Amelia Tiganus: “Sindicalista, policía, periodista o médico, cualquiera puede ser putero”
Violada en la adolescencia, captada por las mafias y prostituida en España, Tiganus es hoy activista abolicionista: "No podemos seguir obviando que los puteros son agresores sexuales".
Cuando tenía 13 años, un grupo de chavales la violó al volver del colegio, y se convirtió para siempre en ‘la puta’ del pueblo. Cuatro años más tarde, y ya rota por dentro, las mafias de su país, Rumanía, la vendieron a un proxeneta español por 300 euros. Amelia Tiganus (Galati, 1984) fue prostituta en España durante cinco años, pasando de prostíbulo en prostíbulo —o “campo de concentración”, como ella los llama— hasta que a los 23 años logró salir de la espiral de abusos, engaños, violencia, drogas y sometimiento que habían anulado su persona.
Ahora Tiganus vuelve a ser “humana”, dice. Ha sobrevivido, a diferencia de muchas, al sistema prostitucional, pero además de superviviente es activista feminista abolicionista (que defiende la abolición de la prostitución). Acaba de publicar La revuelta de las putas (Ediciones B), un ensayo en el que cuenta su historia y la hace política. “Quiero que las mujeres bajen a los suelos prostitucionales a darnos la mano, no para validar el discurso de que la prostitución es como cualquier trabajo, sino para sentirnos iguales y, desde ahí, construir un mundo en el que nos duela por igual que una joven sea violada por cinco hombres en un portal o que a una joven rumana, colombiana o nigeriana la violen sistemáticamente en los campos de concentración que son los prostíbulos”, explica a El HuffPost en una entrevista por teléfono.
Si el Parlamento Europeo condena la prostitución como “una forma de esclavitud incompatible con la dignidad humana”, ¿por qué en España se permite?
Creo que tiene que ver con que aquello que afecta a las mujeres parece que no merece ser tratado o legislado en términos de prevención o protección. En un país que se declara abiertamente feminista y democrático, la violencia y la explotación sexual están muy instauradas y, en mi opinión, aún no se ha puesto el foco donde debe estar, que es en los puteros, y en esa sexualidad depredadora y patriarcal.
Nosotras reivindicamos que a la hora de tener relaciones sexuales esté el placer, el encuentro y el reconocimiento de las mujeres como sujetos activos. Sin embargo, hay hombres que no están dispuestos a negociar en esos términos, no están dispuestos a escuchar un ‘no’ y por eso compran un ‘sí’. Y lo compran porque es su propio Estado el que pone a su disposición lugares físicos donde los hombres de siempre puedan tener barra libre de mujeres que además son exóticas, y esto no sólo tiene que ver con la clase, sino con la raza, porque a las mujeres se las compra en base a su origen.
Cuando se dice que las mujeres ahora somos unas mojigatas o unas puritanas, y que los chicos ya no se atreven a ligar por miedo a que les denuncien, ¿qué se te pasa por la cabeza?
Es preocupante, y lo digo sobre todo porque estoy en contacto constante con mujeres adolescentes. Cuando pensábamos que habíamos avanzado, que todo se estaba transformando, que había un cambio de paradigma y las relaciones entre los más jóvenes se daban de otra forma, nos damos cuenta de que no. En mi generación, lo peor que se le podía decir a una mujer es que era puta; ahora, lo peor que se le puede decir a una mujer es mojigata o puritana. Todo ello para seguir forzándonos a acceder a prácticas que no son ni placenteras, ni saludables para nosotras, ni mucho menos ponen en el centro la sexualidad de las mujeres.
Aquí tenemos un problema. El porno es el que educa a chicas y chicos, pero no para lo mismo: a los chicos, para la violencia, el maltrato, incluso la tortura hacia las mujeres; y a las chicas, para recibir el mensaje de que si no disfrutan con esas prácticas es porque es problema suyo.
Los chicos dicen ‘ahora no sabemos si un un sí es un sí o un no es un no’. Bueno, hay cuestiones que tienen que ver con la conexión emocional, y no hablo de amor ni de matrimonio para toda la vida; hay gestos, miradas, sonidos, la propia respiración. No hacen falta palabras cuando estás conectado a la otra parte como ser humano, y no como un mero instrumento a través del cual eyacular. Es urgente integrar la educación sexoafectiva dentro de la currícula escolar.
Leer en tu libro la estadística de la ONU que dice que cuatro de cada diez españoles se ha ido de putas es estremecedor. Es duro asumir que tu novio, tu padre o tu jefe pueden ser puteros.
Sí. De hecho, esa estadística es de los hombres que lo han reconocido, yo creo que la cifra es mucho más alta. Pero bueno, ciñéndonos al estudio y al método científico, efectivamente, esto remueve, y nos hace ver que el problema lo tenemos en casa, y eso es lo más difícil de manejar y de asumir. Muchas veces pretendemos hacer la revolución de fuera hacia fuera, y tenemos que empezar desde dentro. Tenemos que interpelar a los hombres que nos rodean, que a nosotras nos quieren e incluso nos respetan, pero se sienten legitimados para utilizar a otras mujeres.
