú (un maestro rural contra las élites), Xiomara Castro en Honduras (socialista que defiende la renta básica universal) y Gabriel Boric en Chile (el exlíder estudiantil que batió a la ultraderecha con promesas de mejores salarios, pensiones y servicios). También revalidó el cargo, tras su campaña de persecución a la oposición, Daniel Ortega, pero Nicaragua es caso aparte, es el único país donde un presidente ha sido reelegido desde 2015, pero claro, hablamos de un totalitario.
Tres elecciones más han sido claves para el giro en este 2022: en Costa Rica gobierna ya Rodrigo Chaves, en Colombia se impuso Gustavo Petro y, al fin, en Brasil ganó Lula. Mendes ve en ellos “la misma tendencia de cambio, antioficialista, de rechazo al pasado por insatisfacción”. “Todos han de afrontar el mismo reto de polarización, desempleo, inflación o inseguridad alimentaria, como en nuestro caso, y eso afecta a toda la población. Las protestas populares pedían respuestas a los desafíos en países donde la clase media ha crecido mucho y donde cada vez hay más esperanzas de poder conquistar derechos que parecían sólo propios de Occidente. La izquierda era la única alternativa, no hay formaciones de otro espectro con posibilidades. Tiene que responder”.
Primos, no hermanos
Marta Lagos, directora de la encuesta de opinión regional Latinobarómetro, ha defendido en medios como la BBC que las diferencias ideológicas entre estos Ejecutivos y los de la Marea Rosa son más profundas. Todo es izquierda, pero hay muchas tendencias y familia. La analista ha elaborado una clasificación en la que detecta cuatro tipos diferentes de izquierda: la nueva (incluye a los presidentes en Chile y Colombia, los más frescos), la populista (México), la tradicional (Argentina, Bolivia, Honduras) y la dictatorial (el grupo de Venezuela, Nicaragua y Cuba).
Entre ellos no hay necesariamente una corriente de “simpatía y alianzas”, dice Moreno, como pasaba en los 2000, y de hecho son comentados los roces entre dirigentes. Ahí está Petro llamando “dictador” a Maduro -aunque luego haya desbloqueado con él la frontera común, sin mayores efusividades- o a Boric denunciando que lo “enoja” que los Gobiernos de izquierda no cuestionen violaciones de derechos humanos en países como Venezuela y Nicaragua. “La derecha ha azuzado ese miedo, que viene el bolivarianismo, el chavismo, si gana la izquierda. Colombia es el caso más claro. No ha sido así. Los mercados serán sus favoritos, pero la entrada de la izquierda no está siendo desestabilizadora, sino que afianza la democracia”, insiste.
Mientras eso pasa, la corriente roja introduce ya desde los palacios presidenciales otra mirada, otra agenda, la social y la feminista -aunque la única mujer mandataria de esta ola sea la hondureña Xiomara Castro-, la de las razas y las minorías, la de derechos como el del aborto. Una América Latina cambiante busca la justicia social en nuevas manos.