Algo se mueve
El 14 de febrero deja a Cataluña ante la encrucijada de perseverar en el camino hacia ninguna parte o apostar por un futuro distinto.
El pueblo catalán ha hablado en las urnas y no cabe la conclusión simplista de que todo sigue igual. Con su decisión, ha invitado a las distintas formaciones políticas al diálogo, a que se rompa la dinámica de bloques, a que se abandone el frentismo estéril.
Estas elecciones, con la participación más baja de la serie autonómica en ese territorio y seguramente no solo por los efectos de la pandemia, han deparado un incontestable triunfo socialista, una mayoría de escaños por la independencia pero dejándose 700.000 votos en el camino, la mayor representación histórica de la izquierda en el Parlament y distintas opciones de conformar gobierno.
Cierto es que el bloque independentista puede sumar y repetir una experiencia que, más allá del frenesí identitario, no ha producido bienestar ciudadano ni progreso económico y social, más bien un retroceso en todos los indicadores. Pero no es menos cierto que existen geometrías transversales, que permitirían afrontar el futuro desde la convivencia, el reencuentro y el desarrollo de políticas progresistas.
No hay un vuelco sustancial en el sentir del electorado, los bloques mantienen una proporción similar de fuerzas. Aunque, por primera vez, el independentismo supera por escaso margen a los partidos que no quieren la ruptura con España. Sin embargo, algo se mueve en el subsuelo sin producir grandes sacudidas y animando a explorar soluciones distintas a las que han predominado durante la última década.
Contradiciendo la propiedad conmutativa, el orden de los factores sí altera o puede alterar el producto final en este caso. No es lo mismo que gane el PSC que Ciudadanos, no es lo mismo Salvador Illa que Inés Arrimadas. En el lado opuesto, también hay trueque de posiciones: ERC supera a Junts y Pere Aragonès nada tiene que ver con las formas y las estridencias de Carles Puigdemont o Quim Torra. Se abre un nuevo tiempo que debe (o debería) posibilitar la reconstrucción de los puentes dinamitados.
Los vencedores de la jornada electoral han sido Salvador Illa y el PSC. El efecto que pronosticaban las encuestas se ha consolidado en las urnas. Los socialistas catalanes han aglutinado más votos y los mismos escaños que la segunda fuerza, ERC. El PSC crece nueve puntos y casi duplica el número de escaños, pasando de 17 a 33. Es la primera vez que gana en sufragios y obtiene tantos diputados como el que más.
Salto cuantitativo —único partido, junto a Vox, que aumenta en número de votos absolutos— y cualitativo que ayudará a Illa a explorar fórmulas de gobernanza, pese al irracional cordón sanitario que le han trazado los partidos indepes. A diferencia de lo que hizo Arrimadas en 2017, el socialista lo intentará y trabajará por el cambio en Cataluña desde el primer minuto cumpliendo con el mandato recibido por parte de sus conciudadanos.
El duelo del independentismo se ha decantado hacia la izquierda. Oriol Junqueras ha tirado más que el fugado Puigdemont. Sin embargo, ERC ha perdido algo de fuelle en la recta final. Hasta finales de año, partía como principal favorito y la irrupción del exministro socialista ha alterado aquella previsión demoscópica.
Desde el primer puesto dentro del soberanismo, los republicanos han de decidir si mantienen su veto al ganador y buscan los votos de sus actuales socios de gobierno. Está por ver, y con qué condiciones, si Junts está dispuesto a dejar los mandos y aceptar ir de acompañante en el sidecar. La relación entre las dos formaciones se ha caracterizado por la desconfianza, la tensión y los encontronazos, un matrimonio muy mal avenido cuya reconciliación es posible.
Si optan por reeditar el acuerdo, la CUP, que ha multiplicado por dos su presencia en la Cámara, dará su anuencia a cambio de un escenario de ruptura. Sería, en definitiva, más de lo mismo. Si gana la opción del bloqueo, sería además una burla a la gente y habría que evitar cívicamente la repetición electoral con otras alianzas.
En el rincón de la derecha se ha consumado el sorpasso de Vox al PP y el desplome catastrófico de Ciudadanos. Preocupante para nuestra democracia que la extrema derecha siga ganando espacio a costa de la derecha y el centro derecha.
Tanto Pablo Casado como Arrimadas tienen que acometer una reflexión profunda y dejar de alimentar a la bestia en otras instituciones. Habitualmente, quien juega con fuego se suele quemar. Que aprendan de lo que hace Merkel en Alemania y corten por lo sano con el partido de Abascal. Este ha sido otro aviso electoral y van… El batacazo en Cataluña deja muy tocados a ambos dirigentes en clave nacional. Las voces pidiendo cambio de estrategia y de personas ya han aflorado en plena resaca electoral. Los movimientos internos irán a más cuando pase la conmoción inicial.
A diferencia de azules y naranjas, Podemos gana en tranquilidad al sostener su representación, mientras que el triunfo del PSC supone un refuerzo de la marca PSOE. El presidente del Gobierno y secretario general, Pedro Sánchez, ha acertado plenamente con la operación Illa. Es un tanto que anota en su marcador y que ha sido factible gracias a la generosidad de Miquel Iceta favoreciendo el relevo.
Que los socialistas sean los más votados en unas autonómicas, algo que no ocurría desde 2003, contribuirá indudablemente a un PSOE más fuerte a escala federal. También el veredicto de las urnas catalanas avala la acción del Gobierno frente a la crisis del coronavirus. No en vano el cartel electoral ha sido el responsable de gestionar la pandemia hasta hace unas pocas semanas y ha concitado el refrendo popular. La jugada al presidente Sánchez le ha salido redonda.
El 14 de febrero deja a Cataluña ante la encrucijada de perseverar en el camino hacia ninguna parte o apostar por un futuro distinto. Frente a los que se empecinan en continuar en el callejón sin salida, se abre la expectativa de un nuevo rumbo que piense, por encima de cualquier otra consideración, en la ciudadanía, sus problemas y sus necesidades. No atender a este mensaje del electorado sería reincidir en el fallo con contumacia. Y quien yerra y no lo corrige, en palabras de Confucio, comete otro error mayor. Con estos antecedentes, Cataluña exige un gobierno distinto, de izquierdas y con otras prioridades sociales.