Las cifras son las cifras, y claramente tenemos que conocer a puteros, independientemente de que ellos lo reconozcan o no. El problema es que no existe un perfil de putero. No podemos decir: ‘Vale, este tiene pinta de putero’, porque no hay una ‘pinta de putero’. Cualquiera puede ser putero: de izquierdas, de derechas, sindicalista, empresario, político, policía, periodista, médico, cualquiera puede serlo. Lo que tienen en común, aparte de ser hombres, es que son machistas, y entienden que las mujeres hemos venido al mundo para servirles.
Citas toda esta retahíla de profesiones e imagino que lo dices por experiencia, porque tú te los has encontrado.
Sí, sí, sí, doy fe. Es según los estudios, pero también según mi experiencia vital. Muchas veces me decían: ‘No, pero no todos los puteros son malos, hay algunos buenos’. A ver, ¿cuáles son los buenos? ‘Hay algunos que sólo van a hablar’, me decían. Yo he hecho tres categorías de puteros según cómo se comportaban con nosotras. Ese que dicen que no es malo yo lo llamo el ‘putero majo’, y puede hacernos incluso más daño que el ‘putero macho’, que simplemente viene a penetrarnos y a alimentar su ego, o incluso que el ‘putero sádico’, que muchísimas veces llega a asesinarnos a las mujeres en prostitución, o que nos deja tales secuelas que acabamos suicidándonos.
El putero majo, con un billete, no sólo quiere nuestro cuerpo, no sólo quiere convertirlo en un divertimento, sino que pretende pagar por aquello que ni se compra ni se vende, y es el cariño, las caricias, los besos. Eso es muy doloroso. Lo que más nos duele a las mujeres en prostitución son las caricias y los besos, porque eso nos conecta con nuestra parte más humana, y es muy difícil. Necesitamos resguardar esa parte de nosotras para poder sobrevivir en esos campos de concentración.
Al final del libro explicas que no se debería hablar de reinserción de las putas en sociedad, sino de inserción. En tu caso, te hiciste activista feminista, aunque al principio tampoco te quisieron ahí. ¿Qué ha sido lo más duro de ese camino de vuelta a ser persona, casi?
Sí, yo lo llamo así: he vuelto a ser humana. Diría que mi caso es uno de los menos trágicos. Nadie se salva solo, y yo he tenido la gran suerte de conseguir un entorno de personas que han sabido verme más allá de un cuerpo, que han sabido acompañarme y entenderme, sobre todo, porque yo me manejaba con otros códigos que no tenían nada que ver con este mundo.
Al final, sobrevivir en esa selva violenta que es la prostitución te convierte en un ser que lucha por la vida desde la violencia y la hostilidad. Creo que lo más importante en este proceso ha sido conseguir tener un hogar seguro, y esto es un tema clave. Muchas mujeres viven en un hogar que no es seguro, y la violencia que sufren convierte sus vidas en una auténtica pesadilla.
Yo he podido ir recomponiéndome poquito a poco y llegar hasta aquí, pero sobre todo fue clave el descubrimiento del feminismo, adonde llegué por casualidad. Fue entonces cuando se me abrieron las puertas de par en par y pude nombrar todo aquello que había vivido. Y al nombrar una realidad, y una injusticia, podemos enfrentarla.
He llegado hasta aquí porque me sentía en la obligación ética de actuar. De algún modo, había conseguido un trabajo estable, una pareja, una casa, había descubierto que no había sido mi culpa, ni tenía por qué avergonzarme, pero sin embargo no podía vivir tranquila sabiendo que en esos mismos momentos, igual que ahora mismo, en alguna parte del mundo, y puede que muy cerca de tu casa, están violando a niñas para que después sean arrojadas al sistema prostitucional y están utilizando a las mujeres como meros instrumentos para eyacular en concepto de ocio y diversión.
El Gobierno actual tiene una postura abolicionista. ¿Tienes esperanzas de que finalmente la lleven a cabo? ¿Por dónde deberían empezar?
Sí, el Gobierno actual tiene una postura abolicionista, pero no tiene claro el hecho de multar a los puteros como medida de prevención y de reparación a las víctimas. Para mí es muy importante que reparen el daño que han hecho a las mujeres, y que les ha provocado problemas de salud tanto físicos como psicológicos, porque esto no lo causan conceptos abstractos, no ha sido ‘la prostitución’, la ‘explotación sexual’ o la ‘trata’; son los puteros y sus prácticas lo que nos enferma.
Es importante que se ponga el foco en esto. No es posible que yo vaya por la calle y que, si me gritan obscenidades, pueda denunciar a ese hombre por acoso sexual, pero que no pueda hacer lo mismo si me ofrecen 50 euros por chuparle los genitales, porque eso podría considerarse incluso una oferta de trabajo.
No podemos seguir obviando que los puteros son agresores sexuales. Necesitamos una ley integral por la abolición de la prostitución, que incluya no sólo medidas de prevención, reparación y protección de las víctimas, sino también una ayuda económica, acceso a la vivienda, formación, terapia, asesoramiento jurídico… No es que no haya dinero como nos dicen a veces; es que el dinero está mal repartido. Ese dinero que nos falta a las mujeres para sobrevivir les sobra a los puteros, y queremos que llegue a nosotras sin pasar por su cama. Eso sí sería justicia e igualdad.
Queremos que se persigan todas las formas de proxenetismo y que se desincentive la demanda a través de la educación sexoafectiva, pero también a través de las multas a puteros, porque la ley también educa.