Alonso Caparrós: "Por mis adicciones, ha habido más muerte que vida en mi cuerpo muchas veces"
Entrevista con el presentador que publica libro: "Que Miguel Bosé dejó las drogas en un día, me lo voy a creer, ahora que explique por qué".
Ya lo ha contado en varias ocasiones y no ha ahorrado en detalles. Desde los 17 años, durante 25, Alonso Caparrós, uno de los rostros más atractivos y populares de la televisión de los primeros años de la década de los dos mil, estuvo enganchado a la cocaína.
“Consumía suficiente cocaína como para matar a siete caballos”, “soñaba con montañas de cocaína” o “en Furor llegaron a atarme las piernas al taburete para que no se me movieran las piernas” fueron algunas de las impactantes declaraciones que Caparrós hizo la primera vez que habló de ello en Sálvame Deluxe.
Esa entrevista con Jorge Javier tuvo lugar cuando fue expulsado de la casa de Gran Hermano VIP. Al reality entró días después de su última recaída y la oferta la recibió como una oportunidad de volver a la tele, después de haber estado desaparecido mucho tiempo de la pequeña pantalla. Años de ausencia obligada tras tocar fondo, social, laboral y económicamente, y verse obligado a emprender un largo camino de recuperación y desintoxicación.
Desde esa terrorífica confesión han pasado más de cuatro años. Alonso Caparrós ha ido dejando atrás, poco a poco, el fantasma de la droga, de las noche de alcohol, cocaína y sexo. El camino ha sido largo y duro, muy duro, pero lleno de esperanza.
Y todo ese recorrido, con momentos terribles, momentos tristes, momentos de angustia y momentos de felicidad, el presentador ha querido recogerlos en un libro: Un trozo de cielo azul (Ed. Planeta).
En la última página del libro confiesas: “Os seré sincero: aún la vigilo de cerca, miro a un rincón y sigue ahí”. La sombra de la adicción a la que te refieres en esas páginas no ha desaparecido, ¿pero al menos hay más luz?
Claro, pero la sombra nunca desaparece, eso lo sabemos todos. Una enfermedad mental relacionada con las adicciones es para toda la vida. Aunque la apartas, la vigilas, la controlas… permanece latente y en cualquier momento te puede dar una sorpresa.
Me pasé muchos años luchando contra una cosa concreta, quería cambiar mi hábito con las sustancias, pero en realidad tenía que cambiar los hábitos en mi forma de pensar. Fue ahí cuando empecé a encontrar el camino.
Parece fácil de decir, ¿pero cómo se hace eso, cómo se cambian los hábitos de pensar?
Bueno, es un trabajo que lleva años. Detesto las soluciones rápidas y cada vez que se ofrece una solución rápida, hay que echarse atrás. Es un proceso con el que hay que comprometerse toda la vida. Yo viví un año y medio prácticamente en las montañas, fue un retiro total y absoluto, luego entré en contacto con los voluntarios de oncología en el Hospital de Guadalajara y luego di un taller de televisión en un centro de internamiento de menores. Con ellos sigo manteniendo relación y le he llevado el libro a Javier, uno de los ángeles a los que me refiero en el libro y que sigue con su leucemia.
Ese cambio es todo un proceso que requiere mucha disciplina, requiere un trabajo activo y hay que llevar a cabo cosas, no te puedes quedar en casa. Pero lo verdaderamente vital para mí ha sido la meditación. Pero la meditación no tiene ninguna connotación mágica, eso quiero aclararlo. No es más que disciplinar la mente, hacerlo cada día. Si todos lo hiciésemos, nos cambiaría mucho la vida.
A lo largo del libro te torturas, te culpabilizas, te avergüenzas… ¿Ahora eres capaz de premiarte?
Me cuesta, pero a eso me ayuda mucho Angélica —su mujer–. Me cuesta mucho halagarme o admitir halagos. Tengo un hábito de pensamiento en el que tengo la sensación de que todo lo que construyo se pulveriza, porque es lo que me ha pasado a lo largo de 25 años por mi adicción. Es un miedo aprendido y por eso me resisto a premiarme.
¿Te sigue produciendo ansiedad ese miedo a pulverizarlo todo, a destruir lo que te rodea?
No, no, porque lo importante es reconocer lo que te pasa o lo que te puede pasar. Al reconocer la fuente de la ansiedad, al reconocer mis demonios, al tenerlos identificados, esa ansiedad desaparece. Porque lo que produce ansiedad es la incertidumbre. Mi trabajo ahora es identificarlo. La vida no es encontrar la solución, es la búsqueda continua de soluciones.
