Alexandr Duguin, el padre de la nostalgia histórica rusa
Ultranacionalista, principal representante del euroasianismo, es clara su influencia en la invasión de Ucrania y la independencia del Donbás, pero no es la mano que guía a Putin.
El intelectual ruso Alexandr Duguin, cuya hija fue asesinada el sábado en un atentado terrorista en el que Ucrania es la principal sospechosa, es uno de los ideólogos del nuevo nacionalismo ruso, que está marcado por el revisionismo histórico, la nostalgia imperialista y el revanchismo contra Occidente.
“Nuestro corazón ansía no sólo venganza o represalias. Eso es muy poco, no es algo ruso. Nosotros sólo deseamos nuestra victoria”, comentó ayer en su canal de Telegram.
Tanto Duguin, como su hija, Daria, defendieron desde un principio la “operación militar especial” en Ucrania, lo que le costó a su hija la inclusión en la lista de sancionados por Occidente, a la que su padre ya pertenecía desde el estallido de la sublevación prorrusa en el Donbás en 2014.
De bolchevique a euroasiático
Duguin, cuyo padre, un general soviético, trabajó en la Inteligencia militar, dio muchos tumbos ideológicos desde que fuera expulsado de la universidad en 1979.
El golpe de Estado de 1991 le permitió congratularse con la Unión Soviética, nostalgia que le llevaría a fundar con el escritor Eduard Limónov el Partido Nacional Bolchevique, ahora proscrito en Rusia.
Duguin, moscovita de 60 años, no encontró nunca su lugar en la Rusia postsoviética hasta que el nacionalismo ruso se convirtió en la principal divisa nacional y eslavófilos inclinaron finalmente la balanza de su lado frente a los occidentalistas, polémica que se arrastra desde el siglo XIX.
Años después rompió con Limónov, que se acabaría sumando a la oposición extraparlamentaria liberal en la campaña “Rusia sin Putin”.
Con la llegada al poder del actual presidente, Vladímir Putin (2000), Duguin se convirtió en el principal representante del Euroasianismo, que consiste en defender la existencia de una civilización rusa anclada entre los dos continentes y sus profundas diferencias con la cultura occidental.
Su plasmación sería el Mundo Ruso (Russkiy Mir), una figura geopolítica que no sabe de fronteras internacionalmente reconocidas y que incluye a todos aquellos territorios donde se habla ruso, desde Ucrania hasta Kazajistán pasando por el Cáucaso.
Victoria o muerte
Los euroasianistas como Duguin no aceptan el resultado de la Guerra Fría, es decir, la desintegración de la Unión Soviética. Y su aspiración es recuperar el paraíso perdido, los contornos del imperio zarista.
Ucrania sería una de las piezas más preciadas de ese ideario imperialista. Los revisionistas como Duguin ven a Ucrania como un Estado artificial creado a costa de Rusia, visión que Putin ha intentado transmitir a sus homólogos occidentales.
Por eso, Duguin considera vital la victoria en la actual campaña militar. Está en juego la misma existencia de Rusia. Un triunfo en el campo de batalla permitiría al Kremlin recobrar la gloria perdida.
Los nacionalistas rusos no se conforman con la “liberación” del Donbás, ya que ven a Ucrania como la reencarnación del Fascismo que combatieron sus antepasados. La victoria sobre Kiev tiene que ser total. Por eso, son tan críticos con el Ejército ruso, cuya ofensiva en el Donbás está estancada y el asalto a Kiev, vitoreado en su momento por los halcones, ya no es un objetivo estratégico.
Figura magnificada
La figura de Duguin se ha magnificado en las últimas 48 horas con el asesinato de su hija. Su presencia en la televisión pública se había reducido mucho en los últimos años. Su auditorio es pequeño.
Aunque comparta ideario geopolítico con el Kremlin y Putin le enviara ayer un mensaje de pésame, los medios independientes sugieren que el intelectual nacionalista no tenía relación ni con el presidente ni con sus más estrechos colaboradores.
Eso sí, nadie niega la influencia de las ideas nacionalistas en la decisión de intervenir en Ucrania y reconocer las independencias de las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk.
Los que apoyan a pies juntillas las ideas de Duguin son los conocidos como silovikí, los representantes de las estructuras de fuerza, especialmente el Servicio Federal de Seguridad (FSB, antiguo KGB), que acusó hoy a Kiev de asesinar a su hija.
El FSB está interesado en borrar toda huella de los crímenes cometidos durante la URSS y después de 1991, especialmente en Chechenia, con el fin de otorgarle una inmunidad histórica.
Hay que hacer desaparecer la memoria de las represiones soviéticas, lo que motivó la ilegalización de la principal organización de derechos humanos de Rusia, Memorial, dedicada a la rehabilitación de los millones de represaliados.
El pasado como ideal nacional
Duguin es un revisionista, pero, al igual que Putin, no acepta que se revise la versión oficial de la historia que presentan los historiadores a sueldo del Kremlin.
La URSS firmó el pacto Mólotov-Ribbentrop (1939) con Hitler porque Occidente no le dio elección, ya que fueron los occidentales los que dieron alas a Alemania al entregarle los Sudetes en el Acuerdo de Múnich de 1938.
Las revoluciones populares en el espacio postsoviético, especialmente la Revolución Naranja de 2004 y el Euromaidán de 2014 en Ucrania, no son consecuencia de las ansias de libertad de sus pueblos, sino la aplicación de una receta occidental para sembrar el caos en el patio trasero ruso.
La privatización de la historia, especialmente de la victoria sobre Alemania en la Gran Guerra Patria, (1941-1945) permite a las autoridades manipular el pasado a su antojo como arma de agitación propagandística.
El presente es turbio, el futuro, incierto, por lo que el pasado es el principal valor para Putin y los intelectuales del nuevo nacionalismo ruso como Duguin.