Almas del ayer
En muchas ocasiones, en más de las que deberíamos, reposamos nuestra mirada en lo que fuimos y otorgamos al pasado una dimensión que no le corresponde.
El término desobediente está formado por el prefijo dis-, disvergencia, oboedescere, saber escuchar, y el sufijo –nte, el que hace la acción, por lo que literalmente una desobediente podría ser definido como una persona que no sabe escuchar.
Si nos centramos en la Biblia, los primeros desobedientes, pero no los únicos, fueron Adán y Eva. Actitudes similares encontramos por decenas en las Sagradas Escrituras: desde Sansón, que desobedeció a Dios al revelar a Dalila el origen de su fuerza; hasta Jonás, que a pesar de ser enviado a predicar el evangelio a Nínive se embarcó hacia Tarsis; pasando por el rey David que cayó en desobediencia al tomar a Betsabé por esposa, a pesar de que estaba casada con Urías, unos de sus comandantes,
En cualquier caso, no vamos a poner nuestro foco en ninguno de estos personajes, sino que nos vamos a fijar en la mujer de Lot, de la que, por cierto, no sabemos ni siquiera cómo se llamaba.
Convertida en sal
El segundo versículo más corto de todas las Escrituras es Lucas 17:32 donde se nos hace una advertencia: “Acordaos de la mujer de Lot”.
Este personaje aparece mencionado en Génesis (19:15-17), donde se le manda salir de Sodoma con su esposo e hijas. Al tiempo que son arrastrados por las fuerzas angelicales, para acelerar la partida, se les conmina a “no mires tras ti… escapa al monte, no sea que perezcas”.
Al alba de la mañana siguiente a la huida “hizo llover Jehová sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego desde los cielos; y destruyó las dos ciudades”.
En el versículo 26 se nos cuenta como fue ella la única de los cuatro personajes bíblicos que desobedeció la advertencia divina de no mirar hacia atrás y, en castigo, fue convertida en una estatua de sal.
El síndrome de Orfeo
Según la mitología griega Orfeo descendió al inframundo en busca de su querida Eurídice, la cual había muerto a consecuencia de la mordedura de una serpiente. Los dioses del averno –Hades y Perséfone- permitieron, de forma excepcional, que la joven regresase al mundo de los vivos con Orfeo con una sola condición: que no mirase atrás hasta haberlo abandonado completamente.
Sin embargo, al llegar a la superficie Orfeo, impaciente, se giró para ver a Eurídice, momento en el cual ella se desvaneció, permaneciendo para siempre en el reino de Hades.
En estas dos historias “mirar hacia atrás” se asocia a un error, a una desobediencia, es el pecado de la añoranza, del cariño al pasado, de querer retornar a una situación anterior. Una metáfora que juega, de alguna forma, con la tristeza y la amargura.
Los expertos denominan síndrome de Orfeo a la necesidad de llevar la mirada atrás, de seguir obsesionados en rememorar lo que fue y de lo que no queda prácticamente nada: los amores del pasado, una infancia dichosa, una adolescencia memorable… En definitiva, en convertirnos en almas del ayer.
Si es que ya nos lo advertía Machado:
Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.