A mí la ansiedad me ha desaparecido hasta el punto de que dejé todas las medicaciones. Cuando llevaba seis-siete meses meditando, a diario y de una manera intensa, dejé de lado las pastillas porque empecé a no necesitar un lexatin para combatir la ansiedad. Es absolutamente sorprendente, yo no lo creía.
Dice la contraportada del libro: “Ahora, convertido en un hombre nuevo”. ¿Eres un hombre nuevo o eres el mismo hombre evolucionado, cambiado por sus propias vivencias y su destino?
No, no soy un hombre nuevo, no ha muerto el Alonso de antes y ha nacido uno nuevo. Toda nuestra vida es un recorrido. Todo lo que me pasó, cuenta. Este es el resultado de aquello, pero armonizado, trabajado… El derrotero podría haber sido completamente distinto si no me hubiese encontrado con un libro Biografía del silencio. Su lectura cambió mi vida.
El miedo a la recaída siempre va a existir. Tú, que llevas años y años luchando contra ellas, ¿qué piensas cuando escuchas a Miguel Bosé decir que las dejó de un día para otro?
Pienso que todo en esta vida es posible, porque ese proceso seguramente venía de antes. Yo ahí no me quiero meter porque es la vida de Miguel. Sí que creo que si esa es su historia y su verdad, debería dar más detalles para no crear falsas expectativas a la gente. Siempre estoy dispuesto a creerme a todo el mundo, pero que me explique. Ninguna adicción se deja de un día para otro. Que él lo ha conseguido, me lo voy a creer, ahora bien que expliqué por qué. Estoy convencido de que si Miguel se pone a analizar, ese proceso había empezado mucho antes.
Sabes que estás en una lucha y las luchas agotan. Cuando se dan las circunstancias propicias, todo eso se suma. La gente me pregunta: “¿Cuál es la razón por la que has dejado las drogas?”. Pues como todo, por interdependencia de muchos fenómenos y motivos. En mi caso, creo que es más fácil abandonar la adicción ahora, que tengo 50 años. Ya no tienes el mismo vigor, ni el mismo deseo de conquista… Los procesos mentales muchas veces están ocultos. Miguel dice que lo ha conseguido en un día, pues explícame cómo y ya veremos. Ahora, de entrada, es temerario decirlo así.
Sabes que fue muy criticado, ¿no?
Yo las críticas respecto a las adicciones las enfermedades mentales no las tengo en cuenta, y menos cuando vienen de las redes sociales porque se desconoce mucho.
Bueno, alzaron la voz muchos especialistas...
Yo también me he encontrado con especialistas ineficaces. Somos más creativos y capaces de lo que creemos. Tenemos los pasos demasiado marcados y, sobre todo, hay mucho afán de notoriedad basándonos en los defectos del otro. Miguel ha contado una historia y no hay por qué no creerla, pero sí que hay que exigirle más explicaciones. Pero la crítica de entrada, que en esa entrevista ya llegaba predispuesta por su discurso negacionista, yo no la comparto.
¿Cómo de necesaria es la intervención de un especialista en el proceso de dejar las drogas?
Es imprescindible. El primer paso es acudir a un especialista, pero un especialista especializado en drogadicción. Y no hay que ver a uno, me voy a ver a tres. Yo he visto a muchos a lo largo de mi vida. En esto interviene mucho la afinidad y hay que seleccionar muy bien al terapeuta. No es el primer especialista, ni lo primero que me encuentro, ni es un camino fácil: es tedioso y tienes ganas de rendirte y los familiares “no pueden más”. Es un trabajo muy complicado.
¿Has escrito el libro con intención de ayudar?
Entre otras razones, quiero que sea útil. Pero también es que siempre he querido escribir un libro, desde que era pequeño, y hasta ahora no me he visto capaz. Además, quería redención, pedir perdón y cerrar este capítulo de mi vida. Pero, sobre todo, que fuese útil porque el libro habla de esperanza. Toda mi vida he estado debajo de nubes y oscuridad, pero siempre había un trozo de cielo azul, en forma del cariño de los que me rodeaban, de la compasión que encontré en una monja a la que conocí en Manila, del amor de mi madre que, aunque a veces estaba oculto, siempre estaba.
No es una guía, pero sí hay esperanza. Ante estos problemas, lo más común es la rendición. Y muchas veces, las recomendaciones de los médicos es “déjalo y ya llegará el momento en el tocará fondo”. Es muy difícil porque te escapas, huyes, engañas… y hay un momento de cansancio por parte de los familiares que es perfectamente comprensible. Es muy fácil decirle a una madre, deja que tu hijo se vaya y si se tiene que morir, pues nada. Muy fácil decirlo pero imposible de hacer.
