Como Enrique y Meghan, tú también puedes 'romper' con tu familia si lo necesitas
Este matrimonio es un ejemplo de lo importante que es cuidar la salud mental, aunque suponga tomar decisiones difíciles que afecten a la familia.
Meghan Markle ha dado ejemplo desde que se convirtió en la duquesa de Sussex. Como estadounidense mestiza, ha modernizado la realeza británica. También ha luchado por la promoción de la mujer a través de proyectos benéficos y ha desmontado mitos sobre el embarazo después de los 35 años.
Ahora, su marido y ella son un ejemplo de lo importante que es cuidar la salud mental, aunque suponga tomar decisiones difíciles que afecten a la familia.
A estas alturas es probable que ya te hayas enterado de que los duques de Sussex han decidido dar “un paso atrás como miembros de la familia real” y asumir un papel nuevo y progresista dentro de la institución, según anunciaron en su Instagram el miércoles 8 de enero.
Aunque se ha especulado mucho sobre el motivo y el público no conoce los detalles, una cosa está clara: están estableciendo sus límites. Y la reina Isabel II los ha aceptado, como anunció en el comunicado emitido el lunes 13.
Bromas aparte, es una decisión muy respetable. Aunque la situación concreta de Meghan y Enrique sea excepcional —dado que son de la realeza británica—, lo que les está pasando no es infrecuente. Al fin y al cabo, todo el mundo tiene sus más y sus menos con su familia en algún momento.
Establecer límites claros (y decir con qué te sientes cómodo y con qué no) no siempre es sencillo, pero puede hacer vuestra relación mucho más llevadera a la larga.
Cuando eres joven, tus padres o tus tutores gobiernan tu vida. Te dicen lo que debes hacer y básicamente callas y acatas. Cuando te haces mayor, en cambio, empiezas a convertirte en ti mismo.
“Recibimos información de nuestra familia, pero también del mundo, y entonces tratamos de encontrarle sentido a esas piezas para construir lo que somos, y descubrimos más sobre nosotros mismos con todo ese contexto”, explica la psicoterapeuta Mayra Mendez, coordinadora del programa para personas con problemas intelectuales y de desarrollo y servicios de salud mental del hospital Providence Saint John’s de California.
A medida que las personas comprenden el mundo que las rodea y cómo encajan en él, desarrollan la noción de lo que quieren y de lo que las define. Para satisfacer ese deseo, esa necesidad, para apostar por lo que les gusta y evitar lo que no, es probable que las personas tengan que realizar ajustes (establecer límites) y así vivir más cómodas.
Dado que la gente nunca deja de aprender sobre sí misma (ni siquiera en la vejez), estamos ante un proceso que nunca termina, sostiene Mendez. A medida que una persona evoluciona y cambia, también lo hacen sus necesidades, por lo que se trata de una búsqueda constante de su verdadero encaje en el mundo.
Si no hay límites, el resentimiento aumenta
Piensa en un momento en el que alguien se haya pasado de la raya. A veces, esto se produce cuando una persona fuerza a otra con una expectativa u obligación. Puede ocurrir si tus padres esperaban que fueras a cenar todos los domingos, si tu hermana te ha presionado demasiado para ser alguien que no eres, o si tu pareja te ha metido unas ideas políticas que tú no tenías.
Cuando alguien te está diciendo constantemente que te comportes o actúes de una manera, puede resultar agotador. Y esa lucha por equilibrar los deseos y necesidades de otras personas con los tuyos propios puede provocar un aumento de culpa y resentimiento. Sin una frontera saludable que diga ‘Eh, por favor, para, esto me pone muy nervioso’, las emociones negativas seguirán creciendo hasta que colapses.
“Si te sientes culpable por algo —que internamente no quieres hacer—, empezará a aumentar tu resentimiento, te distanciarás poco a poco de la familia, la rechazarás, hablarás mal de ella… así surgen sentimientos terriblemente negativos”, asegura Mendez.
La psicóloga Jessy Warner-Cohen recalca que evitar la cuestión es una de las peores cosas que se puede hacer. De esta forma, no solo no se resuelve el problema y lleva al resentimiento, sino que al final menoscaba —y sabotea— la relación. Tus necesidades son tan importantes como las de tus familiares, por lo que conviene abordar cualquier choque.
Ahí es donde entran en juego unas fronteras sanas y justas. Pero antes de empezar a construir muros, hay que dilucidar, en concreto, lo que os funciona y lo que no.
“Primero, tenéis que miraros al espejo”, señala Mendez. Cuando hayas identificado el problema, trata de determinar lo que te molesta y lo que necesitas cambiar para que tu vida y la de tu familia estén en sintonía.
Recuerda: las fronteras tienen dos lados, y debe haber muchas concesiones, apunta Mendez. No puedes decidir lo que a ti te va mejor y dar el asunto por zanjado. Habla con los miembros de tu familia sobre lo que puede estar pasando e intentad trabajar juntos para dar con una solución. Tratad de ser abiertos y colaborativos, no engañosos ni despectivos.
Warner-Cohen recomienda explicar tu razonamiento y ofrecer sugerencias realizables sobre cómo avanzar (por ejemplo: “No puedo ir a comer todos los domingos, pero quizás una vez al mes es un plan más realista. ¿Qué te parece?”).
“Lo difícil es negociar las diferencias entre lo que se percibe o no como fronteras apropiadas”, comenta Warner-Cohen, “ya que puede haber incongruencias que debáis abordar”. El sentido de las fronteras de algunas personas, incluso las más tóxicas, puede estar totalmente integrado en su identidad (y cultura, como en el caso de Enrique y Meghan), así que puede requerir paciencia y negociación.
En un supuesto ideal, tu familia lo acogerá de forma receptiva y sensible, y podrás establecer unas fronteras que encajen a todo el mundo. Al fin y al cabo, tienes que hacer lo que te parezca bien. Sé solidario, pero sigue siempre a tu instinto.
Este artículo fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco y Marina Velasco Serrano.