'Alias Grace': la frágil voz de las mujeres
Sin duda éste es el año Atwood. Después de que nos sintiéramos turbados y sobrecogidos por la adaptación televisiva de El cuento de la criada, esa distopía que nos habla tan crudamente del presente, ahora descubrimos otra de sus obras gracias de nuevo a la televisión.
Existe un hilo de continuidad entre la primera y esta Alias Grace que acaba de estrenarse en Netflix. Si en su amarga distopía nos presentaba la realidad de un mundo en el que las mujeres habían ido perdiendo progresivamente sus derechos, en la historia de Grace nos muestra un mundo en el que aquéllas todavía no habían alcanzado el reconocimiento como sujetos.
Y, entre esos dos extremos, claro, el presente. Un presente de conquistas pero también, no lo olvidemos, de peligrosos retrocesos y de frenos neomachistas ante lo que en el siglo XX parecía un imparable avance feminista. De ahí la oportunidad, justo ahora, de recuperar relatos como los que ahora afortunadamente nos está ofreciendo la pequeña y plural pantalla de la televisión.
Alias Grace, en la que Atwood reconstruye la historia real de Grace Marks, una inmigrante irlandesa que en el Canadá de 1843 fue acusada del asesinato del señor para el que trabajaba y del ama de llaves, nos habla principalmente, pero no solo, de la situación de las mujeres en ese momento histórico. También plantea como telón de fondo la misma historia de Canadá en el XIX, la lucha de clases o los últimos coletazos de un mundo brutalmente jerárquico que se resistía a cambiar.
Pero, sin duda, en su hermosa complejidad, que la serie realizada por la televisión pública canadiense ha sabido captar con ritmo y elegancia, lo más relevante de este relato es cómo nos presenta a la protagonista y cómo la convierte en un sujeto con voz propia. Justo en un momento histórico en el que ellas carecían de ese reconocimiento y eran permanentes víctimas de un orden patriarcal basado en el dominio masculino y en la subordinación de ellas a los deseos del varón.
Grace vive, desde que es una niña, en un contexto de machos depredadores que la usan, sometida a las consecuencia brutales de un orden en el que ellas eran invisibles y en el que, por ejemplo, los embarazos no deseados y el aborto se convertían, como vemos en la serie, en un lugar para la culpa y la victimización. Un mundo en el que su testimonio no resulta creíble, porque las mujeres carecían de la autoridad que los hombres sí que tenían por el simple hecho de haber nacido con pene y testículos. En este sentido, Alias Grace es también un recordatorio de cómo la revolución ilustrada no contó con la mitad femenina.
A través de los pensamientos de Grace, de los vaivenes de su mente y de su misma mirada ética, uno de los mayores aciertos de Margaret Atwood, que por cierto hace un cameo en la serie, es presentarnos a un personaje lleno de aristas y matices. En consecuencia, no es fácil tener claro si esa mujer es culpable o víctima, buena o mala, inocente o perversa. Lo cual, evidentemente, sirve para mostrarnos que también ellas tienen derecho a ser tan malas como nosotros, tan poliédricas como los que solemos protagonizar los relatos, tan maquiavélicas incluso como los que parece que tuviéramos un derecho natural a urdir tramas interesadas e interesantes. En este sentido, el personaje de Grace no responde a un maniqueísmo facilón sino que, al contrario, está lleno de recovecos, muchas de ellos resultado, claro está, de la posición subordinada que le ha tocado vivir.
El hecho de que Alias Grace haya sido adaptada, producida y dirigida por mujeres, además de contar con la estrecha colaboración de la autora, no creo que sea un dato insignificante a la hora de valorar no solo lo que nos cuenta la serie sino también cómo se nos cuenta. Estamos ante un magnífico ejemplo, de esos que en los últimos tiempos encontramos con más frecuencia en la televisión que en el cine, de cómo caben otras maneras de narrarnos y de contarnos, más allá del dominante discurso androcéntrico que continúa en gran medida dominando el arte en general y lo audiovisual en concreto.
Otras miradas que son necesarias, indispensables, en cuanto parten de la misma experiencia femenina de vivir y sentir el mundo, habitualmente devaluada o negada. Lo cual, en este caso, se traduce en la composición de un personaje que, con la ayuda impagable de la magnífica actriz que la encarna (Sarah Gadon), nos revela hasta qué punto los barrotes de la jaula en la que han vivido las mujeres durante siglos han provocado tantas y tan distintas víctimas. Justamente por eso, y más allá de su inocencia o culpabilidad, la mirada clara de Grace, y todos los mundos que habitan tras sus ojos, es una hermosa declaración de los deseos de emancipación. Esa tarea que en 2017 continúa todavía pendiente para tantas mujeres del planeta.
Este post fue publicado originalmente en el blog del autor