Tienes dos hijos, ellos conocen por ti todo lo que te ha sucedido. ¿Tienes miedo?
Sí, claro. Pero tengo muchos miedos con mis hijos y ese no es el mayor. Es un infierno, pero no es el único infierno que hay en esta vida. Mi historia no es una historia única porque lamentablemente es muy común. Esto pasa, pasa mucho. En el centro de internamiento en el que colabora hay muchos chicos cumpliendo sus condenas por delitos que tienen que ver con adicciones y drogas.
Se me pone la piel de gallina cuando recuerdo lo que me contaban. ¿Sabes que era lo más desesperante para esos niños, que no tenían ni 18 años? Volver a salir. Allí estaban bajo la tutela del estado, hacían terapias, les cuidaban, estudiaban… Pero cuando les soltaban, volvían al mismo entorno. Y a lo mejor era tu tío el que vendía la droga. No tienen a dónde ir, no tienen cómo salir de ahí.
¿Tienes la sensación, como gran parte de la sociedad, de que en los últimos tiempos estamos asistiendo a la banalización de la droga, a partir de testimonios como el de Kiko Matamoros, por ejemplo, compañero tuyo?
Hace dos o tres años se emitieron unas series que tuvieron mucha audiencia, un éxito escandaloso. Me refiero a Narcos, que cuenta y define muy bien todo lo que supone el mundo de la droga desde su punto de partida. ¿Banalizar con las drogas? Absolutamente. Pero el inicio de este debate está en los gobiernos. Las drogas siguen estando en la calle porque los gobiernos lo permiten, porque se benefician de ello y financian sus guerras. Esa es la realidad de la drogadicción, el fondo donde hay que ir.
Pero no, señalamos al drogodependiente, que está en la calle con un chándal porque ya no le queda nada. A ese le señalamos, juzgamos y machacamos. Le tachamos de débil, cruel, egoísta… Cosa que no se nos ocurre hacer con una persona que sufre los efectos de la quimioterapia, por ejemplo. ¿Por qué con una enfermedad mental, sí? Y sea cual sea la enfermedad es muy grave porque lo que falla es tu mente, la que lo rige todo. Eso no lo comprendemos, no nos entra en la cabeza.
Creo que hemos ido eliminando muchos prejuicios sobre la salud mental…
Yo estoy viendo que a Rocío Carrasco no la entiende nadie y es lo primero que se contó, que lleva 20 años con un trastorno ansioso-depresivo. Pongo este ejemplo porque es actualidad. Pero me parece que cuando hablamos de enfermedades mentales no hay consciencia de lo que supone. Y claro, hace veinte años podías decir que no había información sobre esas enfermedades, pero ahora tienes toda la que quieras solo con meterte en Google.
En el libro hablas mucho de la muerte. ¿Estuviste muchas veces cerca de ella?
No me atrevería a decir que he estado al borde de la muerte. Y lo he estado, ¿eh? Ha habido más muerte que vida en mi cuerpo en muchas ocasiones. Por un exceso de consumo, una sobredosis, acabé en un hospital al borde de un infarto. Era una realidad médica. Cuando llegué, como el infarto era inminente, me tumbaron en una cama y prepararon todo para cuando me diese.
Llegó un momento en el que había que esperar, no se podía hacer nada y había que dejar que pasara solo. Yo no me podía dormir y sabía, con toda la certeza del mundo, que mi vida se podía acabar. Escuchaba el bip, bip de mi corazón y, con cada uno, yo esperaba que no fuese el último. En algún momento, sonaba un bip y pasaba una eternidad hasta que sonaba el otro y yo ahí pensaba, “me muero, me muero”.
A partir de ahí empecé a estudiar la muerte de frente. Tengo miedo porque yo no me creo que el ser humano no le tenga miedo. Es distinto mirarla y acostumbrarte a lo que va a pasar, a huir la mirada, que es lo que solemos hacer.
Era imposible que la relación con tu familia, tus padres y tus hermanos, no se viese afectada por tus problemas de adicción. ¿Entiendes sus reacciones? Porque tú te has enfadado mucho con ellos. ¿Les has perdonado? ¿Te han perdonado?
Por supuesto, les he perdonado. Pero ellos también a mí, que era lo importante. Ellos sufrieron de verdad. Aunque creo que mi padre se resistió mucho tiempo a entenderme. Son de una generación difícil. Yo me imagino que si mi hijo tiene ese problema, un amigo me pregunta por él, pues le cuentas. Él se ha encontrado en algunas ocasiones que cuando le preguntaban por mí, no sabía qué decir… Ahora tenemos una relación fabulosa y estamos deseando celebrar todos juntos el 80º cumpleaños de mi madre.