Álvaro Pombo y el paso del tiempo en el retrato trágico de una familia acomodada
Por Álvaro Pombo
"Como mínimo tendrá que ser psicosomático —decide el vizconde, que lleva sintiéndose la cabeza caliente y los pies fríos toda la mañana—".
Con el escritor español Álvaro Pombo, leyendo de viva voz el comienzo de su próxima novela, Retrato del vizconde en invierno (Destino), abrimos el especial Veranos de Avances Literarios Exclusivos WMagazín. Publicaremos este mes de agosto una docena de adelantos de algunos de los libros que protagonizarán la temporada otoño-invierno. Obras esperadas por quien las escribe, por la expectativa que despierta un nuevo nombre o por el tema que abordan los libros. Un mes con libros de Gabriel García Márquez, María Zambrano, Mircea Cartarescu, Rodrigo Rey Rosa...
Junto a ellos vídeos de cinco escritores leyendo en exclusiva pasajes de sus libros. Los cinco autores que participaron en el acto de WMagazín en la Feria del Libro de Madrid, en junio de 2018: Pombo,Marbel Sandoval Ordóñez, Muhsin al-Ramli, Marcos Giralt Torrente y Luna Miguel.
De izquierda a derecha: Winston Manrique, Luna Miguel, Marbel Sandoval Ordóñez, Muhsin al-Ramli, Álvaro Pombo y Marcos Giralt, en el acto de WMagazín en la Feria del Libro de Madrid 2018. /Fotografía de Lisbeth Salas.
Álvaro Pombo (Santander, 1939) es narrador, ensayista y poeta y miembro de la Real Academia Española (RAE). Ha publicado cinco poemarios y una veintena de novelas. Con El héroe de las mansardas de Mansard obtuvo el Premio Herralde de Novela en 1983. Con El metro de Platino iridiado el premio de la Crítica en 1990. Con Donde las mujeres obtuvo el Nacional de Narrativa en 1996. Con La Fortuna de Matilda Turpin ganó el Plantea en 2006. Y el Nadal en 2012 con El temblor del héroe. También destacan novelas como La cuadratura del círculo y Contra natura.
En Retrato del vizconde en invierno, Pombo despliega su universo literario con sus historias y reflexiones sobre la vida y los sentimientos en un retrato familiar que tiene como eje el enfrentamiento entre un padre y un hijo. Un retrato trágico de una familia acomodada de Madrid donde se aprecia el paso del tiempo que todo lo toca. Vean y lean a Álvaro Pombo con su novela que editorial Destino publicará en octubre:
El escritor español Álvaro Pombo lee un pasaje de 'Retrato del vizconde en invierno'.
Álvaro Pombo: 'Retrato del vizconde en invierno' (Destino)
Como mínimo tendrá que ser psicosomático —decide el vizconde, que lleva sintiéndose la cabeza caliente y los pies fríos toda la mañana—. Durante toda la mañana anduvo releyendo sus papeles de superficie sin hallar ningún consuelo. Bien es cierto que no halló ninguna frase —ni una sola— que no resplandeciese brevemente al leerla de corrido. Pero a la vez ni una sola lograba retener del todo su atención, estimularle lo bastante para empezar por ahí, seguir el rastro, convocar al vizconde de la Granja a enderezarse, desperezarse, tomarse formalmente tan en serio como se había tomado siempre.
Ahora —piensa— es como si el frío de los pies fríos me hubiera congelado la médula espinal. ¿Y si fuese una maldición, el guanguá que, como es bien sabido, siempre entra por los pies? Entretanto, en la gran estufa encristalada que preside su cuarto de trabajo los inviernos, arde la encina vigorosamente. La gran estufa, en sí misma considerada, es una bendición. Instalarla fue una ocurrencia grande y ensanchada del vizconde, una idea alegre que, año tras año, a mediados de octubre, ya añora el momento de prenderse. La estufa le parece el analogatum princeps de su vida, aunque a decir verdad ninguna parte de su vida —y menos aún su vida entera— está a la altura de su estufa. Aguardaba esta estufa, tan renegrida y monumental, con sus altas tuberías al aire, pavonadas, toda la desequilibrada primavera de secano de Madrid, más todo el junio, el julio, el ferragosto enteros, con sus excesivos crepúsculos cinematográficos, más el insalubre septiembre con los nuevos avispones asiáticos, hasta llegar octubre poco menos que a pie enjuto y ser ya hora de almacenar la encina, las bienolientes astillas de pino, el momento del primer buen frío seco y encenderla por fin.
Se trata de un cuarto de trabajo exhibido (a show room tal vez), una decoración involuntaria quizá al principio. No es del todo una naturaleza muerta (un bodegón): al fin y al cabo ahí está su ocupante y usuario como una fe de vida. Pero sí viene siendo, a lo largo más o menos del último decenio, una pieza museística, una still life, digna del Victoria and Albert. Esta última cualidad no puede percibirse a simple vista, lo perceptible inmediato es un amplio despacho con su ocupante ocupado dentro en asuntos de su oficio, o bien, en ausencia del vizconde, un cuarto de trabajo de buen gusto, momentáneamente desactivado, con todas las consabidas señales de actividad intelectual a la vista: los iniciados manuscritos de superficie con la noble caligrafía del vizconde, desbaratada ya un poco por los años, los otros manuscritos de fondo, los pendientes o acabados, en sus carpetas azules o verdes, los libros de lectura habituales o recién abiertos de par en par sobre la mesa o alzados en funcionales atriles bellamente iluminados por lámparas de mesa que, estas sí, son además objetos bellos en sí mismos, jarrones de antigua porcelana o repulido bronce con su aura de ámbar oscurecido.
Es un despacho, pues, de par en par, diurno, como la propia conciencia ensayística de Horacio, el octogenario vizconde, con sus atardeceres egresados de abajo arriba —el piso del vizconde es un ático en un bloque de ocho pisos—, a partir del selecto arbolado del Jardín Botánico, en complicidad con los Jerónimos, el Prado, la Real Academia Española, el propio Ritz, tan belle époque, y los alineados bloques residenciales de la zona con su ladrillo rojo, con sus graciosos miradores de hierro forjado amparados por visillos de amplio vuelo.
Al pensar en el bienestar de su despacho o en el elegante entorno urbano donde vive, el vizconde ha ido sustituyendo con los años la representación de un lugar real por una representación maquetada, como un lugar de juguete, una instalación de Toy Story. Algo a medias entre las tiras de un cómic y la gesticulación difusamente imitativa de un preadolescente que se imagina siendo médico o militar o, como el propio vizconde, escritor, ensayista. Esta reducción vital a los módulos de una maqueta no es tanto una infantilización como una figuración imaginaria estrangulada. De hecho, el despacho es cada vez más, a ojos del vizconde (sin del todo reconocerlo ante sí mismo), un cuarto de jugar que incluye el resto de la casa, su servicio doméstico y los dos hijos, ya mayores, que aún viven con él, Miriam y Aarón.
Aarón acaba de llamar a la puerta del despacho y el vizconde, que se ha tumbado en el sofá y que detesta ser descubierto en esa posición de excesivo relajo, se alza precipitadamente y se recompone. Aarón espera un momento antes de entrar y luego entra y entonces dice:
—Papá, ¿qué hay de lo mío? Va a hacer dos meses que te dejé Espalter y no has dicho ni mu.
- Retrato del vizconde en invierno. Álvaro Pombo. Editorial Destino publicará la novela en octubre.
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