Amaia y adiós
Todo es brillante alrededor de la mejor pamplonica de todas cuantas se han colado en nuestras vidas. Única - con permiso de Galdeano- y erróneamente titulada de España cuando está más que certificado que Amaia es de otro mundo.
De un mundo al que no pertenecen ni Gestmusic ni RTVE ni Roberto Leal ni Ana Torroja ni la agotada Noemí Galera; homínidos artesanales en esto de hacer espectáculo, Homo Loquens en el caso de un presentador cuyo discurso no existe más allá de una concatenación de frases vacuas y mal yuxtapuestas acompañadas de sonrisas a destiempo como todo recurso estilístico. Volvíamos de un vídeo, por citar un sangrante ejemplo de anoche, donde una de las concursantes favoritas –también pamplonica– explica con gran acierto sus sentimientos en la última semana de competición. La concursante, desde una inteligencia emocional considerable, apunta que se siente como un recién nacido, que nunca he experimentado cosas así antes. 'Sentimientos nuevos en mi vida' –proclamaba sin miedo a una apertura emocional que se ha resuelto como el elemento clave para que la edición no naufragase mucho antes de concluir. A la vuelta del vídeo, sin embargo, Homo Loquens Leal hace honor a su categoría científica (la de poder emitir sonidos para comunicarse con otros Homo, en una fase primaria y anterior a esa otra en la que el lenguaje evoluciona hasta ser determinante para el nacimiento de una cultura) y apunta: 'Ay, qué de cosas pasan por la cabeza, ¿verdad?' (sonrisa).
Tragar agua, dar calada, burlarte por WhatsApp con las amigas; recomponerse. Tuvo que ser esa la secuencia lógica en cualquier hogar de España ante tamaña falta de aptitud conversacional. La televisión pública tiene en nómina a gente incapaz de sacar jugo a la imagen conceptual con la que una joven concursante se dibuja a sí misma como ganadora moral de un talent (o al menos aterrizada en un nuevo lugar desconocido) y eso es digno de replantearse muy en serio el acceso a ciertas posiciones o el problema de hacer running como toda actividad de ocio y tiempo libre en nuestro país.
Así las cosas, una gala abominable que discurrió lenta y soporífera, como la cadena perpetua de un espectador prisionero de un rosario de fallos técnicos, puestas en escena sin estructura, diseños de vestuario escandalosamente cutres, copias malísimas de actuaciones de Eurovisión y la coronación final de un ganador que no hace justicia al clamor popular visto en redes. Porque si OT ha sobrevivido en 2018 es por unos fanáticos twitteros que disfrutan del día a día de la vida en la academia. Por los shippeos lésbicos, por la identificación con caracteres, por ligar en una coctelera toda una serie de patrones socioculturales que funcionan como representación de nuevas identidades.
Como responsables del producto, apoyar un formato de éstas características tan solo en su vertiente reality no es suficiente. Las galas necesitan de un mínimo de decencia y de una calidad comprometida –o actualizada– con los nuevos patrones de entretenimiento de los fieles seguidores. Seguidores entre los que, de seguro, hay mejores ideas de realización y de escenografía que entre los propios ejecutores del programa. Seguidores que terminan superando la falta de gusto por el fervor de sus pasiones –como en cualquier relación tóxica- y que a la hora de votar se muestran también políticos. Por coyuntura, OT2018 lo ha ganado un negro gay que grita y que baila. Bueno, vale, de acuerdo; pero vaya mi énfasis en el grito. Si ayer quedó algo demostrado fue el griterío de temas seleccionados para una final en la que si no volvías afónico a la Academia al parecer no habías participado. Suerte que Galicia se coló en tal corrala para actuar de bálsamo auditivo y para evidenciar uno de los mayores problemas que sufren este tipo de formatos a la hora de afianzar su credibilidad artística; que el concepto de Sabela no termine siendo el ganador.
Suerte también que Amaia vino a echar el cerrojo y a recordarnos con su 'adiós' que el resurgir de este formato se debió en exclusiva a su presencia. Que sin ella la continuidad está sentenciada, que lo de Alfred solo molesta a carpeteras pueriles y que la música se edita tan solo cuando el artista se encuentra a gusto con ella. De cuánto haya influido su presencia en la gala final sobre el hecho de que su 'single' se adelantase a un martes (cuando en nuestro país suelen publicarse los viernes) no estaremos seguros, pero de que Amaia ha escogido con acierto dicho adelanto sí. Un Nuevo Lugar es un precioso canto a la extrañeza, a la manipulación desde la visión del manipulado, a aquello que quizás aludía Natalia con lo de sus 'sentimientos nuevos' o a la esperanza de haber sabido zafarse de los tentáculos de un formato maldito. Bendito cerrojo querida: AMAIA Y ADIÓS.
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