'Always Franco'
Soy de los que discrepa de mis compañeros independentistas cuando dicen que España es una dictadura o un Estado fascista.
Cuando pienso en la transición española pienso a menudo en Christiane, uno de los personajes principales de la película Good Bye Lenin. Ella, madre de familia y partidaria de la RDA, donde vive con sus hijos, sufre un accidente meses antes de la caída del muro de Berlín que la deja en coma. Al salir del coma unos meses más tarde, Christiane despierta en nuevo país, que se ha abierto a Occidente y ha sufrido una transformación que lo deja irreconocible para alguien como ella.
Tal y como es Christiane, firme defensora de la RDA, los médicos recomiendan evitar a la mujer cualquier susto o disgusto, por lo que su hijo se dedica a recrear una realidad parecida a la que vivía la madre justo antes del accidente. Alargar un poco más de la cuenta la existencia de la RDA, aunque sea de forma ficticia, para evitar mayores daños a la madre es una estrategia que parece funcionar, al menos al principio.
Christiane tuvo un accidente viviendo en la RDA y despertarse de golpe en otra realidad era un cambio que necesitaba tiempo para asumir. España se despertó con un apoyo considerable al dictador y no podía acostarse esa misma noche repudiando un sistema que se había instalado durante décadas. Como en el caso de Christiane, el camino hacia la apertura debía hacerse lentamente para evitar daños mayores.
No me siento suficientemente valiente para cuestionar el papel de los principales actores de la transición española. Creo que no puedo asegurar que yo lo hubiese hecho mejor y, honestamente, considero que muchos de los que afirman que lo hubiesen hecho mejor tampoco podrían. Conciliar posiciones tan distantes durante tanto tiempo, viendo las actitudes maniqueas que imperan en algunos dirigentes políticos de nuestros días, creo que confirma mi teoría pesimista.
Como afirma Alberto Tellería, “el franquismo era más reaccionario que ideológico”, y seguramente por esta aparente indefinición ideológica se instaló con cierta comodidad entre importantes capas de la sociedad española de mitad de siglo pasado, y borrarlo no era una labor fácil.
Con la muerte del dictador empezó una tarea de desmantelamiento de las estructuras franquistas que empezó bien, pero que sigue pendiente de culminar. Como si de un espejismo se tratara, todo el proceso de apertura, primero a Europa y después al mundo, despistó a aquellos que debían seguir depurando las instituciones democráticas, y de forma consciente o inconsciente el proceso quedó en vía muerta. Soy de los que discrepa de mis compañeros independentistas cuando dicen que España es una dictadura o un Estado fascista. España es un país con un déficit democrático considerable que se hace evidente, entre otros, en las injerencias políticas sobre el poder judicial, pero ni es una dictadura ni es un estado fascista.
Mi generación, la que nació ya en democracia, hubiese necesitado un tratamiento diferente al de la España de la Transición. El franquismo es una etapa negra de nuestra historia colectiva reciente que no hay que olvidar, aunque tampoco nos debe impedir mirar hacia adelante. Las dosis de realismo dosificadas ya no son necesarias en una generación que entiende que el mundo funciona de otra forma y que debemos seguir mirando hacia adelante a pesar de que algunos partidarios del franquismo nos dificulten el querer pasar página.
Este aniversario de la muerte del dictador coincide con la exposición en el Centre d’Art La Panera de Lleida de una parte de las obras del coleccionista Tatxo Benet. Una de las obras expuestas es el Always Franco de Eugenio Merino, quien se tuvo que sentar en el banco de los acusados en dos ocasiones por una demanda de la Fundación Francisco Franco. A estos les parecía ofensivo representar la figura del dictador dentro de una nevera de refrescos para poder denunciar que el franquismo seguía presente en nuestra sociedad. El autor lo hizo como crítica y la fundación terminó por darle la razón con sus actuaciones.
Si bien no podemos considerar que España es una dictadura, a estas alturas tampoco podemos seguir dando pequeños respiros a lo que quede del franquismo para evitar un shock, como el hijo de Christiane hizo con ella. Ya va siendo hora de dar el alta a este país y que afronte la realidad como es, y a quien no le guste siempre le quedará ganarnos en las urnas. Este sería el mejor regalo que podríamos darnos este 20